La Perla Ii: Por libertad

Capítulo 61 - Parte 2 [Final]

Cuando Charice se dio cuenta de la trampa ya era demasiado tarde. Debió sospecharlo, hacerle caso a su instinto. Algo andaba mal, la desesperación por escapar de aquella prisión la alteró y no logró ver la trampa. No debió irse sin Daniel, debió quedarse a su lado. Pero tuvo miedo, no quiso pasar ni un minuto más en ese maldito pueblo, no con su hermano aún tan cerca de ella. Lo vio herido, y eso no importó. Yerba mala nunca muere, y sabía bien que Neil encontraría la manera de hacerle daño. Era lo único que quería, acercarse a ella y destruirla. ¿No se dio cuenta que ya lo había logrado? Que su sola presencia bastaba para acabar con lo poco que le quedaba de cordura. Haría cualquier cosa con tal de no volver a verlo.

Por eso en su desesperación se fue y dejó atrás a Daniel. Algo le dijo que esa sería la última vez que viera su rostro, y no se equivocó. Ya estaba segura que no habría escapatoria para ella. Que al fin, después de tantos pecados, el infierno había llegado a reclamar su alma. El infierno en la tierra.

Charice salía de La Perla por otra ruta, se iban a escondidas. Sabía que toda la atención de los oficiales estaba concentrada en el tiroteo, que ella tenía oportunidad de escapar a salvo. Así fue, hasta que se dio cuenta que no la estaban rescatando. Aquellos hombres solo estaban cumpliendo su trabajo, aprovechando el pánico para ejecutar las órdenes de quien seguía siendo el jefe de todo. El responsable de la desgracia de muchos. De su desgracia.

—El patrón Aaron ha pedido que la llevemos entera —dijo de pronto uno de ellos. Charice lo miró aterrada, no debió creerle. Claro que seguían trabajando para Aaron, ¿qué persona sensata le daría la espalda a un hombre como él? Estaba perdida—. Así que colabore —amenazó

Se quedó quieta, no se resistió. Sabía que sería inútil. La amordazaron de nuevo, y como para asegurarse que no se ponga pesada, la durmieron. Cuando cerró los ojos notó que tenía lágrimas. Odiaba sentirse así, como si fuera nada. Sería mejor que la mataran de una vez, pero ese no era el destino que le esperaba. Ella conocía muy bien a Aaron, sabía que ese viejo miserable no olvida ni perdona. Lo único que le quedaba era preguntarse cuánto tiempo duraría su agonía. Cuando la dejarían morir.

A partir de esa noche del asalto en La Perla la percepción del tiempo cambiaría para Charice. Esa fue la última vez en que pudo distinguir el día de la noche, o el paso de las horas y los días. Luego, todo sería un limbo de tormentos, hasta llegar al punto de no saber si quizá ya estaba muerta y eso no era más que una fantasía. O una pesadilla interminable.

El futuro que Aaron McKitrick le preparó era cruel, porque lo merecía. O al menos eso llegó a pensar en algún momento de lucidez. Supo, desde el día en que escapó de él, que Aaron no se quedaría tranquilo. Que ella lo engañó y le robó por años. Que lo humilló, que encontró la forma de llevar a su hija al suicidio, que casi hace que maten a su nieta.

A veces Charice recordaba la primera vez que abrió los ojos a su nuevo infierno. Cuando se dio cuenta que no estaba sola, que le habían llevado a un lugar donde había gente desequilibrada. ¿Era una especie de hospital? Puede que sí, había escuchado hablar de sitios como ese. Hospitales de locos. Ahí los encerraban para que murieran poco a poco, porque sabían que no había solución ni esperanza para ellos. Había escuchado historias en Washington de personas que enviaban ahí a sus familiares desequilibrados para que otros se hagan cargo. Ellos no podían cuidarlos, y preferían eso a pasar vergüenza. O dejarlos morir, que sería aún peor. Al menos enviándolos ahí no se sentían en falta, podían convencerse a sí mismos que solo querían ayudar.

Por eso Aaron la mandó a uno de esos lugares. Porque no importaba cuantas veces gritara que ella era Charice McKitrick, que los destruiría a todos. A nadie le importaban sus llantos y reclamos, a nadie le importaba como se sintiera. Pasaba días sintiéndose mareada, entumecida, débil, desorientada. Ni siquiera recordaba si comía, o si le daban de comer. Todo le parecía nauseabundo, y aún así prefería pasar el tiempo con otros enfermos mentales que con sus propios demonios. Porque en medio de sus alucinaciones y pesadillas, Charice podía ver los rostros deformados de todas las personas a las que mandó a matar. Sus familiares, las chicas de aquella casa de señoritas. El rostro morado de Amelie también. Hasta veía a Neil, podía jurar que era él. Ella gritaba y quería destrozar todo cuando él intentaba tocarla, y luego se daba cuenta que no fue más que un sueño.

Estaba sola en ese maldito lugar viviendo un tormento, y también sabía que quizá eso duraría mucho tiempo. Porque había escuchado de una mujer que llevaba años ahí, le decían tía Cordelia. Esa mujer siempre gritaba y reía, decía estar enamorada de un hombre que la puso ahí para cuidarla de su familia. Y decía que ese hombre era un rico hacendado que iría a rescatarla un día. Charice hasta la veía ponerse las cortinas como si fuera un velo de novia, porque la loca esa creía que se iba a casar. Charice la veía y sabía que ese sería su futuro. Que algún día ella misma escribiría con sangre aquella frase que tanto la atormentó antes. "Yo sé, Chari".

Pero esa ya no era ella. Charice murió hace mucho. Ella ya no era nada.

 

**************

 

Dos meses se fueron en un abrir y cerrar de ojos. Cuando se dio cuenta ya Neil Arnold Daniels tenía una condena. Por asalto, extorsión, secuestro y asesinato se le condenó a morir en la horca. Era de esperarse, aunque Ansel imaginó que en el oeste morir fusilado era más común. Por supuesto, esa fue una de las opciones, pero luego escuchó decir por ahí que nadie quería desperdiciar balas en un miserable como él. Que matarlo en un instante con balas sería muy fácil. Querían verlo sufrir, y la horca era algo que satisfacía a todos. Bueno, en realidad él no tenía la intención de ver al tipo ejecutado. Ni siquiera estaba de acuerdo en que eso fuera justicia, le parecía una barbaridad. Pero vamos, era el maldito oeste. Así se solucionaban las cosas.




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