El crepúsculo se cernía sobre Bredewald, tiñendo el cielo de un naranja sombrío que lentamente se desvanecía en púrpuras y grises. El castillo, que se alzaba sobre una colina cercana, proyectaba su sombra sobre el pueblo, dando a la fortaleza un aire aún más imponente y misterioso. Edric ascendió por el camino empedrado, con el rostro endurecido por la preocupación y el agotamiento de la infructuosa búsqueda. Los últimos rayos de luz se reflejaban en su armadura, destellando débilmente mientras se acercaba a la gran puerta de madera que se abría para recibirlo.
Lord Cedric lo esperaba en la sala principal del castillo, un amplio espacio iluminado por antorchas y adornado con tapices que narraban las antiguas batallas de sus antepasados. El señor de Bredewald estaba sentado en su trono de madera tallada, con una expresión de cansancio en su rostro, las preocupaciones de los últimos días claramente marcadas en las líneas de su piel.
—Edric, ¿habéis encontrado algo? —preguntó Cedric, levantándose al ver a su sobrino entrar.
Edric se quitó el casco y lo sostuvo bajo el brazo, mostrando su semblante serio.
—Nada, tío. Nadie ha visto a Oswin ni a Roderic desde la noche pasada, y sus familias están preocupadas. No hay rastro de ellos en todo el pueblo, y temo que su ausencia esté relacionada con lo que sucedió con Alric.
Cedric frunció el ceño, sopesando las palabras de su sobrino. El misterio de la muerte de Alric se estaba volviendo más complejo con cada día que pasaba, y el hecho de que otros estuvieran mostrando síntomas similares solo empeoraba las cosas.
—No podemos seguir manteniendo esto en secreto —dijo Edric finalmente, su voz firme y decidida—. Los rumores ya se han extendido, y la gente empieza a temer lo que no comprende. Es hora de que sepan la verdad sobre lo que pasó con Alric y que entiendan que Oswin y Roderic podrían estar en peligro. Debemos actuar antes de que esto se convierta en una crisis.
Cedric asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de la situación. Aunque su instinto inicial había sido mantener el suceso en privado para evitar el pánico, ahora estaba claro que el silencio solo alimentaba la incertidumbre y el miedo. Era momento de enfrentarse a la verdad, por dolorosa y confusa que fuera.
—Tienes razón, Edric —dijo Cedric, levantándose de su asiento—. No podemos seguir en la sombra. Reuniremos al pueblo y les explicaremos lo que sabemos. Deben entender que no tenemos todas las respuestas, pero que estamos haciendo todo lo posible por protegerlos.
Edric y Cedric organizaron rápidamente una reunión en la plaza del mercado, el corazón palpitante de Bredewald. Las campanas del castillo sonaron con fuerza, convocando a todos los habitantes a congregarse frente a la plataforma de madera donde los señores solían dar sus anuncios y juicios. La noticia de una reunión inesperada se extendió rápidamente, y pronto una multitud curiosa y expectante se reunió bajo el cielo oscurecido, iluminada solo por antorchas y el tenue resplandor de la luna.
Cedric se adelantó primero, subiendo los escalones de la plataforma con paso firme. A su lado, Edric lo acompañaba, con el casco bajo el brazo y una mirada de resolución. La multitud murmuraba en susurros nerviosos, los rostros de los aldeanos reflejaban tanto la confusión como el miedo de lo desconocido.
Cedric alzó una mano, pidiendo silencio, y las voces se apagaron gradualmente hasta que solo se escuchaba el crepitar de las antorchas y el viento que soplaba suavemente desde el este.
—Hombres y mujeres de Bredewald, os hemos reunido esta noche porque es hora de que conozcáis la verdad sobre un suceso que ha llenado nuestros corazones de tristeza e incertidumbre —comenzó Cedric, su voz resonando con autoridad y gravedad—. Como muchos habréis oído, nuestro querido caballero, Sir Alric, falleció hace pocos días. La naturaleza de su muerte ha estado envuelta en rumores, y hoy estamos aquí para aclarar esos rumores y compartir con vosotros lo que realmente ocurrió.
Cedric hizo una pausa, mirando a la multitud con seriedad antes de continuar.
—Alric, un hombre valiente y leal, regresó a nosotros tras una larga campaña. Poco después de su llegada, cayó enfermo con síntomas extraños: fiebre, temblores, y finalmente, un ataque que lo llevó a la muerte. Lo que vino después fue aún más aterrador y desconcertante. Tras su fallecimiento, Alric… se alzó de nuevo, aunque ya no era él. No entendemos qué fue lo que lo impulsó a levantarse, pero sus acciones no fueron las de un hombre vivo.
Un murmullo inquieto recorrió a los aldeanos; algunos se santiguaron, otros se miraron con incredulidad, pero todos prestaban atención, incapaces de apartar la mirada de Cedric y Edric.
—Lo que os contamos no es para sembrar el pánico, sino para alertaros —continuó Edric, dando un paso al frente—. Desde entonces, otros dos hombres que tuvieron contacto cercano con Alric, Oswin y Roderic, han comenzado a mostrar síntomas similares. Ellos también han desaparecido desde la noche pasada, y tememos que estén en peligro o, peor aún, que puedan estar padeciendo lo mismo que Alric.
Cedric asintió y miró a la gente con una expresión solemne.
—Debemos encontrar a Oswin y Roderic lo antes posible. Si los veis, avisad a los guardias o traedlos directamente al castillo. No les temáis, pero tampoco actuéis con imprudencia. Los maestres intentarán entender lo que ocurre, pero hasta entonces, necesitamos vuestra cooperación y vigilancia. Cualquier síntoma extraño que notéis en vosotros mismos o en vuestros seres queridos, debéis comunicarlo de inmediato.
La tensión en el aire era palpable. Los aldeanos se miraban entre sí, asimilando la gravedad de lo que acababan de escuchar. Lo que antes era solo un rumor vago y lejano ahora se había convertido en una verdad aterradora que se cernía sobre ellos como una sombra.
Edric observó las expresiones de la multitud y sintió el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Había hecho lo correcto al hablar, pero sabía que la verdadera batalla apenas comenzaba. La incertidumbre y el miedo estaban en el corazón de cada habitante de Bredewald, y hasta que encontraran a Oswin y Roderic, no habría paz.