La Portadora

Capítulo 3

"Solo aquél que esté destinado a comprender, será el único en caer.

Cuando vea su destino aparecer, sabrá lo que él debe hacer."
 


El galope del blanco caballo pronto se grabó profundamente entre la nieve que llenaba la tierra y las copas de los más altos pinos que le daban al ambiente cierta vista agradable aunque lúgubre, el grifo quizá ya había conseguido llegar a su destino con la caza del día mientras que al jinete del caballo le tomaría aún un buen tiempo para siquiera distinguir el humo que emergía de las chozas de su hogar.

Al hallarse en completo silencio, el jinete de la brillante armadura suspiró y se relajó, extrañando aquella calma pues desde que su padre había fallecido durante un ataque de las tropas del Supremo Rey Sleg al pueblo, los tributos habían llegado también sobre ellos y al no contar con suficiente dinero eran condenados a pagar también con animales salvajes, su alimento.

-Formaos en una fila.- Ordenó una voz.

Y en ese momento, cada habitante del pueblo de las altas montañas se posicionó acatando aquella orden con una notoria expresión de desilución en sus rostros ante las casas que ahora se hallaban en llamas.

-No hagáis bromas que no estamos de buen humor, entreguen el tributo de una vez, son veinte partes de cobre por cada hombre, mujer e hijos.- Resonó nuevamente aquella voz.

Y cuando cada habitante rebuscaba entre sí el dinero del tributo al Rey, aquellas voces se dejaron ver como grandes criaturas mitad hombre, mitad búfalo a los que llamaban Minotauro. En ese momento, cada una de esas criaturas pasaba de largo en las filas de los hombres, recoletando el dinero en grandes sacos de cuero negro mientras marcaban fuertemente el suelo con huellas que se asemejaban mas a los de un búfalo que a las de un hombre.

Cuando la bolsa estuvo llena y cada familia consiguió entregar el tributo al Rey, las bestias se marcharon llevándose consigo grandes carros repletos de bolsas, hachas y los cadáveres de aquellos que se habían atrevido a negarse la entrega del tributo, aquellas mismas personas que habían luchado por proteger al pueblo de la tiranía del Rey de Illum pero que de todas maneras habían fallado y se habían llevado al final, la muerte. Mientras un niño pequeño observaba fijamente la escena con los ojos rojizos y empapados en lágrimas.

El tributo fué implementando también para los Vastased con el tiempo y sus más grandes guerreros pronto se habían doblegado ante las bestias que ahora los visitaban, una vez cada luna llena. Aquél lloroso niño era siempre testigo no solamente de la tristeza de su gente sino también del llanto de otros niños al ser arrastrados y depositados en jaulas por las mismas bestias, para luego ser llevados por la fuerza al castillo para nunca más regresar pues sus padres no contaban con el dinero suficiente, para pagar el tributo.


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-Mi señor... tiene que ver ésto - Resonó una voz femenina en medio de la penumbra.

-¿Qué tienes para mí?, vamos habla.- Ordenó una nueva voz, con un tono seco y demasiado duro.

-Vea mi señor, vea como brilla.- Reafirmó la mujer, al mostrarse con un aspecto espantoso con el pelo enmarañado y la piel arrugada y llena de berrugas como quién se deja ver después de largas horas de zambullirse al agua.

Y ante el silencio de su señor, la mujer comprendió su interés en conocer el significado de aquél tenue brillo en la esfera.

-Significa que está aquí mi señor, ya vino, el portador de la pluma plateada está aquí.- La mujer volvió a repetir.

-Con que ya vino...- Murmuró el hombre

Y después de que la mujer se hubiese arrodillado ante él, se marchó.

-¿Y bien, qué haremos ahora?- Una nueva voz se dejó oír y provenía de un hombre encapuchado y cubierto con una negra túnica que le daba hasta los pies, en cuya cabeza sólo podían distinguirse dos macabras esferas amarillas que se corresponderían con sus ojos.

-Ahora comenzará la cacería.- Murmuró el hombre, para al final estallar en risas iguales de macabras que el aspecto del encapuchado.

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Pero pronto el blanco caballo tropezó, llamando la atención de su jinete, que pronto volvió en sí. Aquella escena de su mente pronto se esfumó aunque él sabía que la reviviría siempre pues fué ahí cuando su padre le fué arrebatado, a la corta edad de nueve años.

Y con el pasar de las horas, Sión al fin arribó a su pueblo, sin embargo, y de forma inesperada su equino compañero se detuvo de golpe al alzarse sobre sus patas traseras, casi tirándolo de su espalda en una peligrosa posición.

-¡Tranquilo!- Exclamó el joven, tratando de calmar a su caballo.

En la misma entrada cubierta de nieve que daba al poblado en las montañas, yacían de nuevo las mismas feroces bestias que se encargaban de reunir el tributo al Rey cada luna llena o de, golpear y llevarse en jaulas a cualquiera que no pudiese pagar o que se rehusara a hacerlo.

Con bastante sigilo, el caballero rubio bajó de su compañero blanco y lo amarró junto a viejos árboles de pino que aún se mantenían verdes entre la nieve y se escabulló de la misma forma al oír un bullicio no pequeño en la entrada al pueblo.

-¡Aún no es el tiempo del tributo!- Exclamó una mujer albina, vestida con piel de bisonte.

Pero ninguna de las bestias respondió, al contrario, golpeaban a todo aquél que se interponía en su camino mientras atropellaban registrando cada hogar como si buscasen algo muy importante, algo que al final no fueron capaces de hallar hasta que al fin se marcharon.

-¡Sión dónde habéis estado!, hace dos horas que llegué aquí, el Anciano te ha estado buscando.- Exclamó una juvenil voz de entre la muchedumbre aterrorizada que ahora volvía a sus hogares.

-¿Qué fué todo eso Will?- Exclamó el rubio, acercándose a su compañero que, de ninguna manera se mostraba turbado a diferencia del resto del pueblo.



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En el texto hay: grifos, castillos, caballeros

Editado: 01.07.2019

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