La predicción de Madame Clarice

Capítulo 6.

Mis aventuras no terminaron ahí. Nada más llegar a la carretera principal empezó una tormenta de nieve increíble y cada vez iba a peor. No vi nada a una distancia de tres metros. Los parabrisas hacían frente a su trabajo, pero cada vez con mucha dificultad. Era imposible conducir en tales condiciones y estábamos al menos a medio camino del hotel.

- Es una pena que no nos quedáramos en casa, - dijo Agatha, mirando los enormes copos que se pegaban ligeramente al cristal.

-  Sí, pero no teníamos otra opción, - respondí enojado. - Ni siquiera pensé que tu padre estuviera tan loco.

- No está loco. Todo es mi culpa. - Respondió ella defendiéndolo.

En ese momento vi luces rojas a lo lejos.

- No voy a discutir contigo por él. Dime, ¿Qué está ahí con luces rojas? - pregunté señalando el cartel.

- Este es un club de alterne.

- Genial, pasaremos la noche allí. - Suspiré aliviado.

- ¡No! ¡No me quedaré allí! - exclamó Agatha.

- Mira, ahora no es el momento de tus prejuicios. No puedo conducir el coche en esas condiciones, no veo nada, el coche patina. Y allí al menos hay habitaciones, donde pasar la noche. – dije col la voz firme.

Ella no respondió y decidí que estaba de acuerdo conmigo. De alguna manera llegamos a este establecimiento, la ayudé a salir del auto y tomé a Botoncito en mis brazos. Entramos. Era un club de carretera cualquiera, de los que abundan en nuestro país y que, a su vez, cumplen su función: acoger, calentar y acariciar. Pero aparentemente debido a la tormenta de nieve o a la proximidad de la Navidad, había pocos clientes, si no ninguno. Las chicas, al verme con una niña en brazos, no se atrevieron a acercarse a mí para ofrecerme divertirme, así que inmediatamente me volví hacia el hombre de la barra.

- Lo siento, podríamos pasar la noche aquí. Afuera hay una tormenta de nieve y no puedo conducir.

Me miró atentamente a mí, a Botoncito y a Agatha detrás de mí y sacudió la cabeza en negativa. Tuve que sacar mi billetera y poner cien dólares en el mostrador. Claramente no quedó impresionado. Le puse otro al lado. El resultado fue el mismo. Pero cuando saqué el tercero, una de las muchachas tapó el dinero con su mano y dijo:

- Estoy de acuerdo. Ve a mi habitación. De todos modos, hoy no ganaré nada, pero al menos tendré trescientos dólares y me da pena tu niña.

Me entregó la llave y me dijo que su habitación estaba en el segundo piso y que la ropa de cama limpia estaba en el estante superior del armario.

- No tengáis miedo, aquí todo es estéril, como en un quirófano. - se rio, al ver la mirada emocionada de Agatha.

- Gracias, te estoy muy agradecido, - respondí tomando la llave.

Subimos a la habitación indicada por la chica. Mientras iba al auto por la bolsa con el resto de la comida y el agua, Agatha rehízo la cama y se acomodó en un nuevo lugar, aunque su emoción no desaparecía. Terminamos el resto de la comida y fui a la ducha a lavarme la cara y, para no molestar a Agatha y a la niña prepararse a dormir. Cuando salí ellas ya estaban acostadas, aunque Agatha ni siquiera quitó el jersey.

O el camino, o el escándalo, provocado por su abuelo, que vio, pero la pobre niña se quedó dormida apenas su madre la acostó en la cama, sin siquiera haber cenado adecuadamente.

- Ahora entiendo por qué no has visitado a tu familia en tantos años, - sonreí, mirando a la niña que se había quedado dormida con una galleta en la mano.

- No saques conclusiones rápidas. Mi padre es una persona muy digna y respetada en la zona. Soy yo, quien lo arruinó todo. - dijo y volvió su rostro hacia la pared.

- Entonces dime qué pasó, para que pueda entenderlo.

Se volvió hacia mí y vi lágrimas en sus ojos.

- ¿Que debería decirte? ¿Que yo, como una tonta, sucumbí a la persuasión de mi entonces prometido y mis amigas, que no eran ellos en absoluto, y fui con ellos a una fiesta, donde me dieron de beber algo extraño, que me volvió loca y perdí la cabeza totalmente? - dijo esto con tanto resentimiento y amargura que me dolió en el alma. - Ni siquiera recuerdo lo que pasó, no sé quién fue la persona con la que me acosté, pero no era mi prometido para nada. Confundí las puertas y terminé en otra habitación de hotel. Y luego descubrí que estaba embarazada. Se lo dije a mi tía y ella me mandó a abortar. ¡Quería que matara a Botoncito!

- Ya entiendo, - suspiré, finalmente entendiendo su reacción hacia su tía.

- ¿Qué entiendes? ¿Qué debería haberme escapado de casa? ¿Qué me vi obligada a inventar un marido inexistente, para que mi familia no viniera a buscarme con la policía? ¿Qué he tenido miedo de mostrarle la cara a mi padre todos estos años por vergüenza? No entiendes nada y no entenderás nada.

No sabía qué decir, así que solo le entregué una caja de pañuelos de papel. Tomó uno, se sonó la nariz, se secó las lágrimas y dijo:

- Lo siento, realmente no quería que terminara así. Pensé en presentarte como esposo, te conocerían, pasaríamos unas maravillosas vacaciones de Navidad y el año que viene diría que tú, es decir, Benjamín, murió en un accidente de coche o en un accidente aéreo. - dijo con más calma.

- ¡Ja! - Sonreí. – No se e te ocurrió un buen futuro para mí.

- No para ti, sino para mi marido imaginario. El hecho es que el divorcio para nuestra familia es un gran pecado.

- ¿Y un aborto?

- Puedo entender a mi tía, ella misma tenía miedo de decirle a su hermano que me quedé embarazada de alguien a quien no conozco. Después de todo, se suponía que ella debía vigilarnos, pero no lo hizo. Así que todo es culpa mía. - dijo Agatha en voz baja.

- ¿Entonces viviste sola esos tres años?

- Sí. Al principio fue muy difícil, no podía encontrar trabajo, no podía encontrar una vivienda adecuada, pero en el mundo no faltan buenas personas. - Pasó la mano por el cabello de su hija. – Conocí una mujer, una enfermera jubilada, se apiadó de mí, me ayudó a encontrar ese apartamento, me consiguió un trabajo como auxiliar en su clínica, donde después di a luz, y también me ayuda con Botoncito, cuando estoy trabajando.




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