La predicción de Madame Clarice

Capítulo 18.

Agatha.

Cuando regresé a casa, inmediatamente le conté a Alba la noticia de la llamada de mi padre.

- ¿Te imaginas? Me llamó él mismo. Pero ni siquiera pude encontrar nada que decir, así que simplemente colgué.

- ¿Quizás se dio cuenta que estaba equivocado, decidió perdonarte y finalmente conocer a su nieta? - sugirió Alba. – Antes de Navidad en la gente suele despertar la conciencia y son capaces de reconsiderar sus errores.

- No lo sé. Nunca cambió sus decisiones. Dijo que yo morí para él, lo que significa que nunca me perdonaría.

- Él estaba furioso entonces y puedo entenderlo hasta cierto punto. Todo lo que te dijo sin pensar, fue simple histeria. Ahora ha pasado suficiente tiempo, tal vez se calmó y miró la situación desde el otro lado. Llámale tú misma. - dijo Alba.

No nos comunicamos en todo este tiempo. Me llamaba varias veces mi tía por teléfono, pero la conversación siempre fue seca y breve. Simplemente dejaba en claro que estaba viva y bien, siempre ocultaba toda la verdad sobre mí y mi vida. No le dije ni dónde vivía ni dónde trabajaba, aunque sí le hice saber que tuve una hija, a la que le puse el nombre de mi madre, y la Navidad pasada le envié una foto de Botoncito. Pero como no había mensajes de mi padre, me di cuenta de que, después de todo, él me había tachado de su vida y había prohibido a todos comunicarse conmigo.

Al principio fue muy doloroso sentir el muro que me separaba de mi familia, pero con el tiempo me fui acostumbrando a la idea de que ahora mi familia son Botoncito y Alba. Esta llamada de mi padre me inquietó. No creía que mi padre me hubiera perdonado y ahora quiera conocer a su nieta. Él no era ese tipo de persona. Pero desde que me llamó, claramente sentí preocupación e inquietud. Lo más probable era que algo hubiera sucedido.

- Esta bien. Le llamaré más tarde. Voy a dormir un rato. - Respondí a Alba y me dirigí al dormitorio, o mejor dicho a la habitación que ella nos asignó a Botoncito y a mí en su apartamento.

Me acosté en la cama, pero a pesar del difícil turno de noche en el hospital, no podía dormir. Jugueteé con el teléfono en mis manos, sin encontrar el coraje para marcar el número de mi padre, pero llamé a mi tía.

- Hola. ¿Cómo estáis? - Empecé como siempre.

- Hola. ¿Cómo estás tú?

- Todo está estupendamente. - Respondí. - Pero no respondiste mi pregunta.

- ¿Cual?

- ¿Cómo estáis?

- Oh, ¿eso era una pregunta? - Tía suspiró profundamente y enseguida me di cuenta de que no quería hablar conmigo.

- Sí. Hoy me llamó mi padre, pero estaba en el trabajo y no pude contestar.

- ¿Te llamó él mismo? - ella estaba sorprendida.

- Sí, por eso te pregunto, ¿Cómo estáis? ¿Qué ha pasado?

Mi tía se quedó en silencio por un rato, pero no cortó mi llamada.

-Agatha, la cuestión es, que tu padre está enfermo. Te llamó para pedirte que vinieras a casa para la Navidad y te quedaras con nosotros un rato. Podríamos celebrar las fiestas juntos, como en los viejos tiempos, y...

Inmediatamente noté que estaba nerviosa. Un mal presentimiento llenó mi pecho.

- ¿Qué le pasa a papá? Dime la verdad, por favor.

- Cariño, la verdad es, que esta será probablemente la última Navidad de tu padre. No le queda mucho tiempo, e imagino que le gustaría mucho que tuvieras tiempo para hacer las paces y… decir adiós, - las palabras de mi tía me sonaron como un rayo caído del cielo.

Quería cerrar los ojos e imaginar que esto era sólo una especie de pesadilla. Daba miedo creerlo. Daba miedo darme cuenta en lo que decía. ¿Seguramente podría haber tenido una pesadilla? Pero, por desgracia, era la realidad. Mi tía no mintió, no bromeó. Ella dijo una verdad amarga y corrosiva.

- Se molestó mucho, cuando no atendiste su llamada, dijo que se había privado de su hija. Por favor venga. - preguntó la tía. - Dale perdón y enséñale su nieta. Aun no le dije, que tuviste una niña.

- Lo intentaré, - respondí fríamente y colgué.

No podía creer que todo esto fuera cierto. Sí, no me comunicaba con mi familia, pero al menos sabía que todos estaban bien. Sí, vivían lejos de mí, pero eran felices sin mí. Ahora la ilusión se ha derrumbado y la verdad ha salido a la luz. Durante el año pasado mi padre había estado luchando sin éxito contra una enfermedad que lentamente lo estaba matando. Mi padre tiene cáncer y la próxima Navidad será la última y quería verme.

Salté de la cama, corrí a la cocina y le conté todo a Alba. Necesitaba desesperadamente hablar con alguien.

- Alba, ¿qué debo hacer? — pregunté apenas audiblemente, mirando por la ventana donde se arremolinaban los copos de nieve.

- Sabes, aunque él actuó mal contigo entonces, pero tú tienes que irte a verlo. Le prometiste a tu tía que le dirías adiós, ¿verdad?

- Por supuesto que iré. Esto no se discute, pero ¿qué debo hacer con Botoncito? Si la ve así, que no sabe que la tuve, me temo que se sentirá aún peor.

- Puedes dejarla conmigo, - sugirió inmediatamente Alba, aunque luego añadió. - Pero creo que deberías llevarla con su abuelo.

- No quiero que mi padre vuelva a culparme por mentirle otra vez y tampoco quiero que se siente como mal padre por dejarme sola, sin su apoyo todo este tiempo, tan difícil para mí.

Recuerdos del pasado pasaron ante mis ojos. Cómo llegué completamente sola a una ciudad desconocida y pasé los primeros días en una iglesia porque no había adónde ir. Cómo hice cola para pedir sopa caliente, porque me echaban de la iglesia durante el día y ya hacía frío. Cómo busqué sin éxito trabajo como acompañante o profesor de música, pero todo fue en vano. Cómo, con la ayuda de un cura, conseguí trabajo como limpiadora en la clínica, donde trabajaba Alba y cómo ella me acogió y me obligó a hacer cursos de auxiliar de enfermería.

- Entonces, ¿Qué quieres hacer? - preguntó Alba. - ¿Esconder de él su nieta?




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