La predicción de Madame Clarice

Capítulo 24.

Agatha.

Decidí ir sola con mi padre, aunque para mí fui muy doloroso dejar mi hija con Alba.  En primer lugar, estaba asustada por la próxima reunión con mi familia. No tenía idea de cómo debería comportarme después de todo lo que había pasado entre nosotros. ¿Pretender que los hechos que me obligaron a abandonar mi lugar natal nunca sucedieron? Han pasado más de tres años, pero por mucho que lo deseaba, no podía olvidar lo que pasó entonces. Todavía sentía dolor en mi corazón.

En segundo lugar, estaba preocupada por la próxima actuación que tendría que realizar, lo que explicaría la ausencia de mi marido y mi hija. Yo no estaba del todo segura de haber hecho lo correcto, cuando mentí diciendo que todo me salió bien, me casé y tuve una hija a la que mi marido adora. Algún día la verdad tendrá que ser revelada, pero esta vez no. Porque hice esto principalmente por mi padre, para que no se sintiera culpable por echarme de casa.

Y, en tercer lugar, por supuesto, me preocupaba especialmente el encuentro con mi padre. Hasta que no lo vi enfermo, esperaba que fuera solo algún tipo de error, que a mi tía se le ocurriera esto para reconciliarlos. Tenía mucho miedo de verlo postrado en la cama y asegurarme de que todo lo que decía fuera verdad...

Al llegar a la estación, no tomé un taxi, caminé, disfrutando de las calles y los edificios nevados, recordando mi pasada vida sin preocupaciones. Así que lentamente me moví hacia mi hogar, sintiendo mi corazón latir más fuerte en mi pecho. Una vez pensé que nunca más volvería a cruzar el umbral de la casa de mis padres. Sólo el destino tenía otros planes. Al acercarme a la puerta, me detuve indecisa, pero en ese momento mi tía salió corriendo a mi encuentro y casi me estranguló en sus brazos.

- ¡Ágata! ¡Me alegro mucho de que hayas venido! ¿Por qué no llamaste? Te habría buscado en la estación. – exclamó ella.

- No supe hasta el último momento que podría venir, - respondí, quizás con demasiada frialdad.

- ¡Por qué estamos aquí paradas, entremos a la casa! Te vi desde la ventana y no podía creer lo que veía. - mi tía hablaba sin cesar, allanándome el camino a seguir.

La seguí. Nada ha cambiado en la casa. Todo era exactamente como lo recordaba, incluso las decoraciones que estaban colgados en el pasillo y en la sala de estar me eran familiares desde la infancia.

La primera persona que vi en la sala fue mi padre. Aunque ahora era completamente diferente al hombre que recordaba. Se volvió demasiado delgado, pálido y como diez años mayor. Pero antes siempre parecía más joven que su edad. Su cabello se volvió completamente blanco y aparecieron profundas arrugas en su delgado rostro. Una lástima increíble por él conmovió mi alma. ¿Qué hemos hecho?

-Hola, Agatha, - dijo y me abrazó con cuidado, como si temiera que yo no le permitiera.

Las lágrimas brotaron de mis ojos y la comprensión de que este encuentro podría ser la última vez, llenó mi corazón de dolor.

-Te esperaba mucho, - susurró papá. – Aunque no pensé que vendrías.

- No podría hacer otra cosa, - respondí en voz baja, alejándome de mi padre.

 - ¿Por qué viniste sola? Lydia dijo que te casaste y tienes una hija.

- Este viaje no fue planeado. A mí misma me costó mucho conseguir tiempo libre en el trabajo. Pero mi marido no pudo y se quedó con la niña. - Mentí. – Vendrán otro día.

En ese momento apareció mi tía y dijo:

-Walter, déjale descansar un poco. Tendrías todas las conversaciones más tarde. Vamos, Ágata. ¿Aún recuerdas dónde está tu habitación? Walter prohibió que se cambiara nada allí y todo quedó como estaba.

Miré a mi padre, pero él miró hacia otro lado. Me quedó claro que todos estos tres años él sufría igual como yo, pero su orgullo no le permitió dar el primer paso hacia nuestro encuentro, solo cuando enfermó gravemente me llamó.

La tía tenía razón, mi habitación seguía igual que antes. Un armario voluminoso con ropa, el escritorio encima del cual había estanterías en la pared estaban en su sitio. Caminé hacia la mesa y pasé por encima con los dedos, recordando cómo pasaba horas allí haciendo tareas y preparándome para los exámenes. Abrí uno de los cajones del escritorio y vi mis cuadernos en él. Sonriendo, cerré el cajón y caminé con confianza hacia el armario. Lo abrí y encontré mis cosas viejas allí.

Cuando me preparaba rápidamente antes de salir de este lugar, tomé sólo lo que sería útil por primer tiempo. Por tanto, muchas cosas quedaron aquí. Nunca nadie los tiró, porque papá se lo prohibió. Pensé que ya me había calmado, que ya había superado el pasado, pero ahora, como en realidad, aparecieron las imágenes de lo que sucedió entonces, hace más de tres años.

Mis tristes pensamientos fueron interrumpidos por una llamada telefónica. Rápidamente lo saqué del bolsillo de mi chaqueta, sin notar que se cayó la tarjeta de presentación que me había dado la señora Davos.

- Buenas noches, Ágata. Es el Dr. Ruiz. Lamento molestarte, pero miré el historial médico de tu padre y tengo algunas preguntas. ¿Por qué no se repitió la biopsia? ¿Por qué rechazó la operación? - preguntó.

- ¿Cómo que rechazó la operación? - Me sorprendió.

- Sí. Él mismo escribió la negativa, pero esto es una estupidez increíble. En nuestra clínica, este tipo de operaciones se consideran habituales y tienen un alto porcentaje de resultados positivos. - dijo el médico y añadió, - Tengo la impresión de que él mismo no quiere luchar por su vida, porque su última visita al médico era en julio.

- Gracias doctor Ruiz, - le agradecí. – Pero, ¿Qué puedo hacer?

- Primero debes hablar con él seriamente y conseguir que se somete a un nuevo examen médico. Si lo hace justo después de Navidad, ya podríamos planificar el tratamiento siguiente, - respondió. - Pero es mejor no demorarse, él ya perdió seis meses.

- Entiendo. Intentaré convencerle. Gracias doctor.




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