La predicción de Madame Clarice

Capítulo 45.

Agatha.

Estaba mirando fijamente por la ventana, donde lentamente se iban depositando grandes copos de nieve. Había lágrimas en mis ojos, listas para derramarse en cualquier momento. ¿Por qué esto tenía que suceder así? Vine a salvarlo, y en lugar de cuidar su salud, fue a encontrarse con Fitz, quien probablemente le recordó lo guarra que era su hija. Naturalmente, su estado empeoró. Como dijo el médico, que salió de la sala, mi padre sufrió demasiado estrés físico y emocional, que podría desencadenar esta crisis.

Me enteré de esto cuando yo, Botoncito y la señora Davos llegamos a la ciudad. Estábamos a punto de ir a la parte vieja, cuando María muy histérica me llamó y me dijo que papá se había desmallado en la oficina de Fitz y lo llevan al hospital. Dejamos todo y nos fuimos allí. En ese momento no me pareció extraño que María me contara esto, y no Alba o Fernando, quien se suponía que irían con él a Fitz. Fue bueno que la madre de Fernando estuviera a mi lado y se ocupó de Botoncito, mientras yo averiguaba dónde estaba mi padre. Cuando logré descubrir que estaba en la sala de triaje, corrí allí. Allí vi a Alba intentando calmar a María, que se encontraba en muy mal estado.

- ¡Le dije que no hay necesidad de hablar con él! - se lamentó mi hermana. - Pero él no me escuchó, o sea nunca me escucha. Él piensa que soy una niña pequeña y que no puedo hacer nada.

- Tranquila, con su enfermedad esos ataques son cosas normales. No es tu culpa en absoluto. - dijo Alba, dándole palmaditas en la espalda a María.

- No, es mi culpa, no debí...

- Tu padre no debería haber retrasado el tratamiento. La operación debería haberse hecho antes. - dijo Alba afirmativamente.

Cuando quise acercarme a ellas, salió un médico por la puerta de la sala de exploración y todos corrimos hacia él.

- Se encuentra estabilizado, pero su estado es grave. Ahora lo llevan a los boxes y le realizaremos un examen completo. Lo más probable es que pase la noche en el hospital. - dijo el médico.

- ¿Podemos ir a verle? - preguntó María.

- En realidad no, pero el senador Jacob quería ver a Alba.

- Soy yo, - dijo mi amiga y siguió al médico a la sala de los boxes.

Esto me pereció extraño. Por un lado, entendí que hubo algún tipo de relación entre ellos en el pasado, pero ella no era su familia. El deseo de mi padre me pareció incomprensible, si no provocativo. Vi lo mismo en el rostro de mi hermana, pero no por mucho tiempo. Porque Robert Fitz apareció en el pasillo. María lo atacó con los puños como una gata rabiosa.

- ¡Eres tú! ¡Todo es tu culpa! – gritó ella.

- ¡Por favor, aquí no tenéis que hacer ningún escandalo! - dijo amenazadoramente una enfermera que pasaba. - El hospital no es un lugar para las peleas, sino llamo a la policía.

- Lo siento, - dijo Fitz, agarró a María que, en mi entender, no resistió mucho y la sacó del pasillo.

Me acerqué a la ventana, todos mis pensamientos estaban ocupados únicamente por la persona querida para mí, que ahora se estaba muriendo. Me vino a la memoria un caleidoscopio de agradables momentos de mi infancia, cuando mi papá lo era todo para mí, después de que perdimos a mi mamá. Fue él quien contenía el mundo entero que me rodeaba. A través de él, mis hermanas y yo percibimos la vida y la corrección de las acciones. Aunque en mi adolescencia me parecía que todas sus prohibiciones y castigos eran tiranía, que él no se daba cuenta de que el mundo había cambiado y nosotros necesitábamos cambiar también, pero cuando di a luz a mi hija me di cuenta de que papá hacía todo bien. Intentaba protegernos de las tentaciones lo mejor que pudo.

Si lo hubiera escuchado y le obedecía, no habría hecho lo que constantemente me arrepentía. No. No me arrepentí de haber dado a luz a mi hija, pero sería mucho mejor, si tuviera un padre y yo no tuviera que mentir a todos que Fernando era mi marido. Las lágrimas estaban a punto de brotar de mis ojos. Sentí tanta pena por mí misma, que una vez no pude explicarle a mi padre que no quería casarme con el hijo de Fitz porque amaba a Sam y no porque quería ir al conservatorio, por Botoncito, que está condenada a nunca conocer el amor de su padre, por mi padre, que quería lo mejor para mí, pero al final nos separamos, por sueños y esperanzas incumplidos. Si no fuera por esa noche...

- ¿Como está él? — de repente escuché la voz de Sam.

- Está mal, tuvo una crisis. ¿Stella también está aquí? – lo pregunté.

- No, ella está con una amiga en la ciudad vecina, la avisé apenas me enteré de lo que pasó. - respondió.

- Si hubiera estado a su lado, esto no habría pasado, - sollocé, porque ya no podía contener las lágrimas.

- Pero no llores. No podrías haberte previsto esto. - dijo y me abrazó con cuidado por los hombros.

- Pero debería haberme enterado antes de su enfermedad. Debí haber llegado antes... - Me culpé.

- Sí, - suspiró. - Quizás entonces todo habría sido diferente. Pero ahora no lo ayudarás con lágrimas. Debes ser fuerte.

- ¿Por qué, Sam? ¿Por qué está todo tan mal? - exclamé y me acerqué más a él para sentir su apoyo.

- No te preocupes, arreglaremos todo, - susurró y me abrazó con más fuerza.

Para ser honesta, me gustó su abrazo. De repente sentí que no estaba sola en mi dolor, que tenía a alguien en quien apoyarme, pero este sentimiento fue instantáneamente disipado por sus palabras:

- Agatha, hace tiempo que quería decirte que fui un idiota, cuando no te creí, luego cuando te pedí que escucharas a Lydia y abortaras...

- Sam, ¿de qué estás hablando? -  lo miré, sin entender porque recuerda aquello en este momento, cuando mi padre está muriendo.

- Te amo. Siempre te amé, - exhaló Sam, apretándome en sus brazos.

- ¡No!

- Sí, es verdad. Entiende, todos estos años yo...

- ¡Cállate! No diga nado de esto. — Lo interrumpí, tan pronto como me di cuenta de que todo esto nos estaba llevando a la dirección completamente equivocada. - ¡Estás casado con mi hermana! ¡Así que no te atrevas a decirme eso! ¿Está claro?




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