El cielo nocturno se convertía en el mejor cómplice de aquel robo que había sido planeado con detalle. El botín ya estaba asegurado para ser sacado de su lugar sin ninguna dificultad y evitando un enfrentamiento con los soldados que custodiaban las oficinas del gobernador. Paloma se había asegurado de estar adentro antes que todos abandonaran el lugar incluyendo al gobernador, entrando de una manera imperceptible y resguardándose en un escondite seguro hasta la medianoche, cuando dio inicio al desarrollo de su plan. Por muy buena fuente sabía que el gobernador había ofrecido préstamos a varias personas de la región, incluyendo a los adinerados y a aquellos que tenían algún bien para su subsistencia, solicitando en garantía los títulos de sus propiedades. Los que eran beneficiados con el préstamo, accedían a entregar al gobernador las escrituras de sus bienes, confiando en su buena fe y agradeciendo por la voluntad de este hombre en suministrar el dinero que necesitaban para la financiación de sus proyectos.
Sin embargo, se fueron estrellando poco a poco con la realidad, al ser presionados por el gobernador para el pago de intereses no acordados sobre la deuda, los cuales eran descaradamente exagerados, superando la capacidad de los deudores para cumplir con aquel compromiso. Ante la negativa de algunos de ellos, el gobernador amenazó con tomar propiedad de los bienes y contar a los familiares que desconocían la deuda adquirida, lo que estaba sucediendo y el riesgo de quedar en la ruina si perdían su patrimonio. Finalmente, aceptaban las condiciones impuestas por el prestamista, haciendo esfuerzos sobrehumanos para cumplir con lo pactado.
En algunos casos, la capacidad de la deuda había superado a la del deudor, y el gobernador en compañía del general Torrealba y sus hombres, procedía haciendo uso de su derecho al desalojo del deudor y su familia y a la toma de posesión sobre la propiedad. Los afectados se ponían de rodillas ante él suplicando misericordia, pero ante la satisfacción de incrementar su patrimonio personal, el gobernador hacía oído sordo a las peticiones, dejándolos en la pobreza absoluta.
Con lo que no contaba este hombre poderoso y egoísta, es que aquellas personas desalojadas y arruinadas, habían encontrado refugio en una mujer que se retó a sí misma en tomar justicia y hacerle pagar por todos sus abusos. Paloma se había convertido en la única esperanza y guía de este grupo de hombres y mujeres que luchaban a su lado para lograr un objetivo en común: la caída del gobernador y la recuperación de sus propiedades. Todos se cubrían el rostro para evitar ser descubiertos antes del golpe final, los hombres luchaban a su lado cabalgando y realizando las emboscadas, mientras las mujeres se infiltraban cotidianamente para obtener información que pudiese aportar a la causa y además preparando todas las municiones y alimentos que pudieran necesitar en cada situación.
Paloma sentía que no podía fallarles, tenía un compromiso muy grande con aquellas personas, además de un propósito personal. Con satisfacción tomó el botín, lo acomodó como mejor pudo entre sus cosas y se dispuso a salir del lugar, asegurándose de llevar consigo el paquete completo. Desde el segundo piso, abrió una de las ventanas que daba al primero, examinando previamente que ninguno de los soldados estuviese haciendo su ronda por ese lado. Aseguró la cuerda que llevaba a uno de los barrotes y descendió con la mayor prontitud posible.
Sin embargo, uno de los soldados alcanzó a verla cuando ella corrió hacia su caballo, alertando a uno de sus compañeros para que le ayudase a atraparla.
- ¡Deténgase, y suelte lo que lleva consigo! ¡Manos arriba! -gritó el soldado apuntándole con su arma.
Paloma sintió la voz tras de sí pero no se atrevió a voltear, solo quería subirse a su caballo y salir huyendo de allí. No podía ser posible que las cosas no salieran como lo habían planeado.
- ¡Suelten las armas! ¡Al suelo, boca abajo! -grito Sebastián, quien había llegado con refuerzos, apuntando detrás de los soldados.
Los soldados siguieron las ordenes de Sebastián sin ninguna resistencia, ya que sabían lo inútil que sería su esfuerzo. Sebastián le dio la señal a Paloma para que montara su caballo y huyera del lugar, mientras con sus compañeros ataban y amordazaban a los dos soldados con prontitud, asegurándose de no lastimarlos y dejándolos escondidos en un lugar donde no fueran descubiertos rápidamente. Luego, hizo lo propio huyendo con los demás hacia el punto donde habían acordado encontrarse.
Paloma estaba feliz de haber logrado el cometido, a pesar del susto momentáneo de ser atrapada. Sebastián y los demás llegaron, descendieron de sus caballos y al unísono celebraron con Paloma en una gran algarabía al sentirse más cerca de su meta, solo faltaba recuperar una cosa que aún no habían podido ubicar para que la victoria fuese completa.
Escondieron el botín robado en un lugar seguro, a sabiendas del gran golpe que le habían dado esa noche al gobernador y de la furia que se desataría en aquel hombre al enterarse de lo sucedido. Tendrían que tomar mayores precauciones de ahí en adelante, porque la persecución sería aún mayor y de ser atrapados no tendrían ninguna misericordia en el castigo que les impondrían. Ya extasiados de la celebración, se dispersaron en la montaña, con la esperanza recobrada y decididos a recargar las energías para el golpe final.
Sebastián se dispuso a regresar con prontitud a la casa del general, antes de que notaran su ausencia y terminará de amanecer. Miró a Paloma con ese cariño de hermanos que los unía y la abrazó fuertemente haciéndole saber que estaría allí para cuidarla y protegerla.