Tras su secuestro, la primera dama estuvo vigilada durante una semana por los soldados que su esposo había dispuesto para que cuidaran la casa. Más allá del deseo de proteger a su esposa, Gerardo esperaba que Paloma o sus hombres aparecieran en su residencia para tener así la oportunidad del desquite contra esa mujer que lo único que le daba era dolores de cabeza. Sin embargo, todo se mantenía en una calma abrumadora, que más allá de tranquilizar al gobernador acrecentaba sus nervios e ira, ya que Paloma no se había manifestado en esos días y con el descubrimiento del atajo, se cerraba nuevamente la puerta para buscarla en algún lugar donde tuviera la certeza de poder atraparla. Pensó que era inútil e inoficioso tener a los soldados en su casa, así que decidió solicitarles su retiro del lugar, enviándolos nuevamente a disposición del general Torrealba para que siguiera con la misión de atrapar a esa jinete endiablada que siempre lograba escabullirse. Consideró, además, que Paloma no volvería a secuestrar a Angélica, muy a su pesar reconocía que era una mujer muy inteligente y que no usaría dos veces la misma estrategia.
Al gobernador la situación con Paloma le generaba una tensión e inquietud que no lograría superar hasta que por fin esa mujer estuviera en sus manos para disponer de ella a su parecer, recuperando además los documentos robados de las tierras que ahora tenía como propias y dándole una lección ejemplar para que nadie más volviera a revelarse ante su mandato. Por ahora, se dispondría a prepararse para la fiesta de máscaras que había sido organizada por una familia prestante de Villa Torrente, eso le ayudaría a recuperar un poco de calma y le permitiría un momento de diversión en medio de todas sus preocupaciones. Le gustaba la idea de ir con una máscara ya que su semblante no era el mejor en esos momentos por la evidente frustración que reflejaba su rostro y, además le alentaría el poder coquetear con algunas de las señoritas que asistieran allí. Sentía con un orgullo narcisista que a su edad aún tenía la vitalidad y atractivo para conquistar a cualquier mujer que desease.
En ese mismo momento, Paloma se ponía en manos de las mujeres de su grupo, quienes entusiasmadas se preparaban para realizar en ella la transformación de su apariencia de jinete a una de señorita elegante. Realmente se sentía muy nerviosa y a punto de desistir de la locura propuesta por Sebastián, no le veía sentido a asistir a aquel evento, pero su amigo era tan incondicional que tenía que ceder a esa complacencia. Sebastián llegó emocionado con el vestido que le había conseguido, incluyendo los accesorios y todo lo que las mujeres le habían solicitado, advirtiéndole que no le perdonarían si se olvidaba de algún detalle.
-Vas a ser la mujer más hermosa de la fiesta-le dijo a su amiga, cerrando la frase con un beso en su mejilla-mientras te conviertes en una reina, yo me convertiré en el rey que te acompañará esta noche.
Paloma vio como su amigo se alejaba cantando y haciendo pasos de baile, al parecer él si disfrutaría de la velada. Sonrió, mientras observaba como las mujeres revisaban cada cosa y de manera entusiasta se dividían el trabajo para arreglar con la mayor prontitud a su líder. Mientras las observaba, pensaba en que esa sería su primera fiesta y recordaba todas las veces que su padre y ella se habían negado a asistir a las reuniones a las que eran invitados. Los dos preferían compartir en casa alejados de todo y dedicando su tiempo a la lectura y a los entrenamientos clandestinos que su padre preparaba para ella.
Paloma cerró los ojos absorta en sus pensamientos y se relajó mientras sentía que las mujeres manipulaban su cabello, le aplicaban cosas en la piel y la consentían a tal punto, que le fue inevitable entregarse a todas esas manos para que hicieran su trabajo en ella sin la menor dificultad. No creía que fuera tan agradable prepararse para una fiesta y pensándolo detenidamente, no le disgustaba la idea de hacer ese plan con más frecuencia, aunque tendría que intensificar sus lecciones de baile con Sebastián porque sabía que aún le faltaba mucho por mejorar.
Habían pasado dos horas, pero ella sentía que eran tan solo unos minutos, cuando le pidieron que se pusiera de pie para colocarse el vestido. Tenía que reconocer que el gusto de Sebastián era impecable ya que nunca había visto un vestido tan hermoso, aunque pensaba que tal vez en ella no luciría tan bien. Cuando terminó de colocárselo, le indicaron que se acercara al espejo para que pudiera ver el resultado final del trabajo realizado con esmero por sus compañeras.
Paloma no reconoció su reflejo, era imposible que esa mujer que veía frente de sí fuera ella. Se veía tan delicada y femenina, contrariando su apariencia de jinete ruda y decidida, pero le agradó tanto verse de esa manera que se acercó al espejo y acarició la imagen reflejada como saludando a su otro yo y dándole la bienvenida. Luego dirigió la mirada a las mujeres que la observaban con cariño y sorpresa a la vez, correspondiéndoles con un gesto de agradecimiento por descubrir en ella a una joven hermosa y por recordarle la imagen de su madre, la cual conservaba en un retrato que su padre había mandado a hacer para mantener vivo su recuerdo. El reflejo en el espejo le recordó a esa mujer que dio su vida para su nacimiento, por fin reconoció a su madre en su propia persona, notando que era evidente el parecido físico que tenía con ella.
-Te ves muy hermosa, más hermosa que de costumbre-dijo Sebastián apareciendo de repente en la escena con un traje negro muy elegante y una camisa blanca que le sentaba muy bien.
-Gracias Sebastián, el vestido es hermoso y todo lo que trajiste para mí-respondió Paloma sonrojada.