La primera dama de Villa Torrente

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Había transcurrido un mes, luego de que el gobernador hiciera el anuncio oficial de la muerte de Paloma con un comunicado difundido en toda la región. Se ufanaba exhibiendo el asunto como una gran victoria para la seguridad y tranquilidad de Villa Torrente. Según sus propias palabras, ahora todos estarían bajo sus órdenes y nadie se atrevería a desafiarlo, a no ser que quisieran correr la misma suerte que la jinete rebelde que había sido devorada por el río. Sus festejos eran constantes despilfarrando el dinero que había tomado como propio, en mujeres y licor. Ahora sus noches eran tranquilas y no había nada que pudiera perturbar la placidez de su sueño, el único asunto pendiente para completar su felicidad era el desalojo de la familia Torrealba, pero esperaba con paciencia ese momento. Sabía que cada minuto de espera se convertiría en uno de placer al ver a Felipe Torrealba totalmente derrotado y suplicando ante sus pies.

Por su parte, la empleada personal de Angélica hacía lo posible por atender las exigencias del gobernador disimulando el desprecio que le inspiraba aquel hombre malvado, deshonesto y libidinoso. Sebastián le había informado de la situación de Angélica y del esfuerzo en salvar su vida, pero también le había solicitado que vigilara al gobernador con el propósito de conseguir información útil que les permitiera anticiparse a sus actos.

Gerardo Marroquín poco o nada reparaba en la presencia de su esposa, sin embargo, tras varios días de no verla, le preguntó a su empleada por la razón de su ausencia. Ella respondiendo a lo acordado con Sebastián, le informó que Angélica había decidido irse al convento por un tiempo para que él pudiera disfrutar sus celebraciones nocturnas tranquilamente. El gobernador complacido por la respuesta, no pudo más que agradecer la suerte que tenía. No era la primera vez que su esposa decidía refugiarse en aquel lugar, pero ahora más que nunca deseaba que no volviera, así seguiría disponiendo de su fortuna mientras ella se entregaba a una vida puritana.

Con todo a su favor, el gobernador se sentía cada día más seguro con la firmeza de su mandato haciendo alarde permanente de su superioridad. A su vez, el temor se extendía por la región como una niebla espesa que ocultaba ante los habitantes de Villa Torrente la esperanza de librarse del tirano y de hacer justicia. La muerte de Paloma había sido un duro golpe para la moral de aquellos que creían en su lucha y que apoyaban las acciones de esta mujer valiente que se había atrevido a enfrentar al gobernador. Tal sería el temor que le había infundido a este hombre la idea de ser derrotado por Paloma y sus secuaces, que tras el anuncio de su muerte prohibió rotundamente que alguna mujer de Villa Torrente se atreviese a montar a caballo.

Sin embargo, pocos sabían que la jinete que había cabalgado por aquellas montañas impulsada por su espíritu justiciero, aún estaba con vida. Bajo el cuidado de Sebastián y Aquileo, Paloma logró sobrevivir y ya completamente recuperada se preparaba para darle una sorpresa al gobernador y bajarlo de su trono. Por fin se acercaba la hora de hacer justicia.

Paloma se levantó de la cama que le había improvisado Aquileo en la cueva donde la mantenían oculta, se colocó su traje de jinete y salió a saludar el amanecer.  Agradecía inmensamente poder ver la luz de un nuevo día y seguir con vida para enfrentar cara a cara a su verdugo.

- ¿Lista para iniciar el entrenamiento de hoy? – le preguntó Sebastián mientras se sentaba a su lado y le ofrecía unas pomarrosas.

-Sí, quiero que estas mujeres que pidieron aprender a cabalgar, se conviertan en unas magníficas jinetes. -Le respondió saboreando una de las frutas-ya entiendo porque a Felipe le gustan tanto, mi paladar extrañaba este sabor.

-Veo que ustedes dos comparten varios gustos-dijo su amigo soltando una carcajada.

- ¡No me molestes Sebastián! -le reprendió Paloma poniéndose seria.

-Está bien, no digo nada más del asunto, pero mira quien viene a visitarte-le dijo mientras se ponía de pie y se acercaba a Felipe para saludarlo.

Paloma comenzó a sentir un extraño escalofrío en su cuerpo, no veía a Felipe desde su discusión cerca al río. Sabía por Sebastián que él le había salvado la vida rescatándola del agua y que había enviado a Aquileo para que le atendiera y curara sus heridas. Lamentablemente, no recordaba nada de eso, el último momento con Felipe guardado en su memoria era aquel donde él desilusionado con las palabras que ella le había dicho, le pedía que se alejara para siempre de su vida. Sin embargo, ahora sus pasos se dirigían hacia ella, siendo innegable para sus ojos y su corazón que la presencia de Felipe le alegraba profundamente.

Desde que recuperó la conciencia había pensado en él todos los días, preguntándole de vez en cuando a Sebastián por su salvador, mimetizando su interés como algo propio del agradecimiento que le tenía. Pero ahora que lo veía nuevamente, podía confirmar con certeza que su corazón vibraba más fuerte cada vez que él se le acercaba. Nunca se había enamorado, pero si las descripciones de su amigo Sebastián eran ciertas, ese sentimiento nuevo para ella no podía ser otra cosa más que amor, aunque aún le costara reconocerlo.

- ¡Hola Paloma! Perdón, Angélica. Bueno, no sé como decirte, solo puedo decir que me alegra verte ya recuperada-le dijo Felipe mientras extendía su mano para ayudarla a levantarse del suelo.

-Gracias. Puedes decirme Paloma, es el nombre con el cual me conociste.



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En el texto hay: romanticismo, aventura

Editado: 30.03.2023

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