La primera dama de Villa Torrente

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Al amanecer un grupo de personas cabizbajas y desilusionadas caminaba hacia la salida de Villa Torrente, esperando que el nuevo camino que iniciaban lejos de su tierra fuera más próspero y agradable. La nostalgia hacía peso en sus corazones y lo poco que podían llevarse era demasiado liviano para lo que significaba toda una vida en aquel lugar. No querían mirar hacia atrás, pero la necesidad de un último adiós les hizo devolver la mirada hacia las montañas que como lugareños de Villa Torrente los había cobijado desde sus nacimientos. Tras un intercambio de abrazos y ríos de lágrimas cubriendo sus rostros, decidieron retomar el camino para huir de aquel infierno en el que se había convertido su tierra bajo el mandato del gobernador.

Se disponían a seguir con el inicio de su travesía, cuando sorpresivamente escucharon una tormenta de galopes que se acercaba hacia Villa Torrente, justamente en dirección hacia ellos. Asustados, atinaron a orillarse en el camino para evitar un accidente y esperando descubrir lo que se escondía tras ese estruendo matutino. La sorpresa fue aún mayor cuando reconocieron al frente del grupo de jinetes que se acercaba a Paloma, quien gritaba con todas sus fuerzas:

- ¡Vamos por la libertad y la justicia en Villa Torrente!

Tras ella seguía un grupo numeroso de jinetes, todas mujeres quienes a la par con Paloma cabalgaban enérgicamente, repitiendo al unísono y con voces poderosas las palabras de su líder. Los lugareños que estaban dispuestos a abandonar Villa Torrente al ver la escena sintieron como la esperanza retornaba a sus tierras, tiraron las pocas pertenencias que llevaban consigo y comenzaron a correr detrás del grupo de mujeres avivados por la ilusión de recuperar todo lo que el gobernador les había quitado.

Sin sospechar en lo más mínimo de lo que estaba sucediendo, el gobernador comenzaba a despertar perezosamente de su sueño, intentando comprender como se había quedado dormido en la sala y queriendo recordar lo sucedido la noche anterior. El general Torrealba y Juan Moncada ya no estaban a su lado, pero Isabel dormía plácidamente cerca de él, lo que le motivó a levantarse para organizarse y disfrutar la mañana con la joven. A pesar de haber sido siempre un hombre de excesos, esa mañana se sentía más adormecido de lo que era habitual en él tras una noche de tragos, sus fuerzas escasamente le permitían sostenerse de pie de una manera algo tambaleante.

Pero lo que alertó sus sentidos repentinamente fueron los galopes que comenzó a escuchar, sintiendo que se acercaban a su casa. Tal vez, su mente le estaba jugando una mala pasada, porque si algo odiaba escuchar era ese sonido, más por el recuerdo de la jinete endiablada que había convertido sus plácidas noches en pesadilla.  Trató de convencerse de que estaba alucinando y que todo era solamente el producto de su imaginación, pero la persistencia del ruido y su cercanía avivó sus temores al punto que salió corriendo de su casa sin poder evitar el chocar contra las paredes, para averiguar que era lo que sucedía. De repente, se vio rodeado de un numeroso grupo de mujeres, todas jinetes quienes exhibían sus rostros de manera orgullosa e imponente y sin intimidarse ante su presencia. Solo una de ellas llevaba el rostro cubierto, pero a pesar de eso no era necesario que revelara su identidad, el gobernador apenas la vio comprendió que su pesadilla estaba de vuelta, Paloma había regresado del más allá para seguir atormentándolo. Se preguntaba que había sucedido, se suponía que el río la había devorado arrastrándola dentro de su cauce lejos de Villa Torrente. Sin embargo, ahora estaba ahí frente a él y para su desgracia acompañada de más jinetes como ella. ¿Acaso esa maldita bruja se había multiplicado en el infierno para regresar a hacerle la vida imposible? ¿Qué le había hecho para que se ensañara con él de esa manera? Sin tener respuesta a sus interrogantes solo decidió que no iba a permitir que acabara con él, no por lo menos sin dar la batalla.

- ¡Atáquenlas, mátenlas!, no permitan que estas mujeres cumplan su propósito- gritó desesperado ordenando a sus hombres que acabaran con las intrusas.

Sin embargo, sus gritos fueron en vano, nadie acudía en su defensa. El general Torrealba acompañado de su hijo Felipe, Sebastián, Juan Moncada, Aquileo y sus soldados más fieles, ya había sometido a aquellos que aún estaban dispuestos a defender al gobernador, incluyendo al hombre que le había disparado a Paloma, a quien habían detenido antes de la fiesta para evitar que se percatara de la situación y se interpusiera en lo planeado.  Gerardo aterrado solo atinaba a golpear su cabeza con sus manos, aún con la esperanza de que ese momento fuera solo un mal sueño o el producto de una imaginación alterada por su noche de tragos. Intentó acercarse a Paloma para hacerla caer de su caballo, pero lo único que consiguió es que el grupo cerrara más el circulo a su alrededor, haciéndole caer de espalda sobre el suelo. Ver a todas esas jinetes rodeándolo le causó tal pánico que lo único que deseaba era salir corriendo, no podía creer que su mayor temor se hiciera real y de esta manera.

- ¿Por qué defienden a una asesina? -gritó el gobernador con ánimo de poner a los secuaces de Paloma en su contra-Esta mujer es la culpable de que mi esposa perdiera a nuestro hijo. Lo único que ha hecho es causar daño, no solo a mi familia sino a toda Villa Torrente.

Mientras el gobernador la señalaba con el índice acusándola de un crimen inexistente, las risas comenzaron a hacer eco en el lugar ante sus falsas acusaciones y la mujer que siempre había ocultado su rostro ahora se revelaba ante todos. El gobernador y los presentes que aún desconocían la verdadera identidad de Paloma, no daban crédito a lo que veían sus ojos, incluyendo los lugareños que corriendo acababan de llegar a la escena. La sumisa primera dama de Villa Torrente era la misma jinete valiente y aguerrida que se había enfrentado a las injusticias del gobernador.



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En el texto hay: romanticismo, aventura

Editado: 30.03.2023

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