Según la historia de Finlandia, hubo un tiempo en el que la República de Nóvgorod y el Reino de Suecia se disputaban las tierras del sol durmiente. Es horrible, que detrás de estas infames guerras cuyo fin era tomar a la fuerza la tierra de los Lapones, estaban de nuevo los autoproclamados terratenientes del mundo tal cual lo conocemos.
En la región ahora conocida como Karelia del Norte hay una subregión llamada Karelia Pielinen, en donde se ubica la ciudad de Lieksa, el hogar de los Harkönnen: mi familia. Aunque no fue hasta hace unos cincuenta años que se legalizó el nombre de la ciudad, nuestros antepasados siempre han llamado así al territorio de las coníferas y el azul profundo.
Es bien sabido que los nativos de este lugar y sus habitantes consideran al bosque parte vital de su cultura, pues, además de ser un paraje turístico por excelencia, también es fuente de numerosas formas de vida, dador de tierras fértiles, el hogar de pequeños agricultores fieles a sus reyes y su instinto de supervivencia en comunidad.
Aún ignoro por qué sigue siendo difícil encontrar información sobre la ciudad, y la poca que hay está en Finés, y extrañamente se omiten detalles de lo que fue un pequeño reino fundado por inmigrantes Rusos con la ilusión de regentar una tierra discreta y hacerla un pedacito de fantasía lejos de las guerras, del frío, del horror del mundo.
Como la mayoría de mujeres tenaces de la familia, Mila tuvo que huir para encontrarse.
Al arribar en estas tierras, un pequeño poblado de aldeanos la acogieron, le dieron un hogar y una razón para no volver.
Omitiendo su pasado, logró poco a poco ganarse la confianza de los aldeanos, parecía que su nombre encajaba a la perfección con lo que le tenía deparado el futuro: Mila, ''El amor del pueblo''. A pesar de ser en su natal Rusia una joven más, en tierras Laponas brilló.
Su primera vivienda se levantaba sobre lo que ahora son las oficinas municipales, donde tampoco hay registros anteriores al siglo XIX. Uno que otro registro de propietarios, nacimientos, licencias de negocios; pero del legado de la familia, ni rastro.
Pese a la precaria cantidad de evidencias para demostrar que alguna vez estuvimos allí, lo que permanecerá eternamente en las memorias del alma es el hecho de que aquel pueblito acogió a nuestra Mila como una hija más.
Si bien los Haapalainen, la familia más cercana a nuestro ancestro, se evitaron evocar el doloroso pasado haciendo preguntas sobre los días anteriores a Lieksa, insistían que sería bueno traer a quienes amaba, ya que Samara no era un lugar seguro, según las lenguas que transitaban entre el oriente y territorio Lapón.
Con la ayuda de unos habitantes, Mila regresó a su tierra luego de tres años para traer con ella a sus hermanos: Markov y Taneli. Mantuvo la promesa hecha al ángel que la acompañó durante su travesía. No podría volver por sus hermanos antes de tres años, tiempo en el que Mila debía establecerse en la nueva nación y asegurarse que su familia por fin tendría un hogar seguro.
Para cuando la misión destinada a unificar a los Lavrov había llegado a las modestas tierras del este, Irina, la madre de Mila había muerto un año atrás debido a una afección pulmonar, y el pequeño Markov de tan solo trece años de edad, había tenido que hacerse cargo de Taneli, una pequeña de cuatro años.
El estado - del cual hablaremos ampliamente más adelante— en que Mila encontró a sus hermanos hizo que de sus ojos brotaran lágrimas tan saladas que casi quedó ciega y tuvieron que construir una camilla para llevarla de vuelta a Lieksa, pues le era imposible caminar sin tropezar.
Sus hermanos pequeños no le reprocharon el haber partido sin decir hacia dónde se dirigía, tal vez la conocían tan bien que sabían iba a regresar por ellos. Un Harkönnen jamás abandona lo que ama, así deba alejarse por causa de su destino.
Una vez de regreso en la aldea, los habitantes comenzaron a llamarla Henna, que significa ''Jefe de la casa''. Esto, como muestra de agradecimiento por haber apoyado la organización de la fuerza de trabajo de un modo más productivo sin desequilibrar el sistema sabio del bosque.
Con el tiempo, los pequeños Markov y Taneli comenzaron a demostrar que tenían todo el potencial para, en el futuro, ser buenos gobernantes.
Markov formó una pequeña compañía de entrenamiento pues creía que así esas tierras no fueran propensas a guerras, era importante estar preparado para defender a los más vulnerables en caso de emergencia; mientras que Taneli, con la ayuda de las hermanas Haapalainen se dedicó a administrar el cuidado de los pequeños para que sus padres pudieran enfocarse más en sus labores, así nació la primera escuela de la comunidad.
Gradualmente, Henna logró convivir con la tristeza que la atormentaba por el recuerdo de su madre, a quien no pudo despedir. Encontraba retribución en Marko y Taneli. Pienso que de ahí viene el amor incurable de nosotros hacia nuestros hermanos. Es genético, un hermoso rasgo heredado.
Si bien los Lavrov estaban juntos de nuevo y las tierras del Pielinen les daba en demasía lo que no tenían en casa: comida en abundancia, seguridad, calor y cuidados; todavía les faltaba un techo diseñado a su imagen y semejanza.
Una mañana de verano en la que toda la aldea estaba en el lago Pielinen, Taneli ya con doce años construía con piedritas, barro y pedazos de madera un modelo a escala de un castillo. Si algo no la convencía, destruía su creación y comenzaba desde cero.
Dos pequeños animosos iban y venían trayendo más materiales a las órdenes de la improvisada ingeniera.
Henna estaba sentada en un tronco con la matriarca de los Haapalainen, Helli. Henna observaba a su hermana y lo que estaba haciendo. Los cabellos rubios casi dorados de Taneli brillaban hasta casi cegar y sus pómulos sobresalientes ya dejaban ver la hermosa mujer en la que llegaría a convertirse.