Desperté pegada a su pecho, cubierta del frio por una manta que ocultaba nuestra desnudez. Lancé un suspiro de satisfaccion al aire, disfrutando de una mañana tan espectacular. ¿Mañana? Abrí los ojos con sorpresa al percatarme de la luz clara del amanecer colarse por las ventanas.
Una parte de mí deseó quedarse en ese lugar feliz, disfrutando del sueño que era su compañía, pero otra se alertó por la hora, recordando que pese a las horas de libertad que había disfrutado, debía regresar a mi vida en el palacio y de preferencia hacerlo antes de que notaran mi ausencia.
—Nathaniel, despierta —lo moví con premura.
De inmediato abrió los ojos, viéndome primero sorprendido, después volteó a la ventana notando la luz matutina y se levantó de golpe, buscando su ropa en el suelo.
—Discúlpame —sonó apurado, entregándome mi vestido sin voltear a verme, mostrandose apenado— me quedé dormido.
Pude ver su rostro ruborizado a pesar de que mantenia los ojos pegados al suelo y la cabeza agachada. Desvié la mirada tomando el vestido y él se volteó dándome la espalda en un gesto de “privacidad”.
—Ambos nos quedamos dormidos —sonreí, vistiendome con prisa. Mantuve mi tono tranquilo recordando la dicha de sus besos y sus caricias, que lograron enchinar mi piel con el simple recuerdo.
No pude creer lo que había pasado entre nosotros, en aquella hermosa cabaña a la luz y el calor de la chimenea. No queria irme y romper la burbuja de ensoñacion en la que me encontraba. Temía que al salir de ese lugar mi memoria fallara y los detalles de aquella noche quedaran borrados en la nada.
No queria irme.
Cuando Nathaniel terminó de vestirse se arrodilló en la alfombra a mi lado, ayudandome a subir las mangas que hace tan solo unas horas bajó, desnudandome. Enrojecí ante ese pensamiento, anhelando revivir la experiencia de sus manos sobre mi piel. Sonrió apenado, como si el rumbo de sus pensamientos fuera similar al mio.
—Eres hermosa —recalcó, besando mi hombro por sobre la tela. Sentí mi corazón acelerarse con los recuerdos, que me enmudecieron, haciéndome pasar saliva, nerviosa y apenada.
Alcé la mirada, buscando sus ojos que no tardaron en conectar con los mios, mostrandome un brillo especial sobre su habitual tono gris. Poco a poco acercamos nuestros rostros, hasta terminar uniendo los labios en un beso carente de ternura. Anhelaba su toque tanto como él el mio o por lo menos, por la forma en que me besó es lo que intuí. Aquella noche había tocado el cielo y esa mañana estaba dispuesta a volver a visitarlo.
—Es tarde —dijo al alejarse para tomar aire, bajándome de mi nube de fantasia—. Debemos regresar —su tono reflejó pesar. Ninguno de los dos queríamos movernos de allí, estaba segura, pero ya era tiempo de volver a la realidad.
—Solo unos minutos más —supliqué, besándolo con la esperanza de que accediera a mi petición y al sentir la sonrisa formandose en la comisura de sus labios supe que había ganado.
—Solo unos minutos —con rapidez bajó de nuevo mi vestido, cubriéndome con la manta sin dejar de besarme, deseándome tanto como yo a él.
Intentamos extender la magia hasta que el sol nos apuró asomandose por la ventana, recordandonos lo tarde que era. Entre risas y miradas coquetas volvimos a vestirnos, cuando ya el aroma de su piel quedó plasmado en la mia. Internamente me negaba a dejar todo aquello. No queria alejarme de él ni por un segundo. ¿Cómo podria fingir que no nos conociamos, cuando hace unas horas hicimos el amor hasta quedarnos dormidos? Sentia que cada que lo viera enrojeceria sin poder evitarlo, delatandonos. No me sentía capaz de poder verlo sin correr a sus brazos buscando su boca.
Gran parte del camino fui de la mano de mi amado, con el rostro tan rojo como una cereza. Intenté despejar mi mente, enfocandome en una buena excusa que justificara mi ausencia de la habitación tan temprano. Intentaba hilar cualquier mentira, pero no podía sacar de mi cabeza los recuerdos con Nathaniel y más aún cuando cada paso tembloroso me lo recordaba. Me avergonzaba decirle como me sentía, pero al verme batallar para caminar con rapidez me cargó en sus brazos, colmandome de besos, como si supiera de mi malestar, lo que me hizo enrojecer todavía más, apenada.
Al llegar a la gran muralla di una fuerte inhalación, despidiéndome en silencio de mi momentánea libertad, para adentrarme en el agua, nadando hasta el otro lado. Fui la primera en asomarme dentro de los terrenos del castillo. Dí un rapido vistazo en todas direcciones serciorandome de estar solos y no tardé en salir. Al hacerlo mi capa me esperaba colgada justo donde Nathaniel la había dejado la noche anterior, dándome la bienvenida para protegerme de los ojos curiosos. Sonreí al ver salir del agua a mi acompañante, no podia quitar esa sonrisita tonta de mi cara. Negué con la cabeza, admitiendo que estaba perdida… lo amaba.
Los pajarillos revoloteaban alegrandoles la mañana a los dichosos que escuchaban sus cantos, recibiendonos como si conocieran nuestro secreto y silvaran de felicidad por nuestro amor. Nathaniel tomó la capa e ignorando mi ropa empapada me la colocó para cubrirme.
Debían ser las ocho de la mañana y las actividades en el castillo probablemente habían comenzado, dificultándolos el regresar sin ser vistos. Pensé en quedarme en el jardín, pero temía que si los sirvientes me veían con la ropa empapada sospecharan de algo y corrieran a informarle al señor del palacio, que por el momento era el Principe Kenneth. Mis dudas y temores se fueron cuando Nathaniel me tomó de ambas mejillas para plantarme un beso en la frente, que me hizo ladear la cabeza apenada con la sonrisa en mis labios.
—Me has regalado la mejor noche de mi vida —confesó, tomando ahora mis manos para besarlas, sin atreverse a verme a los ojos. Al parecer no era la única que evadía el contacto visual. ¿Cómo las parejas podian verse a los ojos despues de hacer el amor? Me parecía sumamente complicado hacerlo.
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Editado: 06.01.2023