El hombrecillo feliz
«El pueblo le temía y la aristocracia hablaba mal de ella.
Una historia común en todo reino que se precie».
-Un lector describiendo Cuentos de Hadas y Dragones.
Algún mercado fraudulento en la Ciudad de México
12:00 p.m.
Llegamos al lugar donde Joseph Khan debía de estar escondiéndose. Un sitio que no podía ocultar nada bueno.
Clara se cubrió la nariz con su mano y miró a su alrededor con desagrado.
—No puedo creer que Ellos pensaran que esto era una buena idea —dijo, recargándose sobre el hombro del elfo.
—A mí me gusta —Booz sonrió al terminar de decir esas palabras. Esta vez parecía haberse lavado los dientes por lo que no había restos de carne en ellos.
Fergal le dio una palmada en el hombro que casi lo tumba.
—¡A ti todo te gusta, hermano!
No quería que iniciasen una pelea en ese lugar, sobre todo porque estábamos rodeados de humanos y sus pequeñas mentes nos harían ver como un grupo de vagabundos.
Clara rodó los ojos y comenzó a adentrarse en el mercado, revisando los puestos sin mucho interés.
Me mantuve en la parte de atrás del grupo, con mis manos en los bolsillos de mi chaqueta. Decidí ocupar mis pensamientos en algo un poco más interesante, como nuestro plan de salida, porque no creía que nos dejasen huir con un anciano inmortal tan fácilmente.
Después de lo que pareció una eternidad de caminata inservible, Clara y el grupo se detuvo frente a lo que parecía una tienda que acababa de cerrar, algo extraño si teníamos en cuenta que era el mediodía.
—Debe de estar aquí —anunció Clara, hizo una pausa expectante, como si quisiera que aplaudiéramos.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó el enano.
—Hay una extraña energía rodeando el lugar —aclaró la elfa-melliza, dando un paso al frente—. Estoy casi segura de que no será fácil entrar.
Me acerqué y le di una patada al candado con todas mis fuerzas, éste se abrió desmoronándose en el suelo.
—¡Eso es impresionante! —agregó Booz, yendo a por un segundo abrazo.
—¡No! —le dije, colocando mi mano sobre su pecho—. Nada de abrazos hasta que terminemos con esto.
Booz asintió y me dejó trabajar.
Abrí la puerta deslizable, impulsándola hacia arriba, y entré. Enseguida, un olor nauseabundo como a huevos podridos me invadió.
—No voy a entrar allí —me advirtió Clara—, saca a ese hombrecillo de este lugar y yo me encargo del resto.
Asentí, no muy convencida.
Contuve la respiración conforme descendía, pues el olor se hacía cada vez más insoportable.
Una vez abajo, contemplé la segunda escena más terrorífica que había visto en mi vida.
Era como un viejo sótano, con la pintura cayéndose de las paredes y moho creciendo por el techo. Todo estaba desordenado, libros por el suelo, ropa y platos sucios esparcidos por doquier, y lo que era aún peor, había un hombre que aparentaba setenta años dormitando en un sofá color verde completamente corroído por el paso del tiempo. El hombre llevaba solo calzoncillos y una camiseta de Pink Floyd.
Al parecer, hice demasiado ruido, por lo que se despertó a los pocos segundos.
—¿Quién eres? —chilló, cubriéndose con una vieja manta—. ¡Aléjate o te mataré!
El olor a azufre se acrecentó, y humo verde comenzó a salir de la punta de sus dedos.
—¡No, no! —grité, intentando calmar al anciano histérico que estaba frente a mí—. Soy de Ellos, de la resistencia, estamos aquí para ayudarte.
—¿En serio?
De pronto, el humo desapareció, y me pareció que el olor disminuyó un poco.
—Sí —continué, acercándome unos cuantos pasos—. Acompáñenos y nos encargaremos de que esté seguro.
Editado: 03.07.2018