Cómo los cuentos de hadas se volvieron reales
«Hace mucho tiempo había una espada de plata considerada por muchos la más poderosa del mundo.
Lo que no sabían, es que un caballero es lo que hace a una espada poderosa».
-Recopilación de los Cuentos de Oro, escritos por Ada Connaissance.
Ciudad de México
2:40 p.m.
Debía de estar soñando.
Esa era la respuesta a todo lo que estaba sucediendo.
Después de que una mujer de cabello púrpura intentara matarme, me di cuenta de que quizás no era un sueño.
La chica de cabello rizado se había desmayado poco antes de que llegara la policía, dejándome solo con el anciano. Sus amigos se habían desvanecido en cuanto escucharon las sirenas, yo debí de haber hecho lo mismo, pero su cabeza estaba sangrando y no estaba seguro sobre qué hacer.
Nos arrestaron, como era obvio, por alteración del orden público. Al parecer, me había convertido en un criminal.
Estaba sufriendo un ataque de ansiedad de grandes proporciones mientras viajábamos en la parte de atrás de la patrulla, y cuando llegamos a la estación sentí que mi corazón iba a salirse de mi pecho en cualquier momento.
Nos bajamos, y uno de los oficiales tuvo que encargarse de cargar a la chica de cabello rizado hasta el interior de la celda. Una mujer policía le quitó su mochila y un cinturón con distintos líquidos y polvos de dudosa procedencia.
—No abren el laboratorio hasta mañana —escuché que le decía a otro de sus compañeros—, dejaré sus objetos aquí y después vendré por ellos.
Yo parecía ser el único cuerdo de los tres, porque el anciano había decidido empezar a murmurar cosas para sí mientras se balanceaba hacia adelante y hacia atrás en la única cama que teníamos.
Pasaron quizá dos horas hasta que ella despertó. Lucía cansada y desorientada.
—¿Dónde estoy? —preguntó, llevando sus manos a su cintura.
Al parecer, el no traer encima su cinturón la alteró, porque alzó la vista y, al ver los escritorios vacíos (los oficiales habían ido a comer), me miró con odio, y si hubiera podido, me habría estrangulado.
—¡Tú! —vociferó, señalándome y avanzando hacia mí. Una vez que estuvo a una distancia decente, me agarró del cuello de la camiseta y me alzó unos cuantos centímetros del suelo, estrellándome contra la pared de la celda.
—Déjame ir —supliqué en un hilo de voz—, yo no he hecho nada.
—¡Si no hubiera perdido tiempo intentando salvarte el trasero Alessia no nos hubiera alcanzado! —chilló, soltándome y pasándose las manos por el cabello con frustración.
No comprendía lo que estaba pasando, pero sabía que ella estaba teniendo una crisis, y no sabía exactamente cómo ayudarla.
No la conocía de nada, ni siquiera sabía cómo sentirme respecto a estar encerrados en una celda por crímenes que no cometimos, y aun así algo dentro de mi pedía a gritos que le brindara mi apoyo.
—Ellos tienen mi cinturón —agregó, sentándose junto al anciano en la cama—, y no saben cómo usar el contenido de los frascos... eso significa que pueden matarse intentando analizar el contenido.
El anciano seguía balanceándose de atrás hacia adelante cuando, de pronto, pareció retomar la cordura.
—¡El libro! —exclamó—. ¿Todavía lo tienes?
La chica asintió lentamente.
—Estaba en mi mochila —aclaró, no comprendía cómo podían estar manteniendo una conversación normal después de todo lo que había pasado—, debieron de habérmela retirado. Todavía no puedo hacer magia, pero si espero un día seré capaz de romper los barrotes.
Magia.
Ahí estaba esa palabra de nuevo, la única explicación que encontraba a todo lo que estaba pasando, y aun así me resultaba imposible.
—¿A qué te refieres con hacer magia? —pregunté, interrumpiendo su conversación.
Editado: 03.07.2018