– De todas las batallas a las que me he enfrentado en mi larga vida, esta es la más difícil y dolorosa de todas.
– No diga eso, majestad. Estoy seguro que, en el reino, todavía habrán aliados que esperan tu regreso.
La reina Abigail, quien consiguió escapar de la prisión donde la retuvieron contra su voluntad, se había refugiado en una residencia situada en las fronteras del reino del Norte con el reino del Oeste. Debido a su largo periodo de encierro y a su avanzada edad, tardó meses en recuperarse. Y tras saber todo lo acontecido durante su ausencia, pensó que lo mejor era permanecer oculta hasta asegurarse de localizar a aquellas personas en quienes pudiese confiar.
Sin embargo, el tiempo pasó volando. Esos tres años fueron, para ella, un suspiro. Le dolió bastante enterarse de la muerte de la princesa Miriam y, también, de la masacre que la princesa Jade realizó en aquellas lejanas tierras del “Viejo Mundo” para tenerlas bajo su control y fundar la primera colonia lejos del continente.
Si bien siempre buscó que sus hijas la apoyaran con la colonización de otras tierras, nunca pretendió que las tribus que habitaran en ellas fuesen reducidas por el ejército real. Y es que, a diferencia de los reinos situados en el continente Tellus, el resto del mundo vivía de forma precaria y salvaje.
Viajar a esos continentes era como ir por un viaje en el tiempo, donde las personas vivían como los animales y usaban las ruinas y otros artefactos pertenecientes a la antigua civilización humana para construir sus viviendas o crear armas primitivas para defenderse de los depredadores.
La reina Abigail pensaba que esas personas debían vivir por cuenta propia. Para nada deseaba intervenir en sus costumbres y tradiciones, aunque apelaba a entablar negocios y llegar a importantes acuerdos para poder hacer uso de sus tierras de forma pacífica. Sin embargo, la princesa Jade demostró tener otra opinión y, apenas le otorgaron la regencia, autorizó la invasión de esas tribus para diezmarlas y apropiarse de sus recursos con el uso de la fuerza.
De solo pensar en eso, sentía mucha angustia.
Su aliado, quien la visitaba con frecuencia, interrumpió sus pensamientos diciéndole:
– Tu nieta es una niña muy energética y saludable, majestad. Heredó los cabellos castaños de su padre y la pálida piel de su madre. Lamentablemente, se ha vuelto muy tímida por culpa de los reproches de su tía, que se la pasa criticándole por cada pequeño error que comete en su formación de princesa.
– ¿Trajiste fotos de mi nieta? Quiero verla – le pidió la reina.
Su aliado así lo hizo. Metió la mano al bolsillo de su pantalón, extrajo un conjunto de fotos y, mostrándoselas, le dijo:
– Estas fueron las que conseguí.
Abigail contempló en ellas a una niña risueña y alegre. En algunas imágenes tenía puesto un vestido blanco de mangas largas y, en otras, lucía una capa roja que la ayudaba a protegerse del frío.
El jardín del palacio aún seguía igual de verde gracias a los tratamientos químicos que aplicaban a las plantas. De esa forma, las flores podían crecer en lugares inhóspitos para ellas y sin necesidad de suelo fértil. Eso le alegró, porque le daba a entender que Jade aun conservaba cierto cariño por sus raíces a pesar de su fama de mujer perversa y cruel.
– También tengo noticias de mi hermano, majestad.
Abigail abrió los ojos de la sorpresa. Y es que su aliado apenas solía hablar de él, debido a que la mayor parte del tiempo esa persona se encontraba postrada en su cama y casi no había novedades que contar. Tuvo la ligera esperanza de que, al fin, se hubiese recuperado de su larga enfermedad. Pero las noticias no fueron especialmente alentadoras.
– Mi hermano, el rey Marco, sospecha que la princesa Jade adulteró sus medicamentos a propósito para que nunca pueda recuperarse ni cumplir sus deberes de monarca. Pero no tiene cómo demostrárselo.
– ¡Oh, que desgracia! – lamentó Abigail, mientras estaba al borde de las lágrimas - ¿Es que Jade no tiene corazón? ¿Cómo se atreve a atentar contra la salud de su propio padre por causa de su ambición? ¿Qué hice mal para que me salga así?
– Tranquilícese, por favor.
El hombre tomó a la reina de los hombros y la miró directo a los ojos. Abigail dejó de llorar y decidió escucharlo. Su aliado, con toda la seriedad del mundo, le dijo:
– Por ahora, solo conseguí comunicarme con mi hermano y el príncipe Rogelio desde nuestros dispositivos comunicadores. Pero temo que la princesa Jade nos descubra y los amenace para localizarte, majestad. La mitad de la corte la apoya a ella y si se enteran de que usted aún sigue con vida, se armará una guerra civil que es mejor evitar. Por eso, majestad, me gustaría que me dé la autorización para ingresar al palacio y vigilar, personalmente, las acciones de tu hija.
– Pero duque Tulio, eres lo único que me queda ahora. ¿Qué pasa si te descubren?
El duque Tulio sonrió, mientras soltaba a la reina y se alejaba unos metros de ella. y, con una leve reverencia, le respondió:
– La princesa Jade no podrá negarle la entrada al palacio a su querido tío del Sur. Además, es normal que quiera visitar a mi hermano mayor enfermo, temiendo siempre que sea su último día de vida. Por eso, iré en calidad de embajador con la propuesta de “reforzar lazos” con la Nación del Sur y, así, reclutar a las personas que estén dispuestas a luchar de nuestro lado.
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– ¿Por qué la tía Jade no cena con nosotros?
– Está ocupada, amor. Recuerda que muchas personas dependen de ella y no puede dejarlos abandonados solo para acompañarnos a cenar.
El príncipe Rogelio se encontraba en el comedor con su hija, la princesa Leonor, degustando las comidas que el chef del palacio les preparó con mucho esmero. Para el príncipe, esas eran las horas más tristes pero, a la vez, más alegres de su día a día. Triste, porque recordaba que su primera esposa siempre cenaba junto a él, a pesar de lo ocupada que estaba. Y alegre, porque podía pasar tiempo de calidad con su hija quien, debido a su condición de heredera, pasaba horas y horas en compañía de su institutriz para aprender lo básico de ser reina.
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Editado: 16.02.2024