La princesa Jade se encontraba en su oficina, ya que debía revisar los documentos de varias damas nobles para elegir a una de ellas como virreina. Si bien la conquista de las tierras lejanas fue un éxito y se arreglaron, por muchos años, con pequeñas fortalezas controladas por alcaldes, la población establecida había crecido y, también, se unieron gente de diversas tribus. Y todo porque, muchas de esas familias, vivían en situaciones precarias y pensaban que esa civilización sería un buen lugar para garantizar un mejor futuro a sus hijos.
– Mi madre ha sido una ingenua al pensar que estaría bien dejarlos “a su suerte” – se dijo Jade, sin dejar de leer los documentos – según los exploradores, esas tribus no contaban con un buen sistema de salud ni educación, además de que siempre cambiaban a su líder porque a cada rato había revueltas entre ellos. Sí, puede que con la invasión se hayan perdido muchas vidas, pero ese sacrificio ha valido la pena para salvar a otras miles más que disfrutarán de un mejor porvenir.
La joven dio un suspiro y apartó la mirada de los textos para descansar la vista. Decidió tomarse un descanso, por lo que se levantó de su silla y se acercó hacia la ventana, la cual daba al patio. En esos momentos estaba nevando, pero el jardín seguía manteniéndose verde debido a que se encontraba bajo techo. En el centro había un rosal y, cerca de ella, vio a la princesa Leonor jugando con aquel robot que su padre le había comprado hace tiempo.
– Han pasado tres años desde que me casé con el príncipe Rogelio – recordó Jade, mientras presionaba los puños – el tiempo pasa más rápido de lo que imaginé. Por eso, no debo tomarme ni un minuto de descanso o esa mocosa obtendrá lo que yo tanto he anhelado. Sí, es injusto que a ella le otorguen la corona solo porque es hija de mi hermana mientras que, a mí, me toque trabajar duro para ganarme ese derecho.
Un par de minutos después, escuchó que la llamaban en su dispositivo comunicador. Ese aparato tenía la forma de una esfera, pero podía proyectar imágenes holográficas a color tanto del emisor como del receptor. Sin embargo, también podía decidir si quería que la otra persona la viera o no y, en esa ocasión, no quería que vieran su rostro. Así es que activó el botón correspondiente para atender la llamada en modo voz y seguir con su trabajo.
En instantes, se proyectó la imagen de una mujer de cabellos cortos y verdes, ojos color esmeralda y argollas a lo largo de sus orejas.
– Montse – dijo Jade, apenas vio su imagen proyectada de reojo - ¿A qué se debe tu llamada?
– Majestad, la duquesa Elyasa me ha contactado e insiste en que quiere hablar con usted personalmente. Le dije que está ocupada, pero no para de molestarme. ¡Es un fastidio!
La princesa regente dio un bufido. Y es que la duquesa Elyasa era la mejor amiga de su madre, además de que había cumplido funciones de virreina cuando el reino del Norte invadió a la Nación del Sur a causa de una guerra surgida en los tiempos del reinado de su abuela.
Pero ese país recuperó sus dominios luego de que proclamaran la independencia y la instauración de un sistema democrático, siendo así el único de los cuatro reinos donde las reinas eran elegidas a dedo por el pueblo cada diez años. Debido a eso, Elyasa fue destituida de su puesto de virreina y se convirtió en la mano derecha de la reina Abigail para apoyarla durante su periodo de reinado.
“Sí, se supone que la duquesa Elyasa juró proteger a mi madre con su vida”, recordó Jade, con rencor. “Pero fue en su presencia que surgió ese incidente y, hasta la fecha, no se pudo revelar ese misterio. Esa mujer no es de fiar, no solo perdió aquellos valiosos terrenos tomados de la nación de mi padre sino, también, dejó que mi madre desapareciera en dudosas circunstancias. Fue por eso que opté por nombrar a la baronesa Montse como mi mano derecha. ¡No quiero ineptos durante mi regencia!”.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Montse le preguntó:
– ¿Qué hago, majestad? ¿La ignoro? ¿O la mando llamar?
– Dile que puede presentarse a mi oficina – decidió Jade, al fin. No podía evitarla por mucho más tiempo – la secretaria la recibirá y podrá esperar su turno para atenderla.
– Está bien, majestad. Sus deseos son órdenes.
Algunas horas más tarde, la susodicha apareció frente a su oficina. Era una mujer mayor, de cabellos blancos y recogidos en un rodete. Llevaba un vestido azul de mangas largas junto a una capa negra que colgaba de sus hombros.
La duquesa Elyasa inclinó ligeramente la cabeza y le dijo:
– Su alteza… digo, su majestad, veo que se ha adaptado muy bien a su cargo de regente. Me alegro que pueda con esta importante labor y estoy segura de que su madre estaría muy orgullosa de usted.
– Sin rodeos, señora – le dijo Jade, con frialdad – dime a qué se debe que tanto insiste en verme y márchese, que estoy muy ocupada.
La duquesa respiró hondo un par de veces, como si se contuviera en no regañarla por su mala educación, y decidió ir directo al grano.
– Escuché rumores de que planea unificar las colonias formadas en el “Viejo Mundo” y fundar un virreinato. Como usted sabrá, yo he sido virreina de las tierras que tomamos del Reino del Sur hace décadas atrás, durante el mandato de su majestad la gloriosa reina Nadelina. Y es por eso que, si usted está en busca de una virreina, me ofrezco a ocupar ese cargo para demostrar mi fidelidad a la corona.
– No lo sé, señora – dijo Jade, mientras se llevaba una mano al mentón - ¿No es usted demasiado mayor para eso? Esas tierras están muy lejos y, aun si viajara en avión, sería agotador para su salud. Y hasta donde yo recuerdo, usted no pudo contener al grupo rebelde que invadió su colonia para proclamar la independencia. ¿Qué te hace pensar que podrá lidiar con un par de tribus salvajes, conformada por gente incivilizada y que viven como los animales?
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Editado: 16.02.2024