Jade estaba delante de un prisionero encadenado a una silla, a quien lo había amordazado y vendado los ojos. Solo podía saber que estaba consciente porque su piel reaccionaba cuando lo rozaba con un dedo.
– Así es que tú eres ese tal “Plata”, ¿verdad? – le dijo Jade, cuya mano pasó hasta el cuello del prisionero – el líder del grupo rebelde que intentó desafiarme. ¿Sabes? Tus queridos compañeros te delataron y mis valientes espías te localizaron fácilmente. ¿De verdad pensabas que ocultando tu rostro o usando un seudónimo estarías fuera de mi mira para siempre? ¡Jah! ¡No tienes ni idea de con quien te has metido!
Apretó las uñas al cuello del prisionero hasta hacerlo gemir del dolor. Después de unos intensos segundos, lo soltó y tomó un par de tijeras gruesas, con las cuales le cortó una oreja. Si no fuera por la mordaza, sus gritos habrían traspasado las paredes de la celda.
– Te cortaré en pedacitos hasta que solo seas un pedazo de carne inútil – le dijo Jade, con una voz fría – pero descuida, no te mataré. Quiero verte sufrir, hacerte pasar por una agonía tan intensa que desearás no haber nacido. Y cuando termine, te enviaré de regreso a tu casa para que tu familia vea lo que les pasa a los que intentan desafiarme.
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Tras una intensa jornada, Jade regresó a su oficina, donde le estaba esperando su fiel amiga y mano derecha, la baronesa Montse.
– ¿Hay alguna novedad? – le preguntó la princesa regente a la baronesa.
– Sí, majestad. Y son buenas noticias – respondió Montse, con una ligera sonrisa – Tras la captura del líder del grupo rebelde, logramos dispersar a los integrantes y someterlos con facilidad. Tenemos a sus hijos bajo nuestro control, así no volverán a hacer sus revueltas en las ciudades.
– Me parece bien, Montse – dijo Jade, mientras se sentaba en la silla de su escritorio y tomaba una taza de té que le habían preparado con anticipación – Hiciste un buen trabajo. Sabía que podía confiar en ti.
– Me agrada serle útil, majestad – dijo Montse, esta vez ampliando su sonrisa – pero aun tengo más cosas que informarle. Si me lo permite, claro.
– Solo suéltalo, querida. Sabes que más allá de nuestros rangos, tú y yo siempre seremos amigas. Solo a ti te tengo permitido decirme lo que quieras.
– En ese caso, dejaré que estas imágenes hablen por sí solas – dijo Montse, levantándose de su asiento y mostrándole unas fotografías que llevaba en las manos – El espía que usted contrató para espiar a la supuesta amante del duque Tulio me las envió. Seguro le interesará.
Jade tomó las fotos que le pasó Montse y, pronto, su expresión relajada pasó a la de sorpresa.
Ahí, pudo ver a una mujer cubierta con una capucha, hablando con un grupo de soldados provenientes del reino del Oeste y siendo escoltada por otros dos guardias más de armadura plateada, propias del reino del Norte.
Pero lo que más le intrigaba era que esos dos guardias pertenecían a la escolta real de la reina Abigail, quienes fueron destituidos de sus cargos tras la desaparición de la monarca. Se preguntó si estaban confabulando con los del reino del Oeste para una posible invasión, aunque eso era imposible porque nunca habían tenido problemas con ese reino.
– Aún no pude confirmar que esa mujer sea la reina Abigail, majestad – dijo Montse, tras ver que Jade no había dicho nada por largo rato – pero que esté escoltada tanto por soldados del reino del Oeste como los ex guardias reales del reino del Norte es más que suficiente para deducir que se trata de una persona muy poderosa. Y me atrevería a decir que ella mandó al duque Tulio al palacio para espiarnos.
Jade apartó la vista de las fotos y se puso de pie. Luego, caminó en círculos mientras pensaba en su próximo movimiento. En un momento, murmuró:
– Aplastar al grupo rebelde comandado por “Plata” fue sencillo. Tanto su líder como sus seguidores eran simples campesinos sin poder ni influencias. “Plata” fue traicionado por su propia gente y, por eso, fue sencilla su captura. Pero ahora estoy ante alguien con los recursos suficientes para contratar escoltas de ambos reinos y que, encima, esté emparentada con el duque Tulio. Aun así… ¡No tiene sentido! ¡Mi tío es de la nación del Sur! ¿Por qué haría trato con los del Oeste? Hay algo extraño aquí…
– En ese caso, ¿No deberíamos limitar los movimientos del duque Tulio dentro del palacio, majestad? – preguntó Montse, mientras también se levantaba para acercarse a Jade – que no pueda ir a ciertas secciones ni salir más allá de los muros. ¡Ah! ¡Y no nos olvidemos del príncipe Rogelio! Él entabló contacto con el duque, seguro está tramando algo.
– No – dijo Jade, dándose la vuelta y sorprendiendo a Montse por su negativa – Si hacemos eso, se pondrán a la defensiva más rápido. Lo mejor será que se sigan moviendo a sus anchas. Así podrán bajar la guardia más rápido y, cuando den cualquier paso en falso…
La princesa regente desenvainó un puñal que llevaba escondido bajo su falda y la lanzó al costado de la cabeza de Montse, quien permaneció quieta en su sitio porque sabía que su amiga nunca la haría daño. El arma quedó clavada por el marco de un retrato de la reina Abigail en sus años mozos.
– No importa el parentesco que tengamos – dijo Jade, mirando a Montse con frialdad a la par que revelaba una sonrisa siniestra – quien quiera que se atreva a interponerse en mi camino, será castigado. Por eso, baronesa Montse, espero que des lo mejor de ti para ponerlos a todos en evidencia, sea quien sea.
– Entendido, majestad – dijo Montse, mientras volvía a sonreír a la par que su corazón se agitaba por la emoción – Déjamelo todo a mí. Seré tus ojos y oídos para apoyarla en tus sueños de ser la reina.
– Gracias por todo, Montse. Juntas lograremos llegar a la cima.
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Editado: 16.02.2024