Elyasa se dirigió al taller de mecánica situado en las afueras de la ciudad. Ahí solían reparar los carros del palacio, pero también acudían nobles y burgueses que buscaban comprar repuestos y otros accesorios que los mecánicos solían recolectar para venderlos o usarlos en sus ensamblajes.
Por lo general, era un lugar muy concurrido. Pero, al ser de noche, apenas había un aprendiz que tomó horas extras para terminar de montar el motor de un vehículo.
La duquesa saludó al muchacho y se centró en buscar el coche de color azul que indicaba la nota.
Por suerte, lo encontró. Pero no había ningún chofer, lo cual le extrañó.
Antes de entrar en pánico, el aprendiz se acercó a ella, le entregó una nota y le dijo:
– Señora, R.A. me pidió que leyera esto.
Elyasa tomó el papelito y leyó lo siguiente:
Entra al auto, en los asientos traseros. No te preocupes, no explotará. Desde ahí nadie nos escuchará ni sospechará nada. Lo entenderás mejor cuando subas.
La duquesa dio un ligero suspiro. Por alguna razón, recordó cuando Abigail era una princesa y, cada tanto, jugaban a juegos de misterios donde se dejaban cartitas con posibles pistas para desentrañar algún asesinato o robo ficticio, salido de sus imaginaciones.
Sin dudarlo, entró hacia la parte de los asientos traseros y vio que, ahí, le esperaba otra persona.
Sus ojos se abrieron de la sorpresa al encontrarse con la reina Abigail, sonriéndole como si apenas dejaran de verse por un par de días.
– Diosa santísima – exclamó Elyasa – pero… ¿cómo?
– ¿Pensabas que unos sucios sicarios serían rivales para mí, vieja amiga? – preguntó Abigail y, sin esperar respuesta, continuó – he recibido apoyo del reino del Oeste gracias a que les hice un gran favor hace muchos años. Es en casos como estos que la alianza entre naciones resulta ser muy conveniente.
Elyasa se quedó sin palabras. Por mucho tiempo creyó que Abigail había perecido aquel día, así es que eso podría explicar el porqué nunca regresó ni dio señales de vida. Sin embargo estaba ahí, diciendo que vivió de incógnito en otro reino y sin siquiera haber hecho acto de presencia.
Antes de decir algo, Abigail continuó con sus explicaciones:
– He estado indispuesta, además de que tenía mis dudas de hasta qué punto mi hija tomó el control de la corte. No quería creer que se atreviese a intentar matarme, pero tras saber lo que le hizo a su propio padre, ya no sé en qué pensar.
– Pero majestad – dijo Elyasa, al fin, sin evitar mostrar indignación en su rostro - ¿Por qué no intentó contactarse conmigo? ¡Muchas personas han esperado su retorno por años! ¿Cómo permitió apagar sus esperanzas tras larga espera? Y lo que es peor, ¿acaso no pensó en su nieta? ¡Esa pobre niña vivió bajo la sombra de su tiránica tía en sus primeros tres años de vida! ¿Por qué, majestad? ¿Por qué?
La expresión de Abigail se entristeció al escuchar las recriminaciones de Elyasa. Aunque sabía que varios la esperaban, tenía miedo de que sus enemigos la localizaran para matarla al instante. Aun no tenía pruebas fehacientes de que Jade planeó su secuestro y encierro en aquella isla remota, así como tampoco pensaba que Miriam siquiera intentada desaparecerla del mapa para usurparle el trono antes de tiempo. Los soldados que la mantuvieron cautiva solo mencionaron “su hija”, pero nunca dijeron su nombre.
Aun con todo eso, dedujo que solo querían atormentarla psicológicamente y que “alguien más” actuó desde las sombras. Con eso en mente, dijo en un susurro:
– Temo por mi vida. He pasado por tanto suplicio… el solo hecho de pensar que una de mis hijas falleció y que mi nieta sufrió en soledad me hace doler el corazón. Pero, también, pienso que todavía no es demasiado tarde para remediarlo. Sí, sé que debí aparecerme antes, pero hasta no cerciorarme de que tenga personas 100% leales a mí, no quería hacer ningún movimiento. Espero que algún día puedas entenderlo.
– Yo estoy dispuesta a morir por usted, majestad – comenzó a decir Elyasa, mientras algunas lágrimas recorrieron su rostro – no me importó perder mi puesto de mano derecha ni mi prestigio al ser expulsada de la corte. No me importa siquiera perder mi dignidad si con eso puedo paliar el error que cometí ese día.
– ¿Error? ¿Cuál error?
Elyasa se secó las lágrimas, respiró hondo y soltó lo que se tenía atorado desde hacia cuatro años:
– Dejar que aquellos sicarios la llevaran y no haber hecho el esfuerzo por rastrearlos.
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De camino a su hogar, Elyasa repasó mentalmente las palabras que le dijo Abigail durante su breve reunión. Todavía seguía escéptica por cómo lo llevarían a cabo, con tanta vigilancia que habría en la ciudad en el día del evento.
Aunque Jade perdió su título y puesto, todavía poseía una fuerte influencia en la guardia real. Además, tenía a esos salvajes comiendo de la mano ya que, pese a que los forzaba a pelear entre sí, les brindaba beneficios y una promesa de pronta liberación si le juraban lealtad. Debido a eso, logró que ellos confiaran en ella y, los más comportados, hasta gozaban del privilegio de salir de las celdas y seguirla por todos lados como si fuesen sus escoltas.
“El rey Marco es un ingenuo”, pensó Elyasa. “Él cree que su hija no planeará ningún golpe de estado si la deja “divertirse” por un rato. Pero bueno, me alegra saber que esté al tanto de la situación de Abigail, eso hará más fácil las cosas. La corte piensa que está delirando, escuché rumores al respecto, pero de verdad la reina está viva y él lo sabe, solo que tiene miedo de decírselo a todo el mundo”.
La duquesa suspiró. Tenía tanto que hacer en tan poco tiempo. En el fondo le alegraba no pertenecer a la corte, ya que podría moverse a sus anchas por la ciudad al no contar con tantas responsabilidades. Su ducado era gestionado por una administración bastante eficiente, así es que tenía tiempo libre de sobra.
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Editado: 16.02.2024