La princesa de repuesto

Capítulo 27. La hija ingrata

Unas horas antes del inicio del evento, Jade recibió un mensaje de uno de sus espías, quien estuvo rastreando al duque Tulio y a la princesa Leonor. El espía fue quien avisó al francotirador dónde se encontraba su objetivo para ponerle fin a su existencia, pero jamás creyó que no solo fallarían por la ayuda inesperada, sino que también, CASUALMENTE, la reina Abigail haría acto de presencia.

La joven casi se cae de su asiento al leer el mensaje. Si bien los informes anteriores provenientes del límite con el reino del Oeste nunca confirmaron que la misteriosa mujer fuese su madre, en esos instantes el espía estaba 100% de lo que decía. Su corazón latió con velocidad al saber que su madre seguía con vida. Una parte de ella temía que descubriera su contrato fallido con los sicarios. Pero, por otro lado, podía alegar que solo intentaba salvarla y que había escuchado rumores sobre una conspiración para desestabilizar el reino.

Sin embargo, tal parecía que dicha conspiración si existió, o al menos eso presintió debido al extraño comportamiento de los sicarios aquel día. Lamentablemente, pasaron tantas cosas durante ese periodo y jamás indagó sobre el asunto, por lo que tomó a su madre como muerta… hasta hace poco.

Lo de la residencia en las inmediaciones del reino del Oeste siempre le pareció extraño. Y más aumentaron sus sospechas cuando confirmaron que la misteriosa mujer que residía ahí desapareció al instante.

Luego, cuando el rey Marco reasumió su puesto, ignoró por completo aquel hecho alegando que “no lo veía amenazante” y que era normal que los nobles tuvieran residencias vacacionales en distintos reinos. En su lugar, se centró en emitir un comunicado, en donde abolía todo tipo de persecución contra los integrantes del grupo rebelde para que regresaran con sus familias.

Como justo coincidió el tema del evento, Jade casi no tuvo tiempo de indagar sobre eso, hasta que recibió el mensaje del espía. Y mientras se hacía preguntas, recibió la visita de una persona bastante peculiar.

Ella pidió a sus pocos aliados que le dejaran pasar a cualquier persona, sin importar su condición, a sus oficinas, si esta le decía que tenía información importante. En este caso, se trataba de un muchacho de origen humilde, o eso creía. Usaba un conjunto de ropas grises y portaba una bolsa de cuero que hacía sonidos metálicos, como si llevara algunas herramientas. Tanto sus manos como su cara estaban manchadas de aceite negro, por lo que la joven intuyó que se podría tratar de algún hijo de mecánico o artesano de esculturas de hierro.

El chico, al verla, inclinó ligeramente la cabeza y le dijo:

– Soy Jonás, un aprendiz de mecánico. Hace cinco noches me quedé haciendo horas extras en el taller donde el maestro me tomó a su cuidado. Recibí la visita de una mujer de edad, no pude verle el rostro, pero asumo que era bastante mayor por su voz, además de que noté que era alguien de alta cuna por la forma en que hablaba. Sus disfraces de mendiga no me convencieron, los nobles y reales son muy fáciles de distinguir de entre la plebe.

– Se nota que eres muy inteligente, Jonás – le dijo Jade, mientras que con una mano le indicaba que tomara asiento – pero no me imagino que haya venido de tan lejos solo para contarme un chisme. Dime todo lo que sucedió aquel día, no importa qué tan insignificante sea, no omitas nada.

El muchacho se sentó, con calma. Miró a la reina y continuó con su explicación:

– La mujer me pidió que entregara un recado. Como no sé leer, no estoy seguro de lo que decía la nota, solo me dijo que le entregara a una persona en específica. La vi llegar bien entrada a la noche e hice lo que se me indicó. La mujer era bastante mayor y se notaba que era una noble por sus vestimentas extravagantes. La curiosidad pudo más y me puse a escuchar. No me creerá si se lo cuento, alteza.

– Eso dependerá de mi criterio, muchacho – dijo Jade, mientras sacaba del cajón de su escritorio un manojo de monedas de oro – considera esto como un adelanto por venir hasta aquí. Cuando me cuentes todo lo que escuchaste, te daré un diamante.

Jonás asumió con la cabeza y continuó con su explicación. La joven lo escuchó atentamente y, a medida que avanzaban los minutos, se percató de que, al fin, resolvería ese misterio que la había atormentado durante cuatro años.

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Abigail y Marco se mantuvieron abrazados todo este tiempo, dentro de las celdas. Si bien era un sitio generalmente sucio y oscuro, los guardias tuvieron la consideración de proveerles una cama y algunos utensilios de limpieza para que estuviesen lo más cómodos posibles.

Ninguno emitió palabra alguna. Algo les decía que Jade lo planeó todo. Al menos, ahora se tenían el uno al otro y les sería más sencillo sobrellevar esta situación.

La puerta de su celda se abrió. La persona que ingresó a ella fue Jade quien, en esos momentos, llevaba un vestido negro cubierto con una capa de caperuza rojo sangre.

La joven bajó la caperuza y miró fijamente a su madre, con la boca abierta. En verdad no daba crédito a sus ojos. La reina Abigail había regresado sin siquiera haberse percatado.

Abigail soltó a Marco y se puso de pie. Hizo amago de acercarse a su hija, pero se detuvo. Miles de sentimientos se le cruzaron en la mente. Por un lado, quería abrazarla, contenerla y decirle cuánto la extrañaba. Pero, por otro lado, quería golpearla, recriminarla por intentar atentar contra su familia y señalar su desidia con el rey Marco, el príncipe Rogelio y la princesa Leonor.

Pero, al final, respiró hondo y solo atinó a decir:

– Jade, ¿por qué?

Jade cerró la boca y se llevó una mano al mentón, en modo pensativo. Ella también se preguntaba el porqué, aunque sus dudas eran completamente diferentes a las que tenía Abigail en esos momentos. Después de un largo silencio, apoyó sus manos por la cintura y dijo:




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