La nieve comenzaba a derretirse poco a poco. En ciertas zonas del reino ya era posible presenciar el pasto verde, pero el viento seguía siendo demasiado frío como para abandonar los abrigos por completo.
En el templo, un pequeño grupo de fieles asistieron a los rezos y, al salir, comentaron entre sí sobre los últimos acontecimientos.
De esa forma, el duque se enteró de que el torneo de combates de los salvajes fue un rotundo éxito. Muchos de los guerreros fallecieron, una gran mayoría quedó con heridas graves y solo dos de ellos fueron liberados debido a que sus duelos quedaron en empate.
Sin embargo, no escuchó nada sobre que la reina Abigail haya hecho acto de presencia ni reclamado el trono.
Era como si nada hubiera cambiado. Así es que tuvo un mal presentimiento.
Se dirigió a las habitaciones del templo, llamó a la sirvienta y al guardia y les dijo:
– Nos vamos. Este lugar ya no es seguro.
Pero antes siquiera de hacer cualquier movimiento, escucharon unos gritos provenientes de la entrada del templo.
La princesa Leonor, quien estaba jugando, salió de su habitación y se dirigió hacia allá. El duque Tulio logró atraparla a tiempo, pero consiguió ver lo que estaba pasando: un hombre y una niña vestidos con harapos suplicaban a la sacerdotisa, con las manos extendidas hacia ella:
– ¡Por favor, tenga consideración con nosotros! ¡Nos morimos de hambre y nadie se apiada de nuestra condición!
La pequeña princesa señaló a la niña y le preguntó al duque:
– ¿Por qué está así?
– Porque es una mendiga, como su padre – le respondió el duque.
– ¡Pero es una niña! – insistió Leonor – Las niñas deben ser bonitas.
Ante eso, al duque se le ocurrió una idea.
Se acercó al pobre hombre, quien en esos momentos estaba comiendo con su hija un pedazo de pan que les entregó la sacerdotisa. Supuso que estuvieron viajando y quedaron varados en la tormenta, terminando con todas sus sobras, por lo que anduvieron por los alrededores buscando comida y refugio.
El duque, conteniéndose la repulsión que sentía al verlos andrajosos, le dijo al mendigo:
– Buen hombre, si me lo permite, le puedo dar algo con el que usted y su hija podrán intercambiar por una cuantiosa cantidad de monedas y víveres para resistir el mes.
– ¿De qué habla, señor? – le preguntó el mendigo.
– Solo sígueme – dijo el duque – y también lleva a tu hija. Sé que esto les encantará.
Y así, el duque Tulio llevó a padre e hija a la habitación donde tenía guardada las cosas de la princesa.
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Tanto el combate como el baile de máscaras fueron un éxito. Todo el pueblo se sintió alegre, hacia tiempo que no disfrutaban de una buena celebración en la ciudad.
Los únicos que lucían alterados eran los miembros de la corte, quienes se preguntaban una y otra vez dónde se encontraba el rey. Tenían entendido que volvió a enfermarse, pero durante la mañana, un par de sirvientes se dirigieron a sus aposentos para hacer la limpieza matutina y encontraron la cama vacía.
Pero lo que más les extrañaba era que la princesa Jade se sentó en el trono que solía ocupar el rey. Se suponía que ella ni siquiera tenía derecho de situarse a su lado ya que le destituyeron de sus títulos. Pero cada vez que alguien quería acercarse para pedirle que se retirara, unos guardias la rodeaban a modo de protección y lo ahuyentaba mostrándoles sus rifles láser.
Jade, al asegurarse de que todos estuvieran delante del trono, extendió el decreto firmado a la fuerza por los reyes y les dijo:
– Mi madre me tenía oculto este tesoro, en donde previó que alguna lamentable crisis amenazaría con alterar la paz del reino. Sí, ella había escrito, con su propia mano, que yo heredaría todos los derechos de heredar el trono si mi hermana falleciera. Ha pasado tiempo desde que mi sobrina, la princesa Leonor, desapareció sin dejar rastros. Y mi padre, lamentablemente, está tan indispuesto que tuve que enviarlo de urgencia a un centro hospitalario. Si bien él no autorizó la restauración de mis títulos, todos sabemos que la reina tiene la última palabra, sea dicha por su boca o por escrito. Así es que no hay justificación, soy la única opción.
Varias bocas se abrieron a la par, lanzando un barullo ininteligible para la princesa. Pero ella sabía que, a esas alturas, la corte estaba completamente fragmentada dado que, en su mayoría, lo conformaban nobles que siempre se inclinaban por aquellos que más les convenía. Muy pocos eran leales a alguien al 100% y, cuando sucedían estas cosas, siempre generaba una gran confusión.
Ante eso, una dama noble preguntó a la joven, en voz alta:
– ¿Pero qué pasa si la princesa Leonor es encontrada con vida?
– ¡Cierto! – le siguió un noble - ¡Aún no puede actuar como si la princesa heredera ya no existiera en este mundo!
Uno de los guardias que protegía a Jade estuvo a punto de dispararlo, pero la joven lo detuvo y les respondió a ambos nobles:
– Entiendo su preocupación. En ese caso, esperaré hasta que llegue el cumpleaños número cuatro de mi sobrina, que será en dos semanas. Si durante ese tiempo sigue sin dar señales de vida, entonces tendrán que confiarme el destino del reino en mis manos. Les guste o no.
Tres días después, un par de sicarios ingresaron al palacio por la puerta trasera, acarreando dos pesados bultos. Jade los dejó pasar, porque era del grupo que contrató para que eliminaran a la princesa y al duque en algún sitio silencioso.
– Majestad, lo logramos – dijo uno de los sicarios – asesinamos a los objetivos.
– Quiero verlos – dijo Jade.
Los sicarios destaparon los cadáveres y Jade dio un grito de susto. Era un hombre mayor y una niña de edad similar a Leonor. Si bien no eran ellos, tenían puestos los mismos trajes, por lo que intuyó que el astuto duque tomó a un par de mendigos y les regaló ropa para escapar fácilmente de su mira.
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Editado: 16.02.2024