Entré a la habitación y cerré la puerta de un golpe tras de mí. Arrojé el cuadernillo con furia sobre la mesita y me tiré en la cama, lanzando un sonoro suspiro de frustración. Desde el otro lado de la habitación, Gabriel se encaramó en su cama, se sacó los auriculares, y con el codo descansando sobre la curva de la guitarra, aventuró:
—¿El curso de ambientación no va bien?
—¡La mayor parte del tiempo no sé ni de lo que están hablando los profesores!— dije, enojado conmigo mismo—. La universidad no es para mí.
—Ten paciencia. Siempre es difícil los primeros días.
Negué con la cabeza:
—Todos los demás parecen saber exactamente qué hacer. Yo estoy totalmente perdido.
Gabriel se rió:
—Créeme, todos aparentan saber lo que tienen que hacer, pero la mitad está tan perdida como tú.
—No lo creo. Para hoy había que leer un texto. Lo pedí en biblioteca pero no lo tenían. Pensé que todos iban a tener el mismo problema, pero resulta ser que todos tenían el texto leído para hoy. Cuando pregunté de dónde lo habían sacado, me dijeron que estaba en la plataforma virtual. Cuando pregunté al chico que estaba sentado a mi derecha adónde quedaba la plataforma virtual, se rió como si le estuviera contando un chiste... Te lo digo, es como si hubiera aterrizado en otro mundo. No pertenezco aquí.
Pensé que Gabriel se iba a reír de mí como mi compañero del curso, pero en cambio me miró serio y me dijo:
—La plataforma virtual no existe físicamente. Es un sitio de internet.
—¿Un sitio de internet?
—Sí, internet.
—No entiendo.
—¿No has oído hablar de internet?— me preguntó, asombrado.
Yo permanecí en silencio. No me atrevía a decir la verdad, no me atrevía a decir que no tenía ni la más remota idea de lo que me estaba hablando. Lentamente, Gabriel desconectó los auriculares del amplificador, se desenganchó la correa de la guitarra y la apoyó suavemente en el soporte, pensando.
—Cuando me dijiste que venías de un lugar apartado del mundo... realmente querías decir apartado del mundo, es decir, no estabas exagerando, ¿no es así?— dijo él.
Asentí.
—Imagino que tampoco sabes lo que es una computadora.
—Las vi en la biblioteca— dije tímidamente.
—Pero no sabes manejarlas.
—Nunca he tocado una.
Gabriel suspiró. Aunque tenía un aspecto desmañado y una mirada normalmente hosca que gritaba a todos que no quería ser molestado, Gabriel había resultado ser un buen amigo para mí. Estudiaba segundo año en la facultad de música. Tenía intenciones de convertirse en guitarrista. Aunque para mí, ya lo era. Lo veía tocar y componer a diario por horas, y me daba la impresión de que no necesitaba que ninguna facultad le enseñara nada. Cuando le dije mi parecer al respecto, se rió a carcajadas, me miró a los ojos y me dijo: “Me caes bien, Miguel.” Aquel día, ese muchacho de aspecto lánguido, con los cabellos negros enmarañados, se convirtió mi tabla de salvación. Fue él quien me mostró el campus y me explicó las reglas de los dormitorios universitarios, los horarios y costumbres en el comedor, y los pasos a seguir para manejarme en la biblioteca.
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Editado: 24.03.2018