Arrojé las ramas que había recogido en el suelo. Dana había ensartado el conejo en un palo y había clavado un par de ramas a la distancia suficiente para calzar el palo arriba de forma horizontal. Prendió el fuego al costado del conejo con el pedernal, ayudándose con unas hojas de pino secas, y comenzó a agregar las ramas que yo había traído. Cuando obtuvo brasas, comenzó a empujarlas debajo del conejo con un palo.
El sol ya había desaparecido por completo en el horizonte y comenzó a soplar una brisa fresca. Los sonidos nocturnos del bosque se unieron al crepitar del fuego. Me senté al otro lado de la fogata, enfrente de ella.
—Dana…
Ella levantó la vista del fuego para mirarme. Sus ojos brillaban con la luz cálida del fuego.
—¿Por qué no me enviaste un mensaje?— le pregunté.
—¿Qué?
—Cuando Gin te llevó, ¿Por qué no me enviaste un mensaje con tu habilidad? ¿Por qué no me llamaste?
—No podía ponerte en peligro. Tu vida es demasiado importante— respondió ella.
Negué con la cabeza.
—Tu vida es tan importante como la mía.
—Gracias por pensar eso, pero no es verdad. Si yo muero, tú puedes seguir adelante; pero si tú mueres, ya no habrá esperanza.
—¿Esperanza de qué?
—De que Bress sea destruido.
—No voy a matar a nadie. No soy un asesino. Además, ¿cómo puede haber esperanza en el asesinato de alguien?
—Bress no es solo “alguien”.
—Es un criminal, lo entiendo, pero aún así...
—Bress va más allá de ser un criminal.
—¿Qué significa eso?
—Todos podemos tener momentos de oscuridad. En nuestra libertad podemos decidir hacer bien o mal. Aún si sucumbimos a la oscuridad, podemos encontrar redención y volver a la luz. Pero no Bress.
—¿Por qué no?
—Bress pactó con la oscuridad, le entregó su libertad y su vida. Su alma ya no es suya, pertenece a la oscuridad. Él ya no es una persona como tú o como yo; él es solo una extensión de la oscuridad. Su objetivo es la esclavización y la muerte del Círculo. Muerte en vida.
Muerte en vida. Yo sabía muy bien lo que era eso. Lo había experimentado con los hermanos del Divino Orden por veinte años...
—¿Por qué debo ser yo el que lo mate?
—Porque ninguno de nosotros tiene el poder suficiente para hacerlo.
—Yo tampoco tengo el poder para hacerlo— protesté.
—Marga no opinaba eso.
—Tal vez mi madre se equivocó.
Dana negó con la cabeza:
—En trescientos años Marga nunca se equivocó. Tampoco se equivocó con esto.
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Editado: 24.03.2018