Zenir se acomodó en su mecedora y encendió una pipa de madera.
—¿Cómo sabía que nos dirigíamos hacia el norte?— pregunté.
Él me miró sin comprender:
—¿Qué?
—Cuando vine con Luar a buscarlo y le dije que estaba con Dana, usted sabía que nos dirigíamos hacia el norte.
Zenir se quitó la pipa de la boca, dando una gran bocanada de humo.
—¿Adónde más irían el Undrab y la Mensajera si no es al Concilio en Tu Danacum?
—¿Concilio? ¿Qué Concilio?
Zenir apretó los labios:
—Estamos en medio de una guerra, Lug. El Concilio de Tu Danacum decidirá las estrategias a seguir. Tu presencia nos ha provisto con una oportunidad única para la victoria. Una oportunidad que hemos estado esperando por muchos años. Por eso Nuada envió a su hija a buscarte: para llevarte al Concilio.
Abrí la boca para contestar, cuando Dana entró en la casa con los platos limpios, poniéndolos sobre la mesa. Me puse de pie y la tomé de un brazo, arrastrándola afuera de la casa.
—¿Qué pasa?— preguntó ella, sorprendida.
Cerré la puerta detrás de mí y la tironeé fuera del alcance de los oídos de Zenir, adentrándome en el bosque oscuro.
—¿Quieres hablarme del Concilio de guerra al cual me estás arrastrando?— le espeté, la mirada cargada de furia.
—¿Qué? ¿Quién te dijo eso?— ella parecía más alterada que yo.
—Zenir.
—No es posible— murmuró más para sí que para mí.
—Me manipulaste todo este tiempo. Me hiciste creer que yo había elegido ir a ver a tu padre, pero tu plan fue todo el tiempo llevarme a ese Concilio y mezclarme en una guerra— le reproché con los dientes apretados.
—Creo que no entiendes la dimensión del problema— comenzó ella.
—Entiendo perfectamente— la corté—. Entiendo que quieres convertirme en algo que no soy. Pero estoy cansado de que me manipulen, de que me mientan.
—Lug, el Concilio es secreto, no es posible que Zenir sepa...
—¿El beso que me diste también era una mentira? ¿Estabas intentando seducirme para que me uniera a tu causa?
Ella abrió la boca, atónita. Las palabras no le salieron. En cambio, me abofeteó con tal fuerza que me hizo trastabillar. Los dos nos miramos en silencio, con ira contenida. Me llevé la mano a la cara, tratando de calmar el dolor de la cachetada. Abrí la boca para hablar, pero ella me ganó de mano:
—¿Cómo te atreves a decirme eso? ¿Crees que soy una prostituta? ¿Crees que me vendería a cualquiera por un beneficio personal? ¿Sabes acaso a cuántos hombres he besado antes que a ti? A ninguno. Te besé porque nunca nadie me había hecho sentir como tú. Te besé porque sentí que entre tú y yo había una conexión. Sentí que mi corazón se derretía con ese beso. Sentí...— Las lágrimas comenzaron a brillar a la luz de las estrellas, deslizándose por sus mejillas. Trató de contener el llanto—. Creí que había significado lo mismo para ti, pero obviamente no fue así. No sé por qué respondiste a mi beso si pensabas que no era sincero.
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Editado: 24.03.2018