—¡Bueno!— gritó el viejo, mirando mi cara soñolienta—. Creí que seguirías durmiendo por una semana seguida.
Miré en derredor, un poco confundido. La luz de la mañana entraba por una ventana pequeña en el costado de la sala. Poco a poco comencé a recordar. Me miré el costado derecho. No tenía la faja. Me toqué tentativamente con la mano. No había dolor. Nada. Era como si nunca hubiera tenido las costillas rotas. Sonreí.
Zenir me devolvió la sonrisa:
—¿Valió la pena?
Respiré hondo. Me puse de pie de un salto, torcí el tronco hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Nada. Sin dolor.
—Creí que me iba a morir quemado por dentro. Pudiste advertirme.
—Lo hice. Bueno, parcialmente. Si te hubiera descripto realmente lo que ibas a sentir, no habrías dejado que te toque. ¿Valió la pena?
—¿Estoy totalmente curado?
—Totalmente.
—Entonces, sí, valió la pena— aseguré.
Zenir asintió con la cabeza, satisfecho.
—En la parte trasera hay un aljibe, puedes ir a quitarte el anquilosamiento allí.
—Gracias, ¿y Dana?
—Se ha levantado hace rato, y salió a buscar frutas y verduras para el viaje. Dice que no comes carne.
—No me gusta que algo tenga que morir solo para alimentarme— expliqué.
Zenir sonrió, complacido ante mi respuesta.
—¿Y Kelor?
—Retozando en el bosque con Luar.
—¡Qué bueno! Parece que todos estamos en buenas condiciones, entonces— sonreí, complacido—. Bueno... creo que iré a refrescarme al aljibe— dije, desperezándome.
—Mientras tanto, te prepararé un buen té para que desayunes con unas manzanas que quedaron de anoche.
Asentí las gracias y me dirigí al patio trasero.
Cuando Dana volvió, yo ya estaba terminando mi desayuno. Me miró, simulando sorpresa, y dijo:
—Bueno, bueno, parece que sobreviviste. Es hora de partir. He juntado unas provisiones, y nuestras cabalgaduras esperan.
—Yo también he preparado algo para ustedes— apuntó Zenir.
Fue hasta una de las habitaciones y trajo unos paquetes.
—Es arroz y lentejas, de mi reservas— explicó, señalando los paquetes—, y unas hierbas curativas para que eviten el uso de más calidea— terminó, mirando de reojo a Dana.
—Esto no figuraba en el trato— dije.
—No, no tiene nada que ver con el trato y no necesitan devolverlo, son mis regalos, junto con mis mejores deseos de buena suerte.
—Son regalos muy preciados, Zenir— dijo Dana.
—Te lo agradecemos de corazón— dije.
—Bueno, basta de parloteo y no me agradezcan tanto, soy yo el que les tengo que agradecer a ustedes. Si no fuera por su acción, Kelor habría muerto en el bosque. Pero basta ya, ¿acaso Dana no dijo que era hora de partir?
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Editado: 24.03.2018