Era un silencio extraño, no solo no se escuchaba más el avance de los fomores, sino que era como si de repente, ya no hubiera pájaros ni insectos... No pude completar mis pensamientos: una melodía dulce y simple comenzó a llenar el tenso aire.
—¿La escuchas?— pregunté a Dana.
—No escucho nada— negó ella.
—Esa música... es el lenguaje de los tetras, ¿lo escuchas?
—No— repitió.
Miró hacia todos lados, tratando de orientar sus oídos, pero no consiguió escuchar nada.
—¿De dónde viene?— preguntó.
—De ningún lado en especial— repliqué, pero ella me miró, temerosa.
Sin que yo me diera cuenta, mis últimas palabras no habían sido palabras en ningún lenguaje humano, sino suaves notas.
La melodía de los tetras se hizo más fuerte a mis oídos, pero sonaba diferente de aquella que había escuchado tiempo atrás. Era una extraña combinación de escabrosos semitonos hostiles. Escuchando con más atención, comencé a descifrar algunos significados:
—¿Quién eres tú, que osas molestar nuestro lugar?
—Nadie a quién deban temer u odiar. Solo deseo atravesar este lugar en paz. Soy Lug— canté.
—Lug— retumbó con gravedad la voz de uno de ellos.
—Sí— hicieron eco en la roca una docena de voces más.
En ese momento, el cielo pareció oscurecerse y aparecieron extraños destellos azules y violetas que nos rodearon. Dana gritó asustada y se tiró al suelo. Los unicornios relincharon inquietos. Aquellas extrañas formas comenzaron a acercarse siniestramente, cerrando el mortal círculo en el que nos habían encerrado. Pronto, las voces se volvieron cada vez más graves hasta que se convirtieron en un terrible bramido que comenzó a sacudir la tierra. Por un momento, no pude percibir lo que en realidad estaba sucediendo. Solo cuando vi a la hermosa Dana gimiendo desesperada y extendiendo sus brazos como delgados hilos, tratando de aferrarse vanamente a la inmensa roca, me di cuenta de que yo también me estaba hundiendo en la tierra. Aquel lugar tan apacible unos momentos antes, había abierto sus fauces aterradoras para engullirnos para siempre.
—Protección— cantaron las voces en medio del aturdidor bramido.
Y caímos inexorablemente en un abismo de una espesa oscuridad. El único sonido que acompañaba a la caída era el llanto lejano y ahogado de la hija de Nuada. La única imagen que acompañaba el vertiginoso descenso era la negra e inescrutable oscuridad... el mundo del color y de la forma nos había sido vedado. El tiempo parecía inexistente en aquella horrible e interminable caída. Ya no se escuchaba sonido alguno.
—¡Dana!— intenté gritar, pero mi voz no se escuchó, como si en aquel monstruoso lugar no hubiera aire que pudiera transportar el sonido.
Lentamente, el movimiento comenzó a menguar, como si alguien hubiera disminuido la fuerza de gravedad, amortiguando la caída. Después de unos largos minutos, me pareció que nos habíamos detenido por completo. Tardé bastante en darme cuenta de que estaba apoyado sobre algo. Traté de palpar el lugar donde habíamos caído. Tenía los miembros dormidos y casi no podía sentir. Al cabo de unos instantes, cuando el hormigueo disminuyó un poco, pude sentir que estaba tumbado sobre una superficie rocosa.
Traté de calmar mi respiración y me concentré para poder usar mi habilidad. No tardé en encontrar los patrones de la mente de Dana, moviéndose en la tranquila línea de la inconsciencia. Me concentré un poco más y pude detectar el lugar donde yacía Dana; me arrastré con cuidado por la rugosa y dura roca hasta que me topé con su cuerpo.
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Editado: 24.03.2018