Me despertó el familiar sonido de los pájaros y un cosquilleo extraño, que luego descubrí, era provocado por Dana con una brizna de hierba sobre mi mejilla.
—¡Buenos días!— se escuchó la alegre voz de mi dulce amada—. Despierta mi querido Lug, y mira como nos saluda la naturaleza. Somos libres.
—En verdad lo somos— dije con una sonrisa, mirando el sol con los ojos entrecerrados y soñolientos. La inmensa bola de fuego apenas se asomaba en el horizonte—. ¿Qué haces despierta tan temprano?
Dana me miró desde arriba con las manos en la cintura. Estaba totalmente vestida, y la falda del vestido negro ondeaba con la brisa de la mañana. Su expresión cambió de pronto, como si estuviera enojada por algo.
—Hemos perdido mucho tiempo y ya no tenemos a nuestros fieles unicornios que nos lleven raudamente a través del valle— explicó, mientras se arrodillaba a recoger y doblar nuestras ropas para meterlas en las mochilas. Sobre el fuego, humeaba el agua de un fragante té de hierbas.
—¿Cómo se llama este valle?— pregunté, buscando mi pantalón con la mirada. Estiré la mano y lo alcancé.
—Estamos en el Valle Snesell— explicó ella, mientras yo me vestía—. En aquella dirección— dijo, señalando al noreste— está Polaros, un pequeño pueblo que se dice es el Hermano Gemelo de Aros, el pueblo del norte.
—Y Polaros... ¿significa "pueblo del sur"?
—Exacto. No debemos perder más tiempo, he recogido unas frutas silvestres que crecen en unos raquíticos arbustos de aquí cerca, no son muy sabrosas, pero nos servirán para reponer fuerzas. Después de comer, partiremos sin demora—. Su voz sonaba formal y fría.
—Como la capitana lo ordene— dije sarcástico, poniéndome de pie y haciendo un saludo militar.
Dana no interpretó lo del saludo militar, pero se dio cuenta de que me había molestado su actitud. Abandonó lo que estaba haciendo y me miró a los ojos un momento, como buscando las palabras que quería decirme.
—¿Qué pasa?— pregunté suavemente.
—Tengo miedo...
—¿Por qué?
Ella no contestó.
—¿Por lo que pasó anoche?
Ella asintió con la cabeza en silencio.
—¿Por qué?
Ella se encogió de hombros.
—Tengo miedo de que haya sido un error.
Me acerqué y apoyé mi mano en su mejilla:
—Anoche no fue un error. Anoche fue el mejor momento de toda mi vida. Te amo. El amor no es un error. A menos que tú...
—Yo te amo con todo mi ser— se apresuró ella a responder.
—¿Entonces?
—Estamos en medio de una guerra. Tú eres la persona más importante para la liberación del Círculo. Y mi presencia solo te distraerá de tu misión... Es posible que decidan separarnos.
La abracé, y ella apoyó la cabeza sobre mi pecho.
—Tu ausencia me distraería más. Me volvería loco si no te tengo a mi lado. El Concilio puede decidir lo que quiera, pero si pretenden separarnos, que no esperen mi ayuda— dije, terminante.
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Editado: 24.03.2018