Sentí que alguien me daba palmaditas suaves en la mejilla sana. Volví lentamente a la conciencia y al dolor. El descanso en el suelo no me había ayudado todo lo que necesitaba para reponerme. Abrí los ojos con un gruñido soñoliento.
—¿Lug?
Al ver sus ojos azules, todo el horror volvió a mi memoria de golpe. En vez de la camisa blanca manchada con mi sangre, hoy tenía puesto un vestido con flores amarillas y un corsé negro de cuero que no parecía combinar demasiado bien. Como pude, me arrastré por el piso alejándome de ella. Todavía tenía las muñecas unidas por los grilletes, pero al menos ahora podía mover los brazos, aunque cada intento lanzara un ramalazo de dolor.
—¿Lug? Tranquilo, todo está bien— dijo ella, volviéndose a acercar.
Me alejé otra vez, desesperado. No podía imaginar qué nuevas formas de tortura me esperaban el día de hoy de manos de aquella mujer.
—Lug, soy Dana. Todo está bien. Vinimos a rescatarte.
Su afabilidad no me engañaba. Aquella mujer demente podía besarme y acariciarme en un instante, y quemarme vivo al siguiente. Me aparté de ella nuevamente como mejor pude, pero mi espalda dio contra la pared. Lancé un gemido ante el dolor de la piedra rugosa raspando mis heridas.
—¿Qué le pasa?— dijo otra voz. Levanté la vista y vi a un hombre vestido de negro que estaba parado atrás de ella. Ella se volvió hacia él:
—No sé. Parece que no me reconoce.
Oh, sí, yo la reconocía muy bien, y no iba a creer en su fingida inocencia.
—Parece asustado de muerte— comentó el de negro.
Ella extendió una mano hacia mí. Cerré fuertemente los ojos, esperando el golpe. Nunca llegó. En cambio, su mano acarició suavemente la marca en mi pecho, a la altura del corazón. Ante el solo recuerdo de haber sido marcado brutalmente el día anterior, comencé a temblar.
—Oh, no— murmuró ella angustiada.
—¿Qué?— preguntó el otro.
—Lug tuvo un encuentro con mi hermana.
—Por su estado, estimo que no fue un encuentro amistoso.
—Los encuentros con mi hermana nunca son amistosos— gruñó ella.
Vi lágrimas corriendo por sus mejillas. Nunca había llorado antes. Este truco era nuevo.
—Oh, Lug, lo lamento tanto...— dijo acariciando mi mejilla sana.
El hombre de negro se arrodilló a mi lado, y se puso a manipular mis grilletes, liberando mis muñecas. Mientras tanto, ella había visto algo que le llamó la atención detrás de mí. Se paró y fue hasta un estante en la pared. Para mi horror, volvió con el puñal ensangrentado en la mano. Aún con la pared a mis espaldas, traté de aplastarme lo más que pude contra la roca, y contuve la respiración. Su rostro se transformó por la ira que comenzó a invadirla. Tragué saliva. Ella apretó el puñal en su mano, temblando de furia. Por un momento, pensé que me apuñalaría allí mismo. Tal vez era lo mejor. Al menos, la muerte me libraría de la tortura. Para mi sorpresa, ella limpió la sangre de la hoja con la punta de la falda de su vestido, y luego lo guardó en su bota derecha. Se arrodilló otra vez junto a mí y me dijo:
—Debemos irnos. ¿Puedes caminar?
Tuve miedo de responder que no sabía, así que solo asentí con la cabeza.
El hombre de negro me ayudó a ponerme de pie, pero su ayuda me causaba dolor en cada músculo del cuerpo. Me apoyé en su hombro, pero di dos pasos y me desplomé. Ella alcanzó a agarrarme de la cintura, y acompañó la caída de mi cuerpo, ayudando a depositarme suavemente sobre el piso de madera. Vi que los pies me sangraban. No recordaba en qué momento ella me había lastimado los pies. En realidad, había muchas cosas que no recordaba de los últimos tres días.
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Editado: 24.03.2018