La Profecía De La Llegada - Libro 1 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Marcado - CAPÍTULO 60

El paso del tiempo era confuso. Cada vez que despertaba, ella estaba a mi lado, vigilándome sin descanso. Me parecía sentir su mirada sobre mí, aún cuando le daba la espalda. En los momentos en que estaba consciente, ella aprovechaba para darme agua, alimentarme y trabajar sobre mis heridas. Podía ver que la perturbaba tocar las heridas del pecho cuando éstas pasaban cerca de la marca impresa a fuego. ¿Se habría arrepentido de haberme marcado?

            Otras veces, cuando despertaba, ella me daba a beber un té de hierbas que me adormecía nuevamente.

            Poco a poco, sentía que las heridas iban sanando, y el dolor iba disminuyendo. Durante todo el viaje, ella no me había lastimado ni una vez. Tal vez estaba esperando que llegáramos a destino para comenzar la tortura otra vez. Deseé que el viaje nunca terminara.

            En una de las oportunidades en las que volví a la conciencia, se me ocurrió que tal vez ella no me lastimaba porque me había perdonado, porque había terminado de pagar la culpa. Mientras me alimentaba, me atreví a preguntarle:

            —¿Estoy cerca ya de terminar de pagar mi culpa?

            Ella me miró por un momento, sorprendida, con la cuchara en la mano. Me arrepentí al instante de haber preguntado. Mi presunción la llevaría sin duda a castigarme. Pero ya era tarde, las palabras habían salido de mi boca, y no podía volver atrás.

            —No hay ninguna culpa que debas pagar. Los que te asignaron culpas, solo lo hicieron para manipularte y poder dominarte— dijo ella al fin, y continuó alimentándome.

            Aquellas eran las palabras más enigmáticas que le había escuchado decir.

Terminé de masticar mis vegetales en silencio, tratando de dilucidar lo que ella había querido decir. Luego, tomé aquel té que me hacía dormir.

 

            Desperté de golpe, sobresaltado. Ella me estaba llamando, sacudiéndome el hombro para que me levantara. Cuando vio que había abierto los ojos, me dijo:

            —Acamparemos en el borde del bosque hoy, creo que va a gustarte.

            La miré confundido, sin comprender de qué me estaba hablando. Ella abrió la puerta del carruaje de su lado y bajó de un salto. Al ver que yo no la seguía, volvió a meter la cabeza y extendió la mano hacia mí.

            —Vamos— me invitó.

            Asumí que no iba a permitir que saliera del carruaje sin estar encadenado, así que extendí los brazos con las muñecas juntas con resignación, esperando que ella me pusiera los grilletes. Creo que ella no interpretó mi gesto, porque me tomó de las dos manos y me tironeó hacia la puerta.

            —Lo lamento— dijo ella de pronto soltándome las manos—, no me acordaba. No quería hacerte doler.

            —Estoy bien— dije confundido. A ella nunca le había preocupado causarme dolor antes.

            Lo cierto es que el dolor de los brazos había disminuido hasta convertirse en una mera molestia soportable. Las heridas de la espalda y del pecho estaban sanando bien, y la herida de la pierna solo me molestaba si la apoyaba. Aún así, había estado encerrado dentro del carruaje por mucho tiempo y sentía los miembros entumecidos. No estaba seguro de poder caminar.

            Me arrastré con cuidado hasta la puerta del carruaje y bajé las piernas lentamente. Ella se arrodilló ante mí y me ayudó a ponerme las botas. Después sacó mi camisa de una mochila y me la colocó, poniendo cuidado exquisito de no rozar demasiado las heridas. Luego, ella de un lado y un soldado del otro, me tomaron por las axilas y me ayudaron a pararme. Caminé unos pasos, con los dos sosteniéndome.

            —¿Estás bien? ¿Puedes caminar?

            —Creo que sí— respondí. Ella le hizo seña al soldado para que me soltara.



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En el texto hay: mundos paralelos, fantasiaepica

Editado: 24.03.2018

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