Temprano en la mañana, cuando aún todos dormían, un guardia me llamó desde la puerta de la tienda. Dijo que tenía órdenes de escoltarme hasta la tienda de Nuada. Le pedí cinco minutos para lavarme la cara y vestirme. El cuerpo desnudo de Dana se movió a mi lado en la cama.
—¿Qué...?— gruñó con el rostro soñoliento.
—Tu padre me manda a llamar. Será mejor que me vista—, le di un beso suave en el hombro y me dirigí a la mesita que tenía la jofaina. Junté un poco de agua con las manos y me la eché en la cara para terminar de despertarme. Me pasé las manos húmedas por el pelo para aplastarlo un poco, busqué el pantalón que estaba sobre una silla y me lo puse. Dana se encaramó sobre un codo. Varias de las piedras preciosas brillaban diseminadas por la almohada.
—Espérame, iré contigo— dijo, apartando las sábanas de seda y recogiendo su cabello con una cinta roja.
—¿Crees que sea prudente que los guardias te vean salir de aquí conmigo?
—Los guardias no son idiotas, saben perfectamente que estuve aquí toda la noche. A pesar de que fuiste extremadamente discreto anoche, no hace falta mucha imaginación para adivinar lo que estuvimos haciendo.
Por supuesto, ella tenía razón.
—Son tus guardias, tú eres su reina... Tal vez puedas hacerles jurar que guarden el secreto.
—Podría, pero no quiero.
—¿Cómo?
—Nuestro amor no es un error. Hubo un tiempo en que pensé que sí lo era: nunca estuve tan equivocada. No quiero ocultarlo más.
—Pero... ¿y si nos separan?
—Tú eres Lug, y yo soy la Mensajera, la reina de los Tuatha de Danann. No tenemos por qué seguir las órdenes de nadie— explicó arqueando una ceja.
Sonreí.
—Es bueno estar enamorado de una mujer influyente— dije, dándole un beso rápido en los labios mientras me ponía la camisa.
—Iré por un vestido menos festivo y te alcanzaré en la tienda de mi padre— dijo, envolviéndose en una sábana. La miré boquiabierto mientras ella enfilaba hacia la puerta con el vestido rojo en la mano y vestida nada más que con la sábana que la cubría desde las axilas.
—Como digas— atiné a decir. Me senté en la cama para ponerme las botas. Ella se volvió un instante antes de salir de la tienda:
—Sería bueno que llevaras puesto el atuendo completo a la reunión— sugirió.
—¿Después de lo que provocó anoche? No lo creo.
—Debes entender esto— sentenció ella—, tú eres Lug. El atuendo es tuyo y fue hecho por tu madre con todo su amor para ti. No importa que haya sido Bress el que te lo dio, el atuendo te pertenece a ti, no a él, nunca fue de él.
Asentí y crucé a la otra habitación en busca de la túnica blanca bordada con hilos de plata. Ella me guiñó un ojo y desapareció por la abertura de la tienda. El guardia que me estaba esperando la saludó con una reverencia. Su rostro estoico no reveló la más mínima sorpresa al verla cubierta solo por una sábana.
Me ceñí el cinto de cuero negro con las incrustaciones de plata que formaban mi nombre en una lengua antigua y desconocida para mí, y me coloqué la capa plateada sobre los hombros. Salí de la tienda y le hice un gesto al guardia para que guiara el camino. El guardia se puso en marcha sin decir palabra.
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Editado: 24.03.2018