Ya era bien entrada la tarde, cuando un mensajero me vino a buscar para que fuera a la tienda de Nuada. Había estado tomando un bien merecido baño en la deliciosa bañera que Dana me había hecho traer. Mientras yo disfrutaba, Dana estaba reunida con las mitríades que iban a cumplir la función de exploradoras, para conocerlas y acordar códigos para los mensajes. Le pedí al mensajero que me esperara. Como pensé que seguramente Nuada me quería ver por cuestiones del Concilio, decidí ponerme el atuendo blanco con la capa plateada y el cinturón de cuero negro con mi nombre incrustado con símbolos de plata, para estar vestido acorde a la seriedad de la ocasión. Tomé un par de bizcochos que alguien había dejado en mi mesita y salí de la tienda. Seguí al mensajero mientras masticaba los bizcochos por el laberinto de tiendas. Cuando entré a la tienda de Nuada, me sorprendió ver que solo Nuada, Calpar y Zenir estaban adentro. Me detuve en seco frente a la mesa donde estaban sentados. Los tres me miraron solemnes. Por un momento me pregunté qué habría hecho mal esta vez.
—¿Pasa algo malo?— pregunté tímidamente.
—No— dijo Nuada, sonriendo—. Siéntate, por favor— me indicó una silla frente a ellos.
Aprensivo, me senté.
—Qué apropiado que hayas venido con el atuendo— señaló Nuada. Yo lo miré sin comprender.
—Cuando tu madre te llevó consigo, se llevó ese atuendo, pero el atavío no está completo. Tu madre dejó la parte faltante de tu equipo conmigo. Me dijo que debía dártelo cuando yo considerara que habías probado ser Lug, el Undrab. Hoy lo has probado sobradamente, y por eso quiero darte la bienvenida formal a nuestra familia, entregándote lo que es tuyo, lo que yo he estado custodiando por tantos años.
Lo observé intrigado, mientras él se ponía de pie y buscaba algo en la otra habitación. Al instante, volvió con un objeto fino y largo envuelto en terciopelo rojo, y lo apoyó sobre la mesa, frente a mí. Me invitó con su mano de plata a que descubriera el paquete. Desenvolví el objeto, y pude ver que era una espada guardada en una vaina de cuero con detalles magníficos en plata y piedras preciosas. El tahalí de cuero repujado estaba enrollado en la empuñadura de la espada. Lo desenrollé para liberar la espada y la saqué de la vaina lentamente. Me puse de pie y la sostuve en mi mano derecha, moviéndola a un lado y a otro para probar el balance. Tenía el peso correcto para mi tamaño y fuerza. El pomo, que tenía tallada la imagen de un sol, proveía el contrapeso exacto para la magnífica hoja. La guarda con los extremos en punta curvados hacia la hoja, tenía unos símbolos tallados que reconocí de inmediato: eran los mismos símbolos de mi cinturón, era mi nombre. La acanaladura de la hoja tenía grabados los mismos espirales entrelazados que había visto en el puñal de Dana.
—Es magnífica— murmuré embelesado, apoyando la brillante hoja de plano sobre mi mano izquierda.
—Govannon la forjó especialmente para ti— explicó Nuada.
La volví a su vaina y la apoyé suavemente sobre el terciopelo rojo en el que había venido envuelta.
—Póntela— dijo Calpar.
—Es una espada hermosa— dije—, pero no tiene sentido que yo la porte.
—¿De qué hablas?
—No tiene sentido que porte algo que no voy a usar.
—Marga la dejó para ti. No tienes que usarla si no quieres, pero creo que deberías llevarla contigo— dijo Nuada.
Negué con la cabeza.
—Lug, Marga dijo que debías tener la espada contigo porque ibas a necesitarla. Creo que deberías pensarlo bien antes de rechazarla, porque Marga nunca se ha equivocado— continuó Nuada.
—Lug— habló Zenir—, una espada es solo una herramienta, puede herir y matar, pero también puede cortar ataduras y liberar. Su aceptación no significa que estés obligado a usarla como otros esperan que sea usada. Su uso depende solo de tu voluntad.
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Editado: 24.03.2018