Ya estaba oscureciendo cuando regresé a mi tienda. A pesar de la llegada de la noche, el campamento bullía de actividad. Todos parecían estar extremadamente ocupados con las tareas más diversas. Vi muchos Tuatha de Danann dedicados a fabricar flechas. Otros acarreaban provisiones de todo tipo. Vi mujeres y hombres hilando y tejiendo prendas, reparando botas y armaduras, afilando espadas y atendiendo a los caballos. Pude ver grupos de soldados que estaban siendo aleccionados por sus líderes. Todos me saludaban respetuosamente al verme pasar.
Ya dentro de mi tienda, me saqué la capa plateada y la colgué de una silla. Cuando estaba a punto de sacarme el tahalí con la espada, vi pasar una sombra por el costado de la tienda. La femenina silueta me pareció familiar.
—¿Dana?— la llamé, saliendo de la tienda. Vi que se internó en el bosque oscuro y la seguí. Con su vestido negro, apenas podía distinguirla en la oscuridad. Seguí los destellos pasajeros de su cabello rubio entre los árboles. La alcancé en un claro iluminado por las estrellas y le toqué el hombro.
—Dana.
Ella se dio vuelta bruscamente.
—Lug.
—¿Qué haces aquí?— le pregunté.
—Necesitaba tomar aire— respondió ella. Me rozó la mejilla con la punta de los dedos. Enganchó un dedo en el tahalí y lo recorrió, sintiendo los dibujos repujados en el cuero hasta llegar a la vaina con la espada.
—Linda espada— comentó.
—Tu padre me la dio.
—Sí, siempre le ha gustado regalar armas. A todos menos a mí, claro.
La miré sin comprender.
—¿De qué hablas?
Ella posó su dedo índice sobre mis labios para callarme. Con la uña estiró mi labio inferior, y recorrió mi mentón y mi cuello hasta llegar al pecho, mientras se mordía el labio inferior, excitada.
—Te extrañé, Lug— murmuró en tono lujurioso. Comenzó a desatar el cordón que cerraba el cuello de mi túnica, y muy lentamente, lo aflojó, abriendo el centro de la túnica hasta dejar mi pecho expuesto.
—¿Qué estás haciendo?
—Te deseo— dijo ella, lasciva, pasando su lengua por mi oído.
—¿Aquí?
—Aquí, ahora— respondió ella, deslizando su mano derecha por adentro de mi túnica. Con la vista clavada en la mía, recorrió mi pecho con la palma de la mano. Los labios entreabiertos, la respiración agitada. Movió sus dedos hacia el lado izquierdo, justo a la altura del corazón, justo donde había estado la dolorosa marca. Frunció el entrecejo de pronto. Sus labios hicieron una mueca de disgusto. Con los dientes apretados y los ojos llenos de ira me gruñó:
—Rompiste tu promesa, mi amor.
Se me heló la sangre. El corazón se me detuvo por un momento. Bajé la vista hasta su mano y pude ver los anillos con salientes puntiagudas. Invadido por el terror, con los ojos desorbitados, demoré unos segundos hasta que pude volver a respirar.
—¡Murna!
Sus labios se curvaron en una sonrisa perversa. Clavó las uñas en el lugar de mi pecho donde había estado su marca y me rasguñó con fuerza, arrancándome la piel. Apoyó con fuerza la mano izquierda sobre mi hombro, y con un gruñido, me pateó en el estómago, haciéndome caer al suelo de espaldas. Mientras me recuperaba de la sorpresa y del golpe, vi que ella lamía la sangre de las puntas de sus dedos. Tosiendo y agarrándome el estómago, intenté ponerme de pie. Mientras estaba de rodillas con una mano apoyada en el suelo y la otra sosteniendo mi estómago, ella me pateó la cabeza haciéndome caer de costado. Medio atontado por el golpe en la cabeza, escuché voces y pasos que se acercaban. Murna miró hacia el lugar de donde venían las voces y luego volvió su mirada de odio hacia mí:
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Editado: 24.03.2018