—¿A qué atribuyes el extraño fenómeno de que las criaturas huyeran despavoridas cuando te vieron?— pregunté a Anhidra.
Ella sonrió y contestó:
—Vuestro amigo Calpar, que ha viajado incansablemente hasta los confines del Círculo, declara que nunca conoció a una de nosotras, así que imagino que las criaturas del Norte, que apenas se han movido de su morada y por eso se las identifica con ese nombre, tampoco han visto ni imaginado nuestra existencia, así que... ¿Quién puede saber los poderes extraños que sus toscas mentes habrán imaginado en un ser alado que aparece de pronto?
—Entiendo— asentí.
—Debemos continuar— dijo Calpar. Althem estuvo de acuerdo.
Fue Verles el que disintió:
—Se acerca la noche y la Mensajera está herida, creo que sería mejor que nos quedáramos a dormir aquí. Caminar en la oscuridad y sin rumbo por esta floresta es una pérdida de tiempo y energía.
Althem hizo una mueca de disgusto:
—Esas criaturas pueden volver.
—Montaremos guardia por turnos— aclaró Verles.
Althem negó con la cabeza:
—Aún así, no es seguro, esas criaturas pueden camuflarse y tomarnos por sorpresa en cualquier momento. Lug apenas pudo percibirlas cuando ya las teníamos encima, y Anhidra ni siquiera las sintió. Además, el truco de asustarlos con la presencia de una mitríade puede no funcionar una segunda vez.
Desde luego, Althem tenía razón, pero me preocupaba que Dana no iba a poder caminar demasiado. Suspiré, esperando la respuesta enojada de Verles. Aquellos dos siempre se enzarzaban en largas y tediosas discusiones. Para mi sorpresa, fue Anhidra la que respondió con tono molesto.
—Merianis me eligió para que fuera yo quién integrara la Compañía por mis especiales cualidades. Cualidades que no he podido ejercer: nada he podido ver porque me hallaba en un recinto cerrado durante el viaje, y nada he podido oír porque mi bodega-prisión me impedía escuchar con claridad. Podría resultar de más ayuda, si me dejarais hacer mi trabajo.
Verles y Althem cruzaron una mirada sorprendida y no supieron qué decir. Calpar bajó la vista al suelo, interesado de pronto en una rama semi enterrada en la arena. Había sido el Caballero Negro el que había ordenado que Anhidra debería viajar en la bodega. Su intención había sido protegerla, pero la mitríade no era una criatura que soportara mucho el encierro, y además, estaba molesta por ser tratada como una niña, cosa que no era. Mientras Calpar la veía como a una criatura delicada que debía ser protegida, Verles la veía como una carga que solo nos iba a retrasar en la misión, y Althem la veía como un objeto decorativo, innecesario para la Compañía. Pero el más culpable de toda la situación era yo. Después de mi entrevista con Merianis en la tienda de Nuada, yo era el único de ellos que podía llegar a comprender un poco lo que era una mitríade. Merianis me había demostrado que su raza era fuerte, madura y con una inteligencia y comprensión de la realidad que sobrepasaba ampliamente la nuestra. Aún así, no había puesto objeciones cuando Calpar había ordenado que Anhidra debía viajar encerrada.
—Anhidra, lo siento— me disculpé—. Esto no volverá a pasar.
—Por supuesto que no volverá a pasar— dijo Verles—. Ya no tenemos bodega donde ponerla.
Althem le pegó un codazo en el estómago para callarlo. Anhidra no contestó. En cambio, dirigió sus ojos hacia Calpar, quién seguía con la mirada clavada en la rama. Esperaba una disculpa de él. No tuvo suerte.
—¿Qué vamos a hacer?— me preguntó Althem.
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Editado: 24.03.2018