Estúpido. Estúpido. Estúpido. El truco más viejo del mundo, y yo había caído como un tonto, dejándolo escapar. Corría sin parar por el terreno yermo, maldiciendo mi idiotez. Y corría. Corría alimentado por la furia y el enojo conmigo mismo por haber sido tan imbécil. Con o sin la Perla, no había sorpresa posible si Grammor llegaba antes hasta Bress. Corría.
Maldito Grammor o cualquiera que fuera su nombre. Había matado a Gaspar por alertarme sobre él, y había matado a Loras porque era mi amigo. Y los demás... Seguramente también había asesinado a los demás... Yo había salvado la vida solo porque Bress había ordenado que me quería vivo. Corría.
Con angustia en el pecho, me pregunté si mis amigos de la Compañía también estarían ya muertos... Si Dana... No, Dana, no. Si me apuraba, llegaría a tiempo, tenía que lograrlo, tenía que salvarla. Corría. Corría con la capa plateada volando por detrás. Corría con la espada golpeando mi muslo, recordándome su presencia. Corría.
Una hora y media más de carrera me dejó justo enfrente de una tremenda muralla: la muralla que encerraba la ciudadela. Más allá de aquel muro, en un terreno alto, el imponente palacio se alzaba dominando toda la isla. Nunca había visto una construcción de tal tamaño o majestuosidad. No podía imaginar la cantidad de esclavos que debieron trabajar para construir aquel inmenso edificio.
La construcción subía de forma escalonada, como formando una torre en espiral que iba remontándose hasta una cúspide, donde se alzaba una fortaleza rectangular con varias torres cilíndricas con altas cúpulas cubiertas con hermosas tejas rojas. Sus colores vivos contrastaban con los tonos amarronados y secos del resto de la isla. Excepto por el cercado exterior y el foso que rodeaba la base del palacio, no parecía haber muchas más construcciones defensivas. Las partes más altas del edificio mostraban grandes ventanales de madera que no eran típicos del castillo medieval, en cuyas paredes las ventanas eran siempre pequeñas para evitar la posibilidad de ser penetradas fácilmente. Cada nivel parecía tener franjas de jardines cuidadosamente decorados con plantas y flores de muchos colores. Entre las plantas, había estatuas de mármol de todos tamaños, la mayoría mostrando animales en posiciones de ataque. Las paredes estaban adornadas con gárgolas siniestras en las esquinas, y columnas alternadas de ladrillo y de mármol con capiteles dorados. Era difícil pensar que tanto esplendor fuera la fachada de un lugar oscuro y sin alma.
Descarté la idea de cruzar la muralla por encima por sus dimensiones y por su forma absolutamente lisa y vertical. Frustrado, comencé a recorrer el perímetro en busca de alguna entrada. Al cabo de un rato, vi una gran entrada con pesados portones de madera. Los portones estaban abiertos, como invitando a los extraños a entrar, pero la sensación de bienvenida se desvanecía al avistar a los dos fornidos y peludos guardias que los flanqueaban: fomores.
Me escondí tras un promontorio de tierra seca en el que crecían unos arbustos espinosos para poder estudiarlos. Estos fomores no eran como los que había visto en el campamento de Ailill. No tenían armaduras ni armas. Vestían unas túnicas elegantes con botas altas de cuero y capas pesadas de color rojo. Y parecían más... no sé, más prolijos, aseados, menos salvajes. Hasta el pelo estaba más limpio y parecía peinado. Bestias sanguinarias y salvajes domesticadas. Más que para guardar la entrada, parecían estar allí para recibir a los invitados.
Los observé un rato más. Lamenté haber perdido mi mochila durante el naufragio: las pieles que me volvían invisible hubieran sido de gran ayuda para atravesar las puertas sin ser visto por aquellas traicioneras bestias. Estaban desarmados y yo tenía mi espada, pero eran dos y su fuerza física excedía la mía. Si me atacaban, no estaba seguro de poder con los dos. Si pudiera deshabilitarlos con mi habilidad... Recordé que no me había ido muy bien con el voro la última vez, y Dana no estaba aquí para ayudarme a volver a la superficie si me perdía en la oscuridad. Dana. Su vida corría peligro y yo estaba perdiendo el tiempo.
Me saqué el anillo y cerré los ojos, respirando hondo, buscando los patrones de los dos guardias. Un frío helado me invadió el cuerpo, haciéndome temblar de pies a cabeza. Toda la isla rezumaba oscuridad, y mi mente la estaba atrayendo inexorablemente. Abrí la boca desesperado. No podía respirar. Me estaba hundiendo en el abismo y ni siquiera había logrado establecer la conexión con los patrones de los fomores. Traté de volver, pero no encontraba el camino. Nadaba en un mar de oscuridad y no sabía hacia dónde estaba la superficie. Entré en pánico. No sabía dónde estaba, adónde iba. Cada intento de volver parecía llevarme más y más hondo, más y más lejos... Pensé en Dana, imaginé su rostro, su sonrisa, su voz. Traté de concentrarme en sus ojos azules, pero su imagen se oscurecía y se desdibujaba. Por más que lo intentaba, no podía enfocar su rostro.
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Editado: 24.03.2018