La Profecía del Regreso - Libro 2 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Doctor - CAPÍTULO 23

Abrí los ojos lentamente. Sentía algo frío sobre la frente. Me llevé una mano a la cabeza y descubrí que era un paño húmedo. El recuerdo de lo que había sucedido antes de perder la conciencia me llenó de terror. Traté de ver dónde estaba. De a poco fui percibiendo lo que pasaba. Estaba acostado boca arriba sobre algo. Me sentía débil, pero el dolor de los espasmos había cedido. Me dolía mucho la cabeza y me sentía como embotado. Me llamó la atención que podía mover las manos. No estaba atado.

Cuando la mente se me aclaró un poco más, vi que el techo del lugar era de madera rústica. Estaba en una especie de cabaña. Apoyé un codo con cuidado e intenté levantarme. De inmediato, una mano me sostuvo el pecho y me empujó hacia abajo.

—Tranquilo, si se altera le volverán las convulsiones— dijo una voz.

Con la cabeza hacia el costado, le veía parte de la camisa color pardo y el borde de un chaleco de cuero desgastado. Levanté la vista y vi su rostro serio y preocupado.

—¿Walter?— pregunté, sorprendido, seguro de que estaba delirando.

—¿Sabe mi nombre?

—¿Que si sé tu nombre? ¡Por supuesto que sé tu nombre! Oh, Walter, tengo tanto que contarte, no te imaginas todo lo que ha pasado desde la última vez que nos vimos— le dije, embargado por la felicidad de reencontrarme con mi viejo amigo.

Walter me lanzó una mirada entre sorprendida y desconfiada.

—Walter, ¿no me recuerdas? ¿No sabes quién soy?— le pregunté al ver que no reaccionaba.

—Usted es el nieto del viejo Strabons— respondió Walter despacio.

Ahí me di cuenta: Walter no me conocía, todavía. Mi encuentro con él en el complejo de los hermanos del Divino Orden no había ocurrido aún. Me dio un vuelco el corazón, mi amigo más querido, el único que hubiera podido comprender, el único con el que hubiera podido compartir mis experiencias, no me conocía. Yo era un completo extraño para él. Pero entonces, ¿qué hacía yo en su cabaña? ¿y cómo sabía él que yo era el nieto de Strabons?

—¿Qué pasó? ¿Por qué estoy aquí?— pregunté.

—Mercuccio me pidió que lo vigilara de cerca. Le dije que usted no era como el viejo Strabons, que usted sabía manejarse en el bosque, pero me rogó que lo vigilara igual. Me dijo que usted estaba muy deprimido y que tenía miedo de que cometiera alguna locura. Durante los primeros dos días, lo observé de cerca casi las veinticuatro horas. Vi a un conejo comiendo de su mano, vi cómo le hablaba a los pájaros y ellos se posaban en su hombro. Nunca había visto a alguien relacionarse así con las criaturas del bosque. Es como si usted hubiera nacido para vivir en el bosque. Su comportamiento no me pareció el de un hombre suicida, sino más bien el de un hombre que estaba en paz consigo mismo y con el mundo que lo rodeaba. Por eso el tercer día me descuidé. Lo lamento. Debí llegar antes.

—Creo que llegaste justo a tiempo. ¿Qué pasó con Hermes?

—¿Hermes?

—El hombre que me envenenó y me tenía cautivo.

—Lo golpeé con el mango de mi hacha en la cabeza.

—¿Lo mataste?

—No, solo lo desmayé.

—¿Entonces escapó?

—No, lo até a un árbol en el campamento, no irá a ningún lado.

—¿Cuánto tiempo hace que estoy aquí? ¿Qué tan lejos estamos del campamento?— pregunté con urgencia. Hermes no iba a permanecer mucho tiempo atado en el bosque, y lo primero que haría al liberarse sería venir tras nosotros. No podría soportar que le hiciera daño a Walter.

—Tranquilo, no se altere. Ha estado aquí unas tres horas, delirando por la fiebre. Debe descansar.

—Walter, no entiendes, Hermes es un asesino peligroso. Está obsesionado conmigo, si encuentra esta cabaña, nos matará a los dos— le dije apremiante, tomándolo de la solapa del chaleco.

—Tranquilo, no va a encontrarnos— contestó él con calma, desprendiendo mi mano de su ropa con cuidado y empujándome suavemente por los hombros hacia abajo para que me recostara otra vez—. Estamos a tres kilómetros del campamento. La cabaña está camuflada. El viejo Strabons nunca la encontró en todos los años que vino a este bosque, el tal Hermes no la encontrará en tres horas.

Asentí poco convencido. Walter retiró el paño húmedo de mi frente, lo remojó en agua fresca y me lo volvió a colocar.



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En el texto hay: mundos paralelos, portales

Editado: 12.10.2019

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