La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 41

—¿Usted conoció a Ema?

La pregunta de Marta la volvió a la realidad.

—No. Conozco a su padre, el abuelo de Ana.

—No sabía que Ana tuviera un abuelo.

—Y su abuelo tampoco sabe de la existencia de Ana.

—Ema siempre mantuvo en secreto su pasado. Vivía siempre con miedo, como huyendo de algo.

—Estaba huyendo de su esposo— explicó Dana—. La estaba buscando para matarla.

—Creo que Ana piensa que fue él el que puso las flores en la tumba.

—No, ése fue su abuelo. El esposo de Ema está muerto.

—Entonces, Ana está a salvo.

—De su padre sí, pero no de los sacerdotes de la Nueva Religión. Si la encuentran, la van a despellejar viva. Piensa Marta, ¿dónde pudo haber ido? ¿Cuáles eran sus lugares favoritos? ¿Qué sueños tenía? ¿Alguna vez habló de conocer algún lugar en especial?

Marta negó con la cabeza.

—Ana no tenía sueños, los sacerdotes se los destruyeron. Yo trataba siempre de animarla, de hacerle ver que su vida no era tan mala. Trabajar en el Templo no es tan terrible, es un trabajo como cualquier otro.

Marta se quedó pensativa por un momento, luego levantó la vista hacia Dana:

—Nunca más podré volver a mi trabajo, ¿no es así?— murmuró angustiada—. Nunca más podré volver a Cryma.

Dana le apoyó una mano en el hombro para confortarla.

—Lo lamento— le dijo.

—Lo he perdido todo— se lamentó Marta—. Toda mi vida está en Cryma, no tengo adónde ir. ¿Qué voy a hacer ahora?— lloró Marta.

Dana la abrazó para consolarla.

—Todo esto por tratar de ayudar a Ana...

—Hiciste lo correcto Marta.

—Pero lo perdí todo, todo por lo que trabajé tanto... y Ana ni siquiera me consideraba su amiga...

—¿Por qué piensas eso?

—Ni siquiera me dijo que iba a huir.

—Tal vez no quiso involucrarte para que los sacerdotes no te hicieran responsable a ti de su huida— comentó Dana.

Marta negó con la cabeza.

—No, Ana no me lo dijo porque sabía que yo lo revelaría a los sacerdotes, sabía que me quebraría y la delataría. Hizo bien en no confiar en mí, no soy más que una cobarde, no merecía su amistad.

—No digas eso, Marta. Estoy segura de que Ana solo quería protegerte, mantenerte a salvo para que pudieras llevar la vida que querías llevar, trabajando en el Templo.

—¿En verdad lo crees así?

—Sí.

Marta miró el fuego ondulante por un momento, considerando si era posible que Dana tuviera razón.

—¿Qué me va a pasar ahora? ¿Qué voy a hacer? No tengo a dónde ir— lloriqueó Marta.

Dana suspiró. Su objetivo era encontrar a Lug lo antes posible y protegerlo de los sacerdotes. Arrastrar a Marta con ella solo la retrasaría irremediablemente. Cada hora que perdía, era una hora más que Lug se alejaba de ella y se acercaba al peligro. Tenía que encontrarlo rápido, advertirle que los sacerdotes y uno de los Antiguos andaban tras de él, protegerlo a como diera lugar. Aun así, no tenía corazón para abandonar a Marta a su suerte. La cocinera no sobreviviría sola en el bosque y no podía volver a Cryma.

—Marta— la llamó suavemente, pasando un brazo por sus hombros mientras ella sollozaba quedamente—, no puedo quedarme aquí contigo y no puedes volver a Cryma. Yo debo encontrar a Lug y a Ana para ayudarlos, para protegerlos, pero no puedo dejarte aquí. Lo único que puedo ofrecerte es que vengas conmigo.

—¿A dónde iríamos? Yo no tengo idea de a dónde puede haber ido Ana...

—No sé por dónde comenzar todavía, pero algo se me ocurrirá. Dormiremos esta noche aquí y mañana partiremos. ¿Me acompañarás?

Marta asintió, suspirando.

—Muy bien— asintió Dana, pasando sus dedos por las mejillas de Marta para secar sus lágrimas—. Si encontramos a Lug, estoy segura de que hará algo con respecto a esos sacerdotes en Cryma, y tal vez puedas volver y vivir de nuevo allí sin temor.




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