—Lo siento, no está aquí— dijo Anhidra, aleteando mientras se adentraba más en el bosque hacia la fuente con la cascada.
Tarma suspiró decepcionada y miró a la mitríade de soslayo.
—Sé lo que estás pensando, pero no te miento.
—Entiendo que ella no quiere ser encontrada, entiendo que posiblemente les haya pedido que no revelen a nadie que ella está aquí, pero esto es importante. Ya no sé a quién más recurrir— intentó Tarma.
—Tarma, sé perfectamente que tú y Dana son como hermanas, sé que no habrías venido hasta aquí si no fuera importante, pero te lo repito: ella no está aquí.
—Pensé que éste sería el lugar ideal para alguien buscando paz para su alma, buscando tranquilidad y soledad... — comentó Tarma.
—El bosque de Medionemeton es especial, sí, mi gente está muy agradecida de haber podido volver, pero éste no es el refugio que buscó Dana.
—¿Tienes alguna idea de adónde puede estar?
La mitríade negó con la cabeza:
—Lo lamento, no.
Tarma siguió caminando en silencio junto a la mitríade voladora por el bosque, con el corazón acongojado y desesperanzado.
—¿Por qué no me dices por qué la buscas? Tal vez yo pueda ayudar— ofreció la mitríade al ver la tristeza en los ojos de Tarma.
Tarma se encogió de hombros.
—No sé si alguien puede ayudarme, no sé si Dana misma puede ayudarme, pero ella es mi única esperanza.
—Ven— dijo la mitríade, invitando a Tarma a sentarse en un tronco de un árbol talado brutalmente casi al ras del suelo. Toda el área parecía haber sido talada de la misma forma. Quien fuera que había cortado aquellos árboles, buscaba un tipo de árbol especial: los numerosos troncos que apenas sobresalían de la tierra eran todos de una madera rojiza.
Tarma se sentó en el tronco, y Anhidra se posó en el suelo junto a ella.
—Cuéntame cuál es el problema— la animó la criatura alada.
—Se trata de Eltsen.
Anhidra asintió. Había conocido a Eltsen en el Concilio llevado a cabo en aquel mismísimo bosque hacía diez años, y luego había conocido a su padre Orfelec, poco antes de ser asesinado, cuando había viajado con Lug y la Compañía en una misión secreta hacia la isla maldita.
—¿Qué pasa con Eltsen?
Tarma dudó un momento antes de seguir, no estaba segura de que una mitríade pudiera comprender la magnitud de su problema, pero Anhidra era la única mitríade viva que conocía Faberland y entendía sobre esa ciudad más que cualquier otra de su especie.
—Eltsen y yo estamos juntos... estábamos juntos— se corrigió Tarma—. No debe haber hombre en el mundo más terco que Eltsen, pero tampoco hay hombre en el mundo al que ame más.
—¿Qué pasó? ¿Por qué se separaron?
—Es una historia muy larga.
Anhidra cruzó las manos sobre su regazo y se acomodó en el suelo, dando a entender que tenía todo el tiempo del mundo para escuchar a Tarma.
—Hace mucho, cuando Eltsen y yo llegamos a Faberland para aclarar el asesinato de su padre, un hombre salvó su vida. Su nombre es Malcolm. Desde ese momento Eltsen y Malcolm se hicieron muy amigos. Con el correr del tiempo, Malcolm se convirtió en el consejero de Eltsen. Al principio, sus consejos eran lógicos, razonables, pero poco a poco fue llevando a Eltsen por caminos equivocados, y ahora las cosas han llegado a un punto límite.
—¿Qué caminos?— la animó Anhidra a continuar.
—Malcolm ha ido separando a Eltsen de sus amigos sistemáticamente y lo ha vuelto un ser débil y vulnerable. Lo maneja a su antojo. Le hizo construir un palacio fuera de la Cúpula y lo anima a convencer a los faberlandianos a que salgan a la intemperie. No me malentiendas, Eltsen siempre pensó que los faberlandianos deberían salir de la ciudad, pero Malcolm tiene sus propias razones para apoyar esta idea. Como yo sospechaba que algo se traía entre manos, lo seguí un día hasta un lugar en los niveles bajos de la ciudad. Así fue como descubrí que Malcolm estaba preparando gente para una revolución, para destruir a Eltsen y a Faberland. Lamentablemente, fui descubierta espiando el encuentro secreto y me atraparon. Dos de los hombres de Malcolm me llevaron a un cubículo del depósito de herramientas. Mientras uno me sostenía los brazos hacia atrás, el otro puso un cuchillo en mi cuello para cercenarme la garganta. Malcolm etaba allí, supervisando. El que tenía el cuchillo en mi cuello estaba como en una especie de trance, con la mirada clavada en Malcolm, esperando su orden para matarme. Malcolm solo me mirada con los ojos más fríos y desalmados que he visto en una persona. En aquel momento, supe quién era: aquel amigo de Eltsen, aquel consejero, era un asesino a sangre fría. Prolongaba el momento de la ejecución solo para saborear mi desesperación. Finalmente, después de unos minutos interminables con el cuchillo sobre el cuello a punto de cortarlo, Malcolm dio la orden de que me soltaran.
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Editado: 12.10.2019