La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 56

Akir observó fascinado y con la boca abierta el ir y venir de miles de personas en la ciudad de Medeos, mientras Zenir regateaba un precio justo para que el hombre de los establos a la entrada de la ciudad cuidara de los unicornios por unas horas. Había oído hablar de Medeos y había leído los relatos de los viajeros que la conocían en los archivos de Frido, pero el conocimiento de esos relatos palidecía ante la vibrante realidad. Akir siempre había pensado que Polaros era un pueblo ajetreado y rico en diversidad por la cantidad de viajeros de distintos lugares que pasaban por allí, pero Medeos superaba todo eso más allá de sus más locos sueños. Al ver la enormidad de los edificios de piedra y madera, la cantidad de intrincadas calles y sobre todo la ingente cantidad de personas pululando incansablemente por ellas, se dio cuenta de que conocer el mundo por medio de los archivos de Frido era como ver una versión de la realidad pálida y apagada, en comparación con experimentar los eventos y los lugares por sí mismo.

—Vamos— le dijo Zenir, tirándolo de la manga de la camisa. Al parecer, había llegado a un acuerdo con el hombre de los establos y había dejado a Kelor y Luar a su cuidado.

Akir lo siguió, distraído por el variado espectáculo que proporcionaba la calle principal de Medeos. La calle estaba bordeada por puestos de lona con mercaderes que anunciaban sus productos a gritos y lo invitaban a probar sus mercancías, alegando que eran las mejores y las más exquisitas en todo el Círculo. Los vendedores le mostraban desde pescado fresco hasta pociones afrodisíacas, pasando por todo tipo de hierbas milagrosas, utensilios de todo tipo, muchos de los cuales Akir no tenía ni la menor idea de para qué servían, y joyas brillantes que los vendedores alegaban estaban hechas con las piedras preciosas más raras. Más arriba, la calle se ensanchaba formando una enorme explanada con un escenario redondo en el medio hecho de madera, sobre el cual ofrecían sus talentos variados toda clase de artistas. Akir se quedó embobado mirando a los malabaristas y azorado al ver a un hombre tragarse el fuego de una antorcha encendida. La mano de Zenir le empujó la espalda, urgiéndolo a seguir.

Más arriba, pasando la explanada, la calle volvía a cerrarse y los puestos ofrecían vegetales, granos y carnes de distintos animales colgados en sangrientos ganchos. Akir y Zenir apuraron el paso ante el desagradable olor a sangre y carne a medio podrir. Unos metros más allá, prostitutas semidesnudas ofrecían otro tipo de carne, la carne de sus voluptuosos cuerpos contoneándose lascivos para atraer clientes. Una de ellas pasó un pañuelo de seda alrededor del cuello de Akir y lo atrajo hacia sí, acariciando su rostro con sus dedos llenos de anillos dorados. Akir la miraba hipnotizado mientras ella le sonreía y lo atraía más cerca, apoyando sus senos en el pecho de Akir.

—Ven conmigo y te complaceré en formas que jamás has imaginado— le murmuró al oído con sus labios pintados de un rojo exagerado.

—Otro día— se escuchó la voz grave y firme del Sanador desde atrás. Zenir tomó a Akir del brazo y lo tironeó con fuerza hacia atrás para alejarlo de la prostituta.

—Cuando tu abuelo esté durmiendo, puedes volver. Te estaré esperando— dijo ella guiñando un ojo a Akir.

Zenir se puso tenso por un momento por el comentario de la prostituta y tironeó a Akir con más fuerza.

—Vamos— lo urgió. Akir lo siguió, obediente, entre la multitud.

—¿A dónde vamos?— preguntó de repente el muchacho. La fascinante ciudad lo había enajenado con sus coloridas tentaciones y había perdido todo interés en el objetivo de su presencia en Medeos, pero ahora, trataba de concentrarse otra vez.

—Al puerto— respondió Zenir—. Tengo un amigo allí, el capitán Samer, que tal vez acceda a llevarnos.

—¿En barco?— preguntó Akir, entusiasmado.

—Sí— asintió Zenir—. Si vamos por tierra hasta Aros, tendremos que cruzar la cordillera del Norte. Yo ya estoy muy viejo para semejante esfuerzo, especialmente en el invierno, así que espero que Samer pueda llevarnos hasta la península de Hariak, y de allí podremos llegar hasta Aros sin problemas.

Akir asintió, le parecía un plan inteligente, pero por sobre todo, lo excitaba la idea de navegar por el mar.

El puerto, con sus enormes barcos, fascinó a Akir mucho más que el mercado. Nunca había visto algo así. Hombres rudos y hoscos cargaban grandes bolsas a bordo de los barcos, otros bajaban con cajas de pescado, reparaban redes sentados sobre los atracaderos de madera o emparchaban las enormes velas trepados a los mástiles. Pero lo más increíble era el mar. Akir nunca había visto tanta cantidad de agua. El mar se extendía hasta donde alcanzaba la vista y se juntaba con el cielo en una unión imposible. Akir se preguntó si navegando hacia el horizonte, sería posible tocar aquella unión ilusoria.




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