—¡Qué!— gritó Zenir. El encargado de los establos dio un paso atrás retorciéndose las manos, nervioso.
—Lo siento— volvió a disculparse el hombre.
—¡Se suponía que debía cuidarlos!
—Lo hice, señor, los alimenté y los puse a resguardo del frío, pero durante la noche alguien se los llevó. Hay muchos ladrones en Medeos, señor, no es mi culpa.
Zenir observó al hombre, entrecerrando los ojos, incrédulo. Pensaba que lo más probable era que el robo no había existido y que el mismo encargado había vendido los unicornios movido por la codicia.
—Vámonos— le dijo Zenir bruscamente a Akir.
—Señor, debe pagarme por...— el encargado no se atrevió a terminar la frase ante la mirada furiosa que le dirigió Zenir.
—Por supuesto, no tiene que pagarme, comprendo...— corrigió el encargado de inmediato.
Zenir se volvió hacia la calle principal y emprendió la marcha sin decir palabra. Akir se apuró a seguirlo y se puso a su lado.
—¿Qué vamos a hacer ahora?
Zenir miró la altura del sol en el cielo.
—Ya perdimos mucho tiempo. Debemos apresurarnos o Samer nos dejará en tierra y tendremos que esperar una semana entera hasta que vuelva.
—Me refiero a los unicornios... ¿no vamos a intentar recuperarlos?
—¿Recuperarlos? Akir, hay algo que debes entender de esos unicornios: no son míos.
—¿Entonces de quién son?— preguntó el muchacho, confundido.
—De nadie.
—¿De nadie?
—Los unicornios no son propiedad de nadie, son libres, tanto como tú o como yo. No me pertenecen, solo son mis amigos y eligen acompañarme, como tú.
—Pero entonces, si son sus amigos, debemos ayudarlos, rescatarlos de quién los robó— protestó Akir.
La furia de Zenir se calmó y el viejo Sanador se permitió sonreír:
—No te preocupes por ellos, son muy inteligentes y saben cuidarse.
—Pero...— intentó de nuevo Akir.
—Vamos, se hace tarde— lo urgió Zenir, apurando el paso.
—Si no está preocupado por los unicornios... ¿por qué estaba tan furioso con el encargado?— preguntó Akir, mientras casi corría para mantener el paso de Zenir.
—Porque incumplió su palabra, pero más que nada porque nos hizo perder un tiempo precioso, volviendo hasta la entrada sur de la ciudad para nada. Solo espero que Samer nos tenga paciencia y no se vaya sin nosotros.
El mercado de la calle principal no estaba tan lleno como el día anterior. Akir supuso que era porque aun era demasiado temprano. Los mercaderes estaban recién llegando a sus puestos de madera con techo de lona y acomodaban sus mercancías desmañadamente. Las calles estaban lo suficientemente vacías como para que Akir y Zenir avanzaran sin obstáculos, remontando el mercado hacia el norte en dirección al puerto. Tardaron menos de la mitad del tiempo del día anterior en llegar hasta donde estaba atracado el Dama de Oro. Un Samer alerta y enérgico los saludó con la mano.
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Editado: 12.10.2019