La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 70

Lug se despertó con los sonidos de golpes secos en la distancia. Podría haberse alarmado, pero reconoció que no eran sonidos de batalla. No, eran golpes que él conocía bien, golpes que hacía años que no escuchaba, eran el tipo de golpes que se escuchaban cuando una persona hachaba madera.

—¿Qué están haciendo?— preguntó Lug a Ana con la voz soñolienta, mientras se ponía de pie.

Ana se dio vuelta hacia él.

—Están cortando leña. Mucha leña. Randall dice que hará mucho frío en la montaña y que no habrá dónde conseguir madera. La única forma de calentarnos por la noche será si llevamos la leña desde aquí, de otra forma, moriremos de frío.

Lug asintió, poniéndose de pie y envolviéndose en su manto en la fría mañana. Notó que Ana estaba de muy buen humor, y que sus ojos habían brillado cuando había pronunciado el nombre de Randall.

—Le cocinaré un buen desayuno caliente— le ofreció Ana con una sonrisa.

—Gracias, me vendría bien— respondió él, pasándose las manos por su enredado cabello, tratando de peinarlo un poco con los dedos.

—Por allá hay un caldero con agua aun tibia si quiere asearse.

Lug asintió sonriendo. Lavarse con agua tibia era un lujo inesperado y bienvenido en la gélida mañana.

Para cuando Lug estuvo limpio, Ana ya le tenía una taza de té humeante lista. Lug tomó la taza, asintiendo las gracias y se sentó junto a la fogata.

Ana pinchó una hogaza de pan de varios días en una flecha y la sostuvo arriba del fuego por un momento para calentarla. Cuando escuchó la taza de Lug caer al suelo, levantó la vista hacia él de repente. Lo que vio la hizo abandonar el pan e ir corriendo a arrodillarse al lado del Señor de la Luz.

—¿Lug? Lug, ¿qué le pasa? ¡Lug!— lo sacudió por los hombros.

Pero Lug no respondía. La taza había caído de sus manos, y el té se había derramado sobre sus ropas. Tenía la mirada fija en un punto en la lejanía, los ojos vidriosos, los labios entreabiertos.

—¡Lug!— insistió Ana, sacudiéndolo.

—¿Qué pasa?— preguntó Colib, acercándose. Los gritos de Ana habían atraído su atención.

—No lo sé, no lo sé— dijo Ana, sacudiendo la cabeza, angustiada—. Solo estaba desayunando... solo...

—¿Crees que había algo en el té?

—¿Qué? No, no... yo misma lo preparé... no...

 Lug parpadeó de pronto y pareció volver a la realidad. Sus ojos volvieron a percibir el mundo a su alrededor, y lo primero que vio fue los rostros preocupados de Ana y de Colib, observándolo a escasos centímetros.

—¿Qué pasa?— preguntó, sorprendido.

—¡Qué pasa!— estalló Ana—. Pasa que casi me hace morir del susto. Un segundo está tomando el té y al siguiente está ido, como muerto... como...

Lug le puso una mano en el hombro para tranquilizarla.

—Estoy bien— aseguró.

—¿Qué fue lo que le pasó?— quiso saber ella.

—Nada— dijo él, poniéndose de pie. Las piernas le temblaron, y Colib lo sostuvo enseguida de un brazo para que no cayera.

—Lug...— lo llamó Ana con tono admonitorio.

—En serio, estoy bien— dijo él, desembarazándose del brazo de Colib.

—Lug...— insistió Ana.

—Dije que estoy bien, Ana. Por favor, déjame en paz— contestó él, un tanto brusco.

Lug se alejó de la fogata y se internó entre los árboles, en dirección opuesta a la de dónde venía el sonido de los hachazos. Necesitaba un momento. Ana intentó seguirlo, pero Colib la detuvo, sosteniéndola de un hombro. Ella resopló irritada, pero se quedó en el lugar, dejando que Lug se alejara.

—Cuando esté listo, nos lo va a decir— le murmuró Colib a Ana. Ella solo apretó los labios, preocupada.

Cuando Lug vio que ya estaba fuera de la vista de sus amigos, se permitió apoyarse en el tronco de un árbol. Las piernas todavía le temblaban. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Había escuchado su voz, otra vez. Las otras veces había ocurrido mientras dormía, en medio de un sueño, incluso le parecía recordar vagamente que la había escuchado llamándolo insistentemente mientras estuvo inconsciente después del ataque de Math, pero ahora la había escuchado estando totalmente despierto. Se secó las lágrimas con furia. Dana estaba muerta. No podía ser ella. Apoyó la frente contra el tronco, cerrando los ojos por un momento, tratando de despejarse. Tenía que olvidarla. No podía perder la cabeza ahora. El Círculo necesitaba su ayuda. Tenía que mantenerse cuerdo, sacarla de su mente.




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