La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 122

Lug se alejó de la fiesta por un momento y se acercó a uno de los balcones del palacio que daban al caserío iluminado con luces de colores y banderas flameantes. Se escuchaban risas y cantos acompañados por música vibrante y alegre. Lug vio danzar a la gente de Aros en las calles que solo unos días antes habían estado grises, tristes y desiertas. Era un gran consuelo para su alma, el ver a toda aquella gente volver a vivir gracias a él. Algunos de los arianos lo vieron inclinado sobre el balcón y pronto comenzaron a llamar la atención de otros. En un instante, la gente comenzó a agolparse debajo del balcón, vitoreándolo y saludándolo con banderas. Lug les sonrió complacido y los saludó a su vez con la mano.

Paseando su mirada por sus felices admiradores, Lug vio en una esquina a un hombre encapuchado, un tanto alejado de la multitud que también lo miraba. Cuando el hombre vio que los ojos de Lug lo habían encontrado, descubrió su rostro y levantó su mano a modo de saludo.

—Cormac— murmuró Lug para sí.

De inmediato, se despidió de la multitud y se metió adentro. Tenía que hablar con Cormac, contarle cómo había salido todo, aunque suponía que el Antiguo ya se había enterado de que había derrotado a Wonur. Lug echó a correr escaleras abajo, pensando en cómo hacer para que la multitud no lo entretuviera y pudiera llegar hasta Cormac.

—¿A dónde va con tanta prisa?— escuchó la voz de Colib a sus espaldas.

Lug se detuvo y se volvió hacia él, mirándolo de arriba a abajo.

—¿Me prestas tu manto?— le pidió.

—¿Qué?— reaccionó el otro, sorprendido.

—Tengo que hablar con alguien allá abajo en la ciudad y no podré pasar desapercibido vestido así— le respondió Lug, abriendo los brazos para señalar su atuendo.

—Claro— respondió Colib, sacándose el manto.

Lug se sacó su capa plateada y la intercambió por el manto de Colib. Acto seguido, reemprendió su descenso por las escaleras de piedra del palacio.

—Pero...— intentó Colib con la capa de Lug en la mano—. ¿Con quién tiene que hablar con tanta urgencia?

Lug desapareció por un recodo sin contestar.

Al llegar abajo, Lug tomó por un pasillo que lo llevó al patio interno que daba a las caballerizas. Cruzando por entre los caballos, Lug se subió la capucha del manto y abrió una pequeña puerta que salía a una calle estrecha al costado del palacio. Miró hacia ambos lados para comprobar que nadie lo había visto y salió a la ciudad. El vino que corría alegremente entre los habitantes, y la distracción de los bailes y canciones ayudaron a que nadie se fijara en el extraño envuelto en su manto que avanzaba discretamente, bordeando la bulliciosa multitud. Al llegar hasta dónde había visto a Cormac, él ya no estaba allí. Lug no se sorprendió demasiado, sabía que Cormac no hablaría con él en medio de la ciudad, por miedo a ser descubierto. Supuso que lo encontraría en la playa, donde el Antiguo se sentía a salvo. Lug caminó por las callejuelas más alejadas de la algarabía y logró llegar casi sin tropiezos hasta las puertas de la muralla. Ni siquiera tuvo que identificarse para atravesar la gruesas puertas que estaban abiertas de par en par, pues lo guardias estaban demasiado distraídos, bebiendo y festejando.

Al llegar a la playa, vio a Cormac mirando el amanecer. El Antiguo apartó su mirada del mar y le sonrió. Lug le sonrió a su vez y corrió hasta él, abrazándolo con fuerza.

—Lo hice. Lo logré— le dijo, aun sonriendo.

—Lo sé. Bien hecho, Lug— le respondió Cormac—. Cuéntame.

—Usar a la reina para forzarlo a ir a esa isla funcionó. Tenías razón en todo: la isla era tremendamente importante. Bueno, no en todo, me dijiste que Wonur quería destruirme, pero la verdad era que él quería que pactara con él para hacerse con mi habilidad. Estaba enojado porque había perdido las habilidades de Bress, Ailill y Hermes cuando murieron. Intentó forzarme a pactar, pero pude resistir todos sus ataques.

—¿Cómo hiciste para volverlo a su prisión?

—Entré en su mente y averigüé que la forma de atraparlo era la misma que había sido usada para liberarlo.

—Un portal— murmuró Cormac, asintiendo.

—La isla era un portal. Cuando el punto temporal llegó, atraje la energía del portal, usando mi espada como antena y la dirigí hacia Wonur.

—¿Y Wonur no se dio cuenta de lo que estabas haciendo?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.