Zenir miró la posición del sol que se levantaba perezoso entre las sierras por décima vez. ¿Cuánto había pasado ya? ¿Una hora? No, más cerca de dos horas.
—¿No está tardando demasiado?— le preguntó a Randall que estaba cepillando su caballo. Akir dejó de hurgar en su mochila y levantó la vista hacia Zenir.
—Tranquilo abuelo, debes darle tiempo a que haga las averiguaciones— le dijo al inquieto Zenir.
—Debimos ir con él— refunfuñó Zenir.
—¿Por qué no comes algo?— le ofreció Akir una manzana de su mochila.
—¿Crees que puedo comer en un momento como éste?— replicó el Sanador, irritado.
Akir volvió a meter la manzana en la mochila sin responder. En otro momento, Zenir hubiese pedido disculpas a Akir por su brusquedad, pero bajo estas circunstancias, el temperamento del Sanador había cambiado por completo. Desde el secuestro de Ana, Zenir apenas había pronunciado palabra, y se había vuelto irascible y hasta irracional. En el largo viaje que habían compartido, Akir nunca lo había visto así.
Desde que se habían separado de Lug en el cruce de caminos, la irritabilidad de Zenir había causado muchos roces con Randall, quien había asumido de inmediato y por su cuenta el liderazgo de la partida. En otro momento, Zenir no hubiese dudado de la capacidad de Randall para hacerse cargo de una misión de rescate, pero esta misión en particular requería, en opinión de Zenir, la experiencia de un ex-Antiguo.
Pero lo que guiaba a Zenir no era precisamente la lógica. Sus razonamientos habían sido avasallados por sus emociones. El rostro de Ana, tan parecido al de su adorada Ema, ocupaba cada resquicio de su mente, y la culpa de no haber podido salvar a Ema, resurgía otra vez, oprimiéndole el pecho hasta casi no dejarlo respirar. Haría cualquier cosa para salvar a Ana, cualquier cosa…
Fue con mucho esfuerzo, que Randall logró imponer su idea de dejar ir a Colib solo hasta el pueblo a investigar, mientras ellos esperaban ocultos en el bosque, en un improvisado campamento que habían levantado cerca de un arroyuelo que corría cerca de Cryma. Había parecido una buena idea al principio, pero la impaciencia de Zenir estaba empezando a hacer dudar a Randall también.
—Si no vuelve en una hora, iremos por él— decidió Randall.
Zenir asintió, satisfecho.
Pero no fue necesario salir a buscar a Colib. El antiguo tabernero volvió a la media hora, el rostro rojo y jadeante. Akir le ofreció agua de su odre.
—Gracias— murmuró Colib, después de unos tragos.
—¿Entonces?— preguntó el impaciente Zenir.
—Varios carros llegaron ayer por la tarde. Es difícil saber si Guilder estaba entre los que llegaron— comenzó Colib—. El Templo ha estado vacío desde la batalla, pero uno de mis viejos clientes me comentó sobre algo extraño. Vio humo saliendo de una de las chimeneas del Templo ayer.
—Tal vez alguien decidió usar el Templo vacío como refugio…— comentó Randall.
—No— negó Colib con la cabeza—, la gente todavía tiene demasiado miedo, nadie se acerca al Templo. Aun desierto, es un lugar que representa muerte y destrucción.
—Pero entonces, ¿entraste ahí? ¿comprobaste que realmente no había nadie?— preguntó Zenir, ansioso.
Colib negó con la cabeza.
—No me atreví— admitió, un tanto avergonzado.
—Hiciste bien— le dijo Randall, palmeándole la espalda—. Si Guilder está ahí y te atrapaba, serían dos en vez de uno para rescatar.
—Es verdad— musitó Zenir—. Pero ahora ¿qué hacemos?
—¿Conoces otras entradas al Templo que sean más discretas que la principal?— preguntó Randall a Colib.
—Sé cómo entrar por la cocina— asintió Colib.
—Perfecto— acordó Randall. Y a continuación, desenvolvió unas espadas cortas y puñales que traía cubiertos por una tela entre sus cosas, y los repartió a todos.
Zenir devolvió el suyo:
—No necesito esto. No sé ni cómo usarlo.
—Es solo por seguridad— insistió Randall.
—No— negó Zenir con la cabeza.
Randall suspiró y volvió a tomar el puñal que le había dado, introduciéndolo en su cinturón. Al menos Colib y Akir aceptaron las armas sin comentarios. Aun así, Randall supo enseguida al verlos manipularlas que no tenían experiencia alguna y que todo dependería de él a la hora de una lucha cuerpo a cuerpo. No importaba, Guilder era solo un sacerdote, no un guerrero entrenado de Aros. Las cosas solo podrían complicarse si estaba respaldado por otros sacerdotes, pero al parecer, ése no era el caso, si es que las averiguaciones de Colib eran confiables.
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Editado: 12.10.2019