La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

CUARTA PARTE: El Señor de la Luz - CAPÍTULO 157

—No hagas esto, Dana— le rogó Tarma—. Convéncelo para que se quede un poco más. Dame tiempo para organizarle un homenaje como se merece.

—Está muy cansado, Tarma, y después de la discusión que tuvo con mi padre y Calpar… No lo culpo por querer irse así.

—¿Y tu boda?

—No tiene importancia, lo que queremos es simplemente estar juntos.

—Pero fugarse así… ¿es eso lo que quieres?

—Él quiere que nos vayamos al bosque cuanto antes.

—Eso no responde a mi pregunta, te pregunté lo que quieres— insistió Tarma.

—Me agradaría una gran fiesta, con todos felices, compartiendo el momento más importante de mi vida, pero eso no es posible.

—¿Por qué no, Dana? Convéncelo, si alguien puede hacerlo, eres tú.

—¿Qué sentido tiene? No puede haber boda, no puedo casarme sin la anuencia de mi padre.

—Qué tal esto: tú convences a Lug de que se quede, y yo convenzo a Nuada para que dé su consentimiento para tu unión con él.

—¿Cómo vas a hacer eso?

—Tengo mis métodos— sonrió Tarma, misteriosa

—¿Cuánto tiempo necesitas?

—Quince días, como máximo.

—¿Estás segura de esto?

—¿Cuándo te he fallado, Dana?

—Nunca, querida Tarma.

—Y no te fallaré ahora, confía en mí. Dile a Lug que le conseguiré el ala completa del este del palacio solo para ustedes dos, y que pondré una guardia armada que no permitirá que ni Nuada ni Calpar se les acerquen bajo ninguna circunstancia. Te prometo que nadie va a molestarlos.

—¿Quince días?— consideró Dana.

—Quince días— confirmó Tarma.

Dana asintió:

—Creo que puedo convencerlo.

Tarma la abrazó con cariño y Dana se dirigió al bosque, donde Lug la esperaba, listo para partir.

 

_____o______

 

—¿Todo está bien?— preguntó Lug a Dana al verla llegar por el sendero.

—Ven— le dijo ella, señalando un tronco caído para que se sentaran—. Tenemos que hablar.

Lug se sentó en el tronco, junto a ella.

—¿Qué pasa?

—Cuando me propusiste matrimonio, ¿era en serio?

—¿Cómo puedes preguntarme eso? Por supuesto que era en serio. Quiero compartir el resto de mi vida contigo.

—Tarma dice que puede organizar la boda en quince días, que puede darnos privacidad…

—Dana, no necesitamos una ceremonia para estar juntos, no necesitamos confirmación externa de nuestro amor.

—Lo sé, pero igualmente me gustaría compartir nuestra unión con todos nuestros amigos, festejar nuestro amor con ellos. ¿Te parece frívolo de mi parte?

—Eres la mujer menos frívola que conozco. Pero, Dana, ¿cómo podemos festejar delante de todos cuando tu padre no está dispuesto a darnos su bendición? No podré soportar su mirada de desaprobación frente a todos, su desprecio.

—¿Es su falta de aprobación lo que te preocupa? ¿Por eso huyes?

Lug no contestó.

—¿Tanto te molesta que haya personas que no compartan tu opinión?— siguió Dana.

—No necesito la aprobación de ellos dos— masculló Lug.

—Pues te comportas como si su aprobación fuera lo único importante.

—Pensé que… pensé que podría hacerles entender que nos espera una vida mejor con el Espiral, que ahora nuestro destino por fin está en nuestras manos… Nunca creí que pudieran ser tan necios.

—Piensa en los faberlandianos: ¿crees que explicarles todos los beneficios de la intemperie habría tenido que convertirlos automáticamente en adeptos de lo que han temido por generaciones?

—No— admitió Lug.

—Calpar y mi padre siempre han vivido a la sombra de la predestinación, la llevan incorporada, es la única forma de vida que conocen. Lo que tú llamas libertad, es para ellos incertidumbre, un concepto que los horroriza, que no saben cómo sobrellevar. Necesitan más tiempo para hacerse a la idea de este nuevo estado. ¿Puedes comprender eso?




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