La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

SEGUNDA PARTE: El Fugitivo - CAPÍTULO 22

—¿Qué clase de lugar es Faberland?— preguntó Colib mientras apagaba el fuego. Ana estaba doblando las mantas y colocándolas en las mochilas.

—Es una inmensa ciudad que existe dentro de una fabulosa cúpula— explicó Lug.

—¿Cuántas personas pueden vivir dentro de una cúpula?

—Medio millón, más o menos— respondió Lug.

Colib lo miró con los ojos entrecerrados, incrédulo.

—Eso no es posible, ¿de qué tamaño tendría que ser la cúpula para albergar a tanta gente?

—La Cúpula de Faberland es enorme. Los faberlandianos poseen conocimiento que para el resto de los habitantes del Círculo es difícil de imaginar. Son constructores de estructuras y sistemas tan fantásticos que parecen mágicos. Gente como esa jamás caería bajo el engaño de los sacerdotes.

—¿Y cree que ellos van a ayudarnos?

—Tengo un par de amigos allí, creo que es nuestra mejor posibilidad de conseguir ayuda.

Terminaron de juntar sus pertenencias mientras Lug se vestía con su atuendo.

—¿Ya estamos listos?— preguntó Lug.

Ana se cruzó de brazos y lo miró de hito en hito.

—No— dijo—. Faltan dos cosas.

—¿Qué falta?— dijo Lug, mirando en derredor.

—Primero, que se cambie de ropa. No va a viajar con esa túnica y esa capa. Atraerá la atención de todos, y terminaremos apresados por cualquier caza-recompensas.

—Pero...— intentó Lug, volviéndose hacia Colib como para pedir apoyo.

—Ella tiene razón— se encogió Colib de hombros.

Refunfuñando, Lug se quitó la capa y se sacó el tahalí con la espada por encima de la cabeza. Luego desabrochó el cinto con incrustaciones de plata para poder sacarse la túnica. Colib revolvió en su mochila y le alcanzó la ropa que le había prestado, para que se la pusiera nuevamente. Lug volvió a ponerse la espada por encima de la camisa de Colib, y luego se ajustó un pesado manto de lana marrón que lo abrigaría y ocultaría la espada.

—¿Satisfecha?— preguntó Lug molesto con los brazos abiertos.

—Todavía no— dijo Ana.

—¿Qué más quieres de mí, mujer?— preguntó Lug un tanto exasperado.

—Necesito cambiarle la venda de la herida de la cabeza— explicó ella.

Él suspiró, resignado, sentándose en el suelo mientras ella se arrodillaba a su lado y desenrollaba la venda que rodeaba su cabeza. Al verla trabajar, Lug se dio cuenta de que aunque Ana no lo quisiera admitir, ella era una Sanadora nata, tal como seguramente lo había sido su madre. Parecía más tranquila y hasta feliz de que Lug hubiera desistido de ir a Polaros. Lug sospechaba que había otras razones más profundas por las cuáles Ana no quería pisar Polaros. Polaros era peligroso por estar bajo el dominio de los sacerdotes, pero Polaros era peligroso para Ana en particular, por razones que Lug no podía imaginar, por razones que Ana no estaba lista para revelar. Lady Ana, la Valiente, guardaba muchos secretos.

—La herida está mucho mejor— sonrió Ana, satisfecha—. En unos días ya no tendrá que usar la venda.

—Hay algo que no entiendo— intervino Colib.

—¿Qué cosa? —preguntó Ana, volviéndose hacia él.

—Si Lug tiene el poder de sanar y pudo sanarte completamente... ¿Por qué no puede curarse esa herida?

—Un Sanador no puede sanarse a sí mismo— explicó Lug.

—¿Por qué no?— preguntó Colib.

—Se considera un acto egoísta, un acto que puede atraer a la oscuridad. Sanar mi propio cuerpo podría hacerme perder el alma.

—Eso no tiene mucho sentido— murmuró Ana, mientras terminaba de ajustar la venda y se ponía de pie, alisando la falda de su vestido azul.

Lug metió la mano en un pequeño bolsillo cosido al costado de su mochila y sacó un pequeño estuche de terciopelo negro. Lo abrió con cuidado y sacó un pequeño objeto circular de plata con su nombre grabado. Ana vio que estaba unido a una cadena también de plata.

—¿Qué es? ¿Una medalla?— preguntó Ana. Colib se arrimó para ver también el objeto en la mano de Lug.




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