La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 82

Lug se levantó de la cama y probó sus piernas, las sintió más firmes de lo que había esperado. Caminó hasta la ventana y miró hacia abajo. Apenas estaba amaneciendo. Las calles estaban desiertas, lo cual le daba a Aros un aspecto aun más muerto. Lug suspiró. Había venido a Aros con la esperanza de que Althem lo ayudara, que le prestara un ejército para poder liberar a Cryma y tal vez a Faberland. Pero Althem tenía sus propios problemas, problemas que ningún ejército podía resolver. Problemas que no podía comprender ni aceptar. Ahora que Althem se había ofendido, su colaboración en una guerra de liberación estaba fuera de las posibilidades.

            Lug sabía que Althem entraría en razón tarde o temprano y se daría cuenta, aunque le doliera, de que su madre había pasado por un momento de debilidad y había cedido ante la tentadora oferta de la oscuridad. Pero a Lug le preocupaba que aun si Althem lograba aceptarlo, aun si perdonaba su ofensa y volvía a ser su amigo, no podría ayudar en mucho. Su preocupación iba más allá de la reina, de Althem y de Aros: había vuelto al Círculo para la batalla final, para enfrentar a Wonur y volverlo a su prisión, y el mero contacto con una parte de él dentro de Diame casi lo había matado. Había salvado la vida y el alma de milagro. Si apenas había podido protegerse de Wonur, ¿cómo iba a hacer para vencerlo? Lug sacudió la cabeza negativamente. No tenía idea de cómo llevar a cabo su misión, no se creía ni remotamente capaz de lograr lo que su madre había predestinado para él. Pero Lug sabía que si no lo hacía, el Círculo terminaría destruido. Cryma, Faberland y Aros estaban al borde del colapso, y no sabía si las demás ciudades no estaban en igual condición o peor. Lug se preguntó dónde estaban Calpar, Nuada y Zenir, si sabían lo que estaba pasando en el Círculo, si estaban haciendo algo al respecto.

            Lug apoyó los codos en el alféizar de la ventana. Se sentía solo, perdido. Necesitaba ayuda, pero no sabía dónde o cómo buscarla. Si Calpar, Nuada o Zenir estuvieran allí… tal vez ellos podrían aconsejarlo, darle aliento… Si Dana… No, no debía pensar en ella. Ella no lo podía ayudar. Temía que si volvía a pensar en ella, escucharía su voz. Sabía que esa no era realmente su voz, no podía serlo. Temía que esa voz lo llevara a la locura. Si su mente se perdía, ya no habría posibilidad de salvación para nadie. Lug se forzó a volver su atención al problema presente: Wonur. Si lograba vencer a Wonur, tal vez ya no sería necesario entrar en ninguna guerra de liberación, nadie tendría que morir. Pero, ¿cómo podía él solo enfrentar a semejante criatura, semejante fuerza oscura? La vez anterior, cuando tuvo que luchar contra Bress, tuvo ayuda, consejo, amigos que lo respaldaron y acompañaron, pero esta vez estaba solo. No, estaba siendo injusto. Sí tenía amigos: Ana y Colib lo acompañarían hasta el fin del mundo si él se los pidiera. Randall también había demostrado una buena disposición hacia él y estaba seguro de que lo ayudaría en lo que pudiera. Pero si bien su ayuda había sido invaluable, Lug comprendía que no podía pedirles que enfrentaran a Wonur junto con él, que enfrentaran una muerte segura. Si Lug no podía siquiera protegerse a sí mismo, ¿cómo podría protegerlos a ellos? No, no podía arriesgar sus vidas, no podía arriesgar la vida de nadie más que la suya propia.

            ¿Era esa la respuesta? ¿Él debía morir para romper el Círculo y así salvarlo? No estaba seguro de estar preparado para eso. Y aun así, ¿qué seguridad había de que dando su vida realmente salvaría al Círculo? ¿Qué tal si moría y las cosas seguían como estaban? ¿Qué ayuda podría proporcionar desde su tumba? Necesitaba encontrar la forma, pero ¿cómo?

            Lug decidió que si nadie podía aconsejarlo, debería encontrar las respuestas dentro de sí mismo. Necesitaba pensar. Lug vio sus ropas al costado de la chimenea y se puso su atuendo y la capa plateada. Se calzó el tahalí con la espada y salió de la habitación con decisión. Necesitaba despejarse, alejarse del palacio, alejarse de todo, necesitaba pensar.

            Lug caminó por interminables galerías hasta que encontró la salida a un amplio patio. Le sorprendió que Ana no hubiera ido a verlo y a presionarlo para que le contara lo que había pasado con la reina. Era mejor así. No tenía tiempo ni ganas de relatar lo que había sucedido. No quería recordar el pánico, el terror de sentir la muerte acorralándolo, sofocándolo. Necesitaba un momento de paz, sin Ana y Colib mirándolo expectantes, esperando de él todas las respuestas cuando en realidad solo tenía preguntas. Lug cruzó el patio y se encontró en las caballerizas. Pensó en tomar un caballo, pero luego lo descartó. Necesitaba caminar, necesitaba que el frío de la mañana lo atravesara, lo despertara.




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