La Profecía Rota - Libro 3 de la Saga De Lug

TERCERA PARTE: El Sujetador de Demonios - CAPÍTULO 105

Cuando Lug llegó hasta la barca, la reina lo miró expectante.

            —Ya está aquí— le anunció Lug.

            Lug tomó las sogas y las provisiones que Verles les había proporcionado y las apoyó en la arena.

—Ayúdeme— le pidió la reina, extendiendo una mano.

            Lug la ayudó a ponerse de pie y a salir de la embarcación. Tuvo que sostenerla de la cintura mientras daba unos pasos por la húmeda arena de la playa. Los dos se detuvieron de golpe al ver los destellos violetas brotando de la nada frente a ellos. Diame le apretó la mano a Lug, temerosa, y él la sostuvo más cerca de su cuerpo instintivamente para protegerla. Luego de un momento, la reina recobró un poco la compostura, y soltando la mano de Lug, lo empujó suavemente, dándole a entender que quería pararse por sí misma. Lug entendió el gesto y le soltó la cintura. La reina se tambaleó por un momento, pero luego respiró hondo y pareció reunir las fuerzas suficientes para pararse erguida y segura sobre la arena. Avanzó tres pasos hacia los destellos, dejando a Lug más atrás, y anunció con voz fuerte:

            —Aquí está Lug. Te lo entrego cumpliendo con mi parte del pacto, ahora cumple con la tuya.

            —Has hecho bien— se escuchó una voz incorpórea.

            Lug miró en todas direcciones, tratando de ubicar la fuente de la voz, tratando de ubicar el lugar exacto donde se encontraba Wonur, pero fue en vano. Era como si Wonur pudiera estar en varios lugares al mismo tiempo. Y de hecho, así era: una posibilidad física solo permitida para un tetra.

            —Ahora vete y déjame con él— dijo Wonur.

            La reina frunció el ceño, se volvió hacia Lug, y luego otra vez hacia los destellos.

            —¿Eso es todo?— preguntó.

            —¿Y qué más esperabas?— le dijo Wonur, impaciente.

            —Que cumplieras con tu parte, que…—. Una sensación extraña le invadió todo el cuerpo y no pudo terminar la frase.

            Sintió de repente cómo sus músculos recobraban la fuerza que hacía años habían perdido, sintió la piel más suave, la mente más despejada, sintió una exuberante cantidad de energía invadiendo su pecho, sintió su corazón fortalecido. Sintió como si hubiera rejuvenecido veinte años de golpe. Las rodillas ya no le temblaban, los brazos ya no le colgaban lánguidos a los costados, su cuello podía ahora sostener su cabeza en alto, orgullosa. La sensación de bienestar que la invadió la sorprendió de tal manera que no pudo articular palabra por un largo momento.

            —Ya tienes lo que querías— le dijo Wonur—. Ahora vete. Vuelve a tu pueblo, siembra tus campos, cría tus animales, Aros es libre.

            —¿Qué hay del resto del Círculo?— le preguntó la reina.

            —El destino del Círculo es algo que Lug y yo discutiremos… en privado. Ahora toma esa barca y vete. No me molestes más.

            La reina abrió la boca para protestar, pero sintió una mano en su hombro.

            —Está bien— le dijo Lug al oído—. Ya cumplió con su parte. Ahora debe volver con Althem que la está esperando.

            —No voy a abandonarlo, no voy a dejar que…

            —Diame, usted no puede ayudarme, lo único que logrará si se queda es morir sin necesidad. Vuelva con su hijo.

            —Pero…

            —El perdón que estaba buscando ya lo tiene. Ahora aproveche esta segunda oportunidad y haga de su reino algo grande y noble, junto a su hijo, junto a su gente.




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