Los siguientes días Amor no abandonó la cama de Esmeralda. Al principio, David la había instado a guardar reposo para que sus heridas sanaran más rápido, pero con el largo paso de las horas Amor se dio cuenta de que en realidad no deseaba dejar la cama donde residía, sentía dolor, impotencia y más que todo, miedo, muy en el fondo sabía que tenía que salir y dar su siguiente paso y cada mañana se decía a sí misma que debía salir de allí y mostrarle a Jacinda que iba a devolverle el golpe, pero por alguna razón no lograba hacerlo. Era más sencillo regodearse en sus tristezas que tener que enfrentarse a la realidad, francamente estaba cansada de siempre hacerse la fuerte.
David la visitaba todos los días. Él la despertaba para que tomara el desayuno, luego se iba a lavar los platos y volvía al cabo de unos minutos para sentarse en el piso junto a su laptop e intentar sacarle conversación a Amor, a veces ella hablaba con él y a veces simplemente lo ignoraba y comenzaba a llorar sin razón aparente, en silencio para que él no se diera cuenta, luego David se levantaba nuevamente a preparar el almuerzo y así transcurrían los días.
Cada día y cada hora, Amor lo contemplaba teclear en su laptop, y se veía tan concentrado que no advertía la mirada sobre él. Para ese entonces, él ya había dejado de intentar entablar conversaciones con ella y simplemente se limitaba a darle un saludo por las mañanas, preguntarle qué querían almorzar, y despedirse por las noches.
— ¿Por qué siempre estás tecleando en tu laptop? —le preguntó Amor de improviso, una noche antes de que él le diera las buenas noche. David se quedó de piedra por unos segundos, sorprendido quizás de que ella le dirigiera la palabra.
— Tengo que trabajar —se encogió de hombros.
— ¿En qué trabajas?
— Llevo un blog de viajes y gastronomía.
— ¿Por qué trabajas?
David puso los ojos en blanco.
— La comida no se paga sola —explicó —. Además, me gusta hacer esto. Empecé el blog por puro gusto, qué lugares del mundo visitar, qué comidas probar, experiencias, datos, consejos… De alguna forma, terminé recibiendo una entrada de dinero.
— Se escucha interesante. Nunca he trabajado en mi vida.
— Bueno, pues, deberías.
Amor suspiró y dio por terminada la conversación. Se dio vuelta preparada para quedarse dormida cuando se topó con un calendario del mes de marzo. De pronto, se dio cuenta de algo y se volteó rápidamente para encarar a David.
— ¿A qué día estamos?
— ¿Disculpa? —preguntó, sin entender.
— ¿A qué día estamos? —repitió.
— Diecinueve de junio, ¿por qué?
Amor reflexionó por unos segundos.
— Aquella vez… —balbuceó— En el Bazar Mágico, ¿qué hacías allí?, ¿sabes cuánto tiempo pasó de eso? Te cruzaste conmigo a propósito, ¿cierto?
— Solo cumplía mis misiones.
Amor iba a lanzar otra pregunta, cuando de improviso una duda se abrió paso entre todas las demás.
— ¿Cómo que tus misiones?
David se mostró incómodo y ella comprendió que había dado en el clavo con la pregunta.
— Quizás esto te suene extraño… Pero, Amor, sabes que soy un ángel guardián. La cosa es que soy tu ángel guardián.
— ¿Qué?
— Como lo oyes —se encogió de hombros.
— No puede ser. Las personas como yo, los… Dioses… o lo que sea no tenemos ángeles guardianes —balbuceó—, ni almas gemelas… ni nada de eso. No podemos. Esas cosas son para los humanos.
— Pues yo soy tu ángel guardián, te protejo de todo lo malo que pueda pasarte, y no me permitiré que te pase nada malo. Se lo debo a tu madre.
— No puedes, David, ¿no lo entiendes? Puede que alguien allá afuera te necesite y tú estás aquí ayudándome.
— Tú me necesitas —dijo sin más.
Amor decidió no contestar a eso. Guardaría la conversación para otro momento donde se sintiera preparada para discutir. En aquel momento la ayuda de David era crucial.
— ¿Cuánto tiempo pasó de eso? —preguntó nuevamente.
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Editado: 11.01.2019