La Promesa de Cupido

Capítulo XVIII

Amor estaba muy nerviosa, caminaba de aquí para allá.

David le dirigió una cálida sonrisa, cada vez que lo hacía ella recordaba las palabras de Sanabria, pero también trataba de recordar cómo se sentía estar con Jordan. Era ridículo que pensara en todo eso cuando había cosas más importantes de las cuales ocuparse.

— ¿Por qué estás tan nerviosa?

— No sé qué decir —respondió abrazándose a sí misma—. ¿Y si hice algo malo entregándole mi sangre a la mujer del Bazar?, ¡¿y si los polvillos no funcionan?!

— Es cierto que la sangre a veces puede volverse en contra tuyo —se encogió de hombros—. Te dije que no lo hicieras.

Ella lo miró mal.

— ¿Trajiste lo que te pedí?

— Un café y un sándwich de pollo de los más caros. Me cuestas mucho dinero, ¿lo sabías?

Amor sintió una oleada de calor recorrer sus mejillas.

— Lo siento.

— No me molesta —el rubio sonrió más ampliamente.

— Bueno, ¿te aseguraste de que ella no almorzó hoy?

— Sí, capitana.

Los rubios se carcajearon.

Ellos se encontraban en el pie de una firma de abogados muy reconocida en la ciudad. Cuando Amor habló con la Doctora, ella la había citado en su oficina a altas horas de la tarde. Amor y David habían decidido comprarle algo de comida y esparcir los polvillos sobre esta, habiéndose asegurado de que Juliane no hubiera ingerido nada en unas cuantas horas, así los polvillos podrían actuar mejor.

Sólo que Amor no se sentía muy segura al respecto.

— ¿Qué le pregunto?

David sacó una pequeña lista de sus bolsillos y se la enseñó.

 

1. ¿Qué sabe de Esmeralda Blake?

2. ¿Cómo sabe de Esmeralda Blake?

3. ¿Cuál es su paradero actual?

 

— ¿Sólo le voy a preguntar esto?

David se encogió de hombros.

— ¿Tienes algo más? Lo que se te ocurra lo lanzas y ya.

El reloj de la entrada marcó las cuatro de la tarde. David y Amor caminaron hasta las puertas de un ascensor y esperaron a que este abriera. Los tacones de Amor resonaban en el piso de cerámica, estos habían sido una elección de David para según verse más “profesional”. Recordó que no usaba unos desde su primera vez en Hilos de Medianoche.

El ascensor abrió sus puertas.

— Bueno, te veré en un rato —le dijo Amor en señal de despedida.

Entró en el cerrado espacio que tenía espejos a su alrededor, tres chicas iguales a ella le devolvieron la mirada. Las puertas comenzaron a cerrarse cuando una mano interrumpió el proceso. David se coló dentro.

— ¿No ibas a esperarme aquí abajo?

— He decidido que te esperaré fuera de la oficina de ella. Me parece lo mejor.

— Si tú lo dices…

Las puertas del ascensor comenzaron a cerrarse y una mano bloqueó nuevamente el proceso. Amor puso los ojos en blanco.

Las puertas se abrieron nuevamente para dejar a la vista a un chico de camisa blanca y manchas de pintura en ella, ojos amables color avellana y una sonrisa de medio lado.

— Jordan —dijo Amor con tono de obvia sorpresa—, que… gusto verte.

Él se situó a su lado, el opuesto a donde estaba David. Jordan miraba alrededor distraídamente mientras que David asesinaba a su reflejo en el espejo con la mirada.

— Amor, ¿qué haces aquí?

— ¿Qué haces tú aquí? —preguntaron Amor y David al unísono. Amor se sintió un poco mal por su tono de rudeza, pero igualmente, eso no quitaba el hecho de que Jordan estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.

— La verdad es que no lo sé, Amanda me mandó un mensaje para que viniera a este edificio a las cuatro y que fuera al piso cinco.

Los rubios se miraron con alarma en los ojos. La oficina de la Doctora Juliane estaba, precisamente, en el piso cinco.

Jordan apretó el botón del piso cinco y el ascensor por fin cerró completamente sus puertas. Los tres se sumieron en un silencio incómodo donde Amor estaba segura de que ella era la más incómoda de allí; por un lado sentía la necesidad de explicarle a Jordan por qué estaba allí con David, y por otro lado quería desahogarse y explicarle a David qué había pasado entre Jordan y ella.




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