Haciendo un esfuerzo por no apretar los dientes. Rafe observó a Lucia bailando. Esa mujer que, perdida en la música, se movía tan sensualmente no era la misma mujer tímida con la que había cenado.
Estaba jugando con todos.
Rafael no quería saber nada de las mujeres que fingían ser una cosa y eran otra completamente distinta. Todavía arrastraba secuelas de su último encuentro con esa clase de mujer.
Estaba quieto con los brazos cruzados cuando Lucia, por fin, abrió los ojos. Vio su expresión de horror al reconocerlo, que Lucia se apresuró a enmascarar con una falsa sonrisa.
—Lo siento, pero no bailo con otros hombres —dijo ella, pensando que iba a salir de aquel embrollo. Y sin esperar respuesta, se dio media vuelta e intentó alejarse.
Pero no llegó lejos. Rafael la alcanzó al borde de la pista de baile y, poniéndole una mano en el hombro, la obligó a detenerse.
Lucia giró sobre sus tacones.
—Vete —dijo, con una energía que lo sorprendió.
Rafael bajó la mano hasta agarrarle el codo. Después, se inclinó hacia ella para que pudiera oírle.
—No. Pueden surgir problemas si te quedas aquí. Es responsabilidad mía asegurarme de que llegas sana y salva a mi país.
En ese momento, el guardaespaldas miró a Lucia y ella se encogió de hombros.
—No te preocupes, Mario, no pasa nada.
Cuando el guardaespaldas se alejó unos pasos. Rafael se acercó aún más a ella.
— ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?
— ¿Qué?
Lucia le había oído, simplemente estaba tratando de pensar en la respuesta que iba a darle, incluso cuestionando el hecho de que le hubiera hecho esa pregunta.
Rafael se acercó aún más a ella; un milímetro más y sus cuerpos se rozarían. Esos hermosos labios color cereza estaban firmemente cerrados. Pudo oler el aroma de ella y también sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Le apartó un
mechón de ese ridículo cabello negro, mucho menos bonito que el castaño natural de Lucia y acercó los labios a los oídos de ella.
—Vamos a mi coche para hablar.
Ella se puso tensa.
—No hay nada que decir.
Un individuo pasó por su lado y, accidentalmente, le empujó, y él empujó a Lucia. Le agarró el codo con más fuerza.De repente, los flashes de unas cámaras fotográficas les deslumbraron. Él apretó a Lucia contra su pecho, ocultándole el rostro al tiempo que daba la espalda a las cámaras que continuaban disparándose.
Maldición, los paparazzi. Se suponía que no les estaba permitida la entrada en aquel local; al menos, eso era lo que Tony le había dicho.
Rafael volvió la cabeza. Ahí estaban, tres individuos con cámaras enfocadas en dirección a la actriz rubia. Desgraciadamente, Lucia y él estaban en el punto de mira.
—Es evidente que tenemos que hablar.
En ese momento, los vigilantes del club se dirigieron hacia los fotógrafos. Barbie y su grupo protestaban a gritos, pero él tenía la sensación de que aquella muestra de indignación era ficticia.
Rafael bajó la mirada y vio los verdes ojos de Lucia llenos de preocupación.
Sintió los senos de ella contra su pecho, sintió la fragilidad de Lucia en su abrazo de protección. Era más delgada de lo que parecía y también más baja, a pesar de los enormes tacones. La cabeza de Lucia se acomodaba perfectamente bajo su barbilla.
Sintió otras cosas, cosas que no debía sentir por la posible novia de su hermano.
Querer protegerla no era problema, lo que le preocupaba eran las sensaciones de placer y posesión. Se dijo a sí mismo que era una respuesta automática por tenerla en sus brazos, que no significaba nada. La soltó y se distanció de ella.
Uno de los del grupo de la actriz se lanzó contra uno de los fotógrafos para arrebatarle la cámara y, en cuestión de segundos, se liaron a puñetazos.
Rafael y Lucia se apartaron de la trifulca. Las arrugas del ceño de Lucia mostraban su preocupación mientras los vigilantes separaban a los contrincantes.
— ¿Crees que hemos salido en las fotos? —Lucia se mordió el labio inferior.
Al menos Lucia se había dado cuenta del problema si se publicaban fotos de los dos pegados el uno al otro en un club nocturno o si se les implicaba en una pelea: los ciudadanos de San Philippe mostrarían curiosidad, Adam se pondría
furioso; y si a su padre se le estropeaba el plan, le culparían a él. Sólo tenía que cumplir su misión: llevar a Lucia a San Philippe, sin escándalos, y luego se lavaría las manos.
Rafael sacudió la cabeza.
—Aquí casi nadie me conoce. Y tú, por suerte, estás irreconocible. Además, no iban por nosotros. Nos eliminarán de las fotos.
— ¿Por suerte?
—No te ofendas. Te has disfrazado a propósito y con razón. Así que sí, afortunadamente. Pero dime, ¿cómo has venido?
—En moto.
Rafael disimuló su sorpresa.
— ¿Que has venido en moto?
¿Había sido ella la de la moto?
Lucia alzó la barbilla.
—Sí, con Mario.
— ¿Has ido en moto con ese vestido?
—No, primero lie ido a casa de una amiga a cambiarme.
Rafael miró a Mario, este se acercó.
—Váyase a casa en la moto.
Mario asintió.
— ¿De dónde ha salido ése? —preguntó Rafael mientras Mario se alejaba.
—Es uno de nuestros chóferes y también es guardaespaldas. Y es el mejor bailarín de la empresa de conductores que contratamos.
Rafael le lanzó una furiosa mirada.
—Sin duda, el criterio perfecto para elegir un guardaespaldas.
Rafael, en silencio, contó las horas, dieciocho, para depositarla en San Philippe y dar por concluida su misión.
Lucia guardaba silencio en el coche durante el trayecto a la propiedad de la familia Wyndham Jones. Aunque Rafael conducía relajado, sintió que estaba tenso y se dio cuenta de que era en interés propio aplacarlo. Quería que viese que era una mujer apta para su hermano: serena, regia y digna.
—Bonito coche —Lucia acarició el cuero negro de su asiento.
Rafael no respondió.
—Es un Aston Martin Vantage, ¿verdad? ¿Un V12? —ahí acababa su conocimiento sobre coches.
—No lo sé.
No había logrado su propósito, no había conseguido halagarle y le molestó la indiferencia de él. Estaba claro que Rafael había decidido no hablar con ella.
—El coche perfecto de un playboy.
Al menos se ganó una burlona mirada.
— ¿De dónde lo has sacado? —añadió.
—Mi secretario se encargó de ello, pregúntaselo a él.
Lucia se dio por vencida y se dedicó a observar el paisaje; primero, la ciudad;después, el campo. Pronto se marcharía de allí y saldría de su pequeño mundo.
Cuando las puertas de la verja de la finca se cerraron detrás de ellos, Rafael detuvo el coche en una senda al lado de una zona arbolada. La casa quedaba a un kilómetro de donde estaban.
— ¿Por qué has parado aquí?
—Porque si parara delante de la casa alguien podría verme tratando de estrangularte y, aunque estoy seguro de que me comprenderían, podría causar un problema diplomático. Y lo que es peor, intentarían detenerme.