Lucia se quedó con la taza de café en el aire cuando Rafael salió a la terraza donde también su madre y la docena de invitados que habían pasado la noche allí estaban desayunando. Dejó la taza en el platillo y le siguió con la mirada.
Estaba inmaculadamente vestido y guapísimo. Incluso el sol parecía brillar más con su presencia, reflejándose en el lago que había cerca.
No debería molestarle que Rafael estuviera tan guapo y tan relajado, pero le molestaba.
Al aproximarse, ella se consoló con que los cuatro asientos de su mesa estuvieran ocupados.
—Buenos días, Antonia —Rafael sonrió a su madre, un destello de dientes blancos y perfectos, una sonrisa en sus ojos. Después, se dirigió a los dos magnates del petróleo, unos hombres ya mayores.
—Clayton, Jackson.
Por fin, intencionadamente, su mirada se clavó en ella.
—Lucia—Rafael inclinó la cabeza, con actitud distante y respetuosa.
—Rafa—Lucia asintió, sonrió y esperó haberse mostrado tan respetuosa y distante como él.
Lexie volvió la atención hacia Clayton, consciente no obstante de que Rafael se había acercado a la mesa donde estaba el desayuno. Había esperado que Rafael se levántala tarde. ¿No era eso lo que hacían los mujeriegos indolentes? El proble-
ma era que ya no conseguía verle representando ese papel, desde que había notado su desagrado el día anterior al mencionar los escándalos protagonizados por él según la prensa.
Clayton se limpió la boca con una servilleta.
—Señoras, ha sido un placer disfrutar de su hospitalidad —dijo Clayton dirigiéndose a madre c hija.
— ¿Se marcha? —preguntó Lucia disgustada.
—Sí, me temo que sí —el hombre sonrió mientras se levantaba.
—Y yo, señora —Jackson también se puso en pie.
— ¿No quieren tomar otra taza de café? — Lucia trató de contener una nota de desesperación en su voz. No estaba preparada para volver a vérselas con Rafael y,si quedaban sillas vacías,sin duda él ocuparía una.
—Me encantaría, pero el médico me ha dicho que rebajara la dosis. Gracias otra vez.
Los dos se marcharon al momento y la mujer encargada de la casa, siempre tan eficiente, retiró inmediatamente los platos.
Lucia, para compensar su rápida retirada la noche anterior, le había prometido a su madre quedarse hasta que todos los invitados hubieran desayunado. De lo contrario, habría seguido los pasos de Clayton y Jackson al instante.
Bajó la mirada y clavó los ojos en el cuenco de ensalada de frutas y yogurt que apenas había probado y comenzó la cuenta atrás mentalmente: «diez,nueve...».Justo en el momento en que llegaba a cero oyó a alguien retirar la silla opuesta a la suya. Cuando se encontró con fuerzas de levantar la mirada, vio a
Rafael observándola.
— ¿Que tal la carrera? —le preguntó su madre.
¿Había ido ya ha correr? Lexie ocultó su sorpresa. Ella también salía a correr por las mañanas con frecuencia, pero no cuando había dormido pocas horas.
Aquella mañana le había costado un gran esfuerzo levantarse para bajar a desayunar y lo había hecho sólo porque para su madre era importante. Clavó el tenedor en un trozo de melón. ¿Quién era el indolente entre ellos dos?
—Muy agradable —respondió Rafael—Tienes una finca magnífica, me gusta sobre todo la arboleda al lado del camino.
Rafael estaba mirando a Antonia, pero Lucia no podía apartar los ojos de él. ¿Qué iba a decir a continuación? ¿Por qué sacar a relucir el incidente de la noche anterior? Ahora, a plena luz del día, se le antojaba casi surrealista.
—Gracias. ¿Has dormido bien?
Lucia contuvo la respiración. Debido a un engañoso sentido de la responsabilidad, o por malicia, ¿se sentiría Rafael obligado a decirle a su madre lo ocurrido la noche anterior? Lo último que quería era un sermón de su madre a modo de despedida.
—Sí, perfectamente.
Lucia respiró profundamente, evitando lanzar un suspiro de alivio. Apuntó a una fresa con el tenedor. A pesar de no haber salido a correr, apenas había logrado dormir unas horas. Al pensar en ello, reprimió un bostezo.
—Me temo que debes encontrar nuestro país o aburrido, ¿no? —Antonia sonrió a Rafael.
Lucia contuvo un reproche. Ojalá su madre dejara de esperar siempre los halagos de todo el mundo.
—No, todo lo contrario—contestó Rafael, justo lo que su madre había esperado oír
—Anoche fue fascinante. Mucho más interesante de lo que había imaginado.
Unas palabras con doble sentido. Lucia esperó a que su madre insistiera.
—Me alegra mucho que pienses eso. Confieso que tengo fama de dar las mejores cenas.
Por suerte, su madre era superficial y, por una vez en la vida, Lucia estuvo agradecida de que lo fuera. Su madre no tenía idea de que Rafael estuviera hablando de otra cosa que no fuera la cena y tampoco era consciente de lo aburrida que había sido. Si la gente la felicitaba por sus cenas, cosa que hacían, era sólo por su fortuna y su estatus social.
Lucia mordió una fresa y se obligó a tragar, fingiendo interés en el desayuno.
Con envidia y algo de irritación, vio a Rafael atacar un plato con huevos y beicon.
Ella continuó comiendo lo suficiente para no dar la impresión de querer evitar a Rafael antes de disponerse a levantase de la mesa. Pero su madre se le adelantó.
—Lo siento, pero tengo que ir a hablar con Bill un momento antes de que se vaya; desgraciadamente, no he tenido tiempo para prestarle demasiada atención.
Tras esas palabras, su madre se marchó. Ella, por su parte, no podía irse y dejar a Rafael solo. Apretando los dientes, alargó el brazo para agarrar su vaso de zumo de naranja.
—No te quedes aquí por mí, preciosa —murmuró Rafael, al parecer, consciente de lo que había estado pensando.
Rafael la observó por encima del borde de su taza de café con un brillo travieso en los ojos.
—Gracias por no decirle lo del club a mi madre.
Rafael se echó hacia atrás ligeramente.
— ¿En serio temías que lo hiciera? Lo que le digas a tu madre o dejes de decirle no es asunto mío.
—Gracias de todos modos.
Mientras Rafael se encogía de hombros, sonó su teléfono móvil. Se lo sacó del bolsillo y frunció el ceño al ver la identidad de la persona que lo llamaba.
—Perdona, es mi hermano. Tengo que responder a la llamada.
Rafael se levantó y se alejó de la terraza.
Bien que lo que ella le dijera a su madre no fuera asunto de Rafael, pero lo que él le decía a su hermano sí era asunto suyo. No había hecho nada de lo que pudiera avergonzarse, pero era mejor que Adam no se enterara de ello.
No podía oír nada de la conversación ya que Rafael se estaba alejando. Pasó junio a Stanley, que estaba de pie a un lado de la terraza supervisándolo todo, y desapareció detrás de un seto.
Aprovechando quizá la última oportunidad de hablar con su viejo amigo, Lucia agarró su taza de café y se acercó al mayordomo. Que él estuviera más cerca de Rafael era pura coincidencia.
— ¿Lo pasó bien anoche, señorita? —preguntó Stanley con una chispa de humor en los ojos.
— ¿Usted también, Stanley? —el mayordomo era la única persona de la casa que sabía lo mucho que le gustaba bailar y estaba enterado de sus ocasionales escapadas al club.
— ¿Qué quiere decir?
—Que me descubrieron.
— ¿Quién? —preguntó el mayordomo sin ocultar su preocupación.
—El príncipe rana.
La preocupación se acentuó.
— ¿Y no le sentó bien?
—No es así como describiría su reacción.
Stanley se permitió una sonrisa en el momento en que la risa de su madre les alcanzó y ambos miraron en su dirección.